Dejemos todo lo que estamos haciendo. Quedémonos quietos. Pongamos la mente en blanco, olvidémonos del mundo que nos rodea, de los problemas laborales, facultativos y/o familiares. Cerremos los ojos, viajemos en el tiempo y recordemos la primera promesa que hicimos cuando éramos chicos. Esas que son banales pero que en la niñez son tan importantes que por eso después las cumplimos. Pero también recordemos las próximas. Esas que dijimos en voz alta cuando éramos más adultos. Pero no las que les prometimos a otros, sino las que nos prometimos a nosotros mismos. Y ahora recordemos cuántas de aquellas nos cumplimos. ¿Una, dos, tres? ¿Ninguna? Es muy probable, y creo que me va a hacer sentir un poco mejor. Y de todas aquellas promesas incumplidas, ¿cuántas estuvieron relacionadas con el amor? Pero no hablemos de amor para con una pareja, hablemos del amor en todos sus ámbitos. ¿Cuántas? ¿Una, dos o también ninguna? Puede ser y es lógico. Una vez, una vieja amiga –la cual ya no lo es por eso es vieja– me dijo que no le prometa nada que no vaya a estar escrito o atestiguado por alguien porque a las palabras se las lleva el viento. Bueno, ahora que lo digo en voz alta, calculo que esa fue una de las tantas razones por las cuales dejamos de ser amigas. Pero más allá de eso... ¿Se trató de desconfianza? ¿O de estar lo suficientemente lastimada por ajenas promesas incumplidas? ¿Por qué estamos tan acostumbrados a prometer o a jurarlo por Dios –si es que existe– cuando ni siquiera cabe en nuestras posibilidades el hecho de hacerlo realidad? Porque a veces no prometemos al decir la palabra, sino que lo hacemos con gestos. Con un anillo te prometo estar juntos toda la vida. Con una firma te prometo respetar cada uno de los puntos de ese contrato laboral extenso del que a veces olvidamos leer la letra chica. Con un abrazo prometo que podes contar conmigo en todas las circunstancias. Quizás con un beso en la boca te prometo diversión, con un poco de sexo en la cama te quiero prometer que nunca vas a poder olvidarte de mí y con un «te amo» ya lo prometí todo. ¿Cuántas veces lo dijimos? ¿Cuántas veces lo prometimos? ¿Cuántas veces nos enamoramos, cuántas veces fue correspondido y cuántas veces nos recitaron esas mismas palabras jurándonos otra promesa? ¿Qué es el amor? Mejor dicho, ¿Qué es amar? ¿Y qué pasa cuando desaparece, se esfuma y no quiere volver? ¿Qué hay después de amar? Después de haberlo prometido todo, de haber abrazado lo suficiente como para recomponer los huesos, de haber besado tanto que se secaron los labios, de tapar las lastimaduras internas y cubrir las externas para que los demás no las encuentren, y de haber dicho que todo estaba bien cuando no lo estaba. ¿A dónde se van las promesas después de amar? ¿Y a dónde se va el amor después de amar? Si es que se va, claro. A veces, después de amar, encontramos el perdón para con nosotros mismos. Quizás también hay congoja y culpa, o hay paz y liviandad. Pero cuando después de amar erróneamente a alguien que abandonó sus propias promesas y te enseñó un modo equivocado del amor, después de aquello hay libertad. Y cuando te volvés a levantar, recompones todas las piezas del cuerpo que te rompieron y esa libertad la podes compartir con quien te quiere de verdad, no querés que exista un después. Pero en ese caso, después de amar tanto, lo único que no querrías es olvidarlo.
Peter termina de secarse el pelo cuando la locutora matutina de la radio finaliza con su monólogo sobre promesas y amor. Limpia el espejo empañado con la misma toalla y después hunde los dedos de la mano en el pelo húmedo para acomodárselo así no más. Se calza rápido la bermuda que había dejado sobre la tapa del inodoro porque escuchó ruido del otro lado de la puerta, y ésta recién se abrió cuando él estaba cargando el cepillo de dientes con pasta mentolada. Cuando giró la cabeza tuvo que bajar la vista porque quién lo había interrumpido no medía más de un metro, usaba calzas negras, zapatillas de lona color rojo y había quedado atrapada en su propia polera amarilla.
−¿Qué pasó? –y una sonrisa se le dibuja por un costado– ¿Te quedaste atrapada?
−Es muy difícil ponerse poleras –sentencia su voz finita y pequeña por debajo de la tela.
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DESPUÉS DE AMAR
FanficUn accidente se convierte en el factor desencadenante que traslada a un grupo de amigos a un viaje interno al pasado para hallar la receta sobre la existencia del amor después del amor.