17. Caravana.

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Eugenia está sentada en un lateral de esa cama de dos plazas que no le pertenece. Lleva el pelo arrodetado, la espalda apoyada en el respaldo y las piernas estiradas en el colchón. Los moretones de la cara ahora están violetas y el brazo quemado envuelto en una gasa nueva que se cambia diariamente después de las curaciones obligatorias, igual que las demás lastimaduras esparcidas por el resto del cuerpo. En la mesita de luz hay botellas de diferentes tamaños para desinfectar, potes de crema para cicatrizar y varios blíster de pastillas que respetando la dosis cada uno le sirve para algo diferente: para calmar los dolores musculares, para calmar la cabeza, para poder dormir. En el televisor grande que está colgado en el centro de la pared direccionando perfectamente a la cama emiten una película romántica y noventosa que ya vio en más de una oportunidad pero que es su predilecta. Es que siempre quiso ser esa protagonista que se enamora perdidamente de alguien al que le corresponde y comparten un par de hechos bizarros que aumentan el amor en escalas. Lee los subtítulos de reojo porque también está queriéndose sacar la gasa que se le pegó en la herida del estómago. Pero Agustín entra de repente, abriendo la puerta con la cola porque las manos las tiene ocupadas cargando una bandeja con el desayuno; el impacto del picaporte contra la pared la asusta al punto de mover rápido la mano por el espasmo y arrancarse la gasa.

−¡Sos boludo! –le grita luego de haber soltado más insultos.

−¿Qué hice ahora? –le pregunta parado frente a ella con la bandeja en las manos y sin entender.

−Podrías ser más precavido para entrar –y presiona los dientes mientras se tantea la herida con las yemas de dos dedos.

−Te traigo el desayuno a la cama y encima me tratas mal –dice a medida que se va arrodillando en el colchón– creo que me merezco un poco más de mérito –acomoda la bandeja en el centro y él ocupa el otro lado.

−Ayer jugabas a embocarme la comida en la boca como si fuese un sapo de kermese –dice seriamente pero él se descostilla de risa mientras unta una tostada con mermelada.

−Bueno, de alguna manera tengo que entretenerme mientras te tengo postrada –y se la da. Después se chupa los dedos que se ensució.

−¿Por qué seguís con el ambo? –le pregunta previo a darle un mordiscón a la tostada.

−Llegué hace una hora. ¿No me escuchaste?

−Me desperté hace quince minutos. Me había olvidado que hacías guardia, anoche me dormí muy temprano.

−La magia del clonazepam –dice masticando otra tostada a la que le untó queso crema.

−¿Cómo estuvo la guardia?

−Como todos los días –y de a poco se va tirando hacia atrás hasta quedar acostado con la cabeza apoyada en la pila de almohadones– solo tengo ganas de dormir hasta el próximo año... –y exhala un montón de aire después de cerrar los ojos. La escucha a ella masticar su tostada mientras revuelve el exprimido de naranja con la cucharita metálica. Entonces abre los ojos, se concentra en la blancura del techo y cuenta hasta diez– vino Candela a visitarme a mitad de la madrugada.

−¿Por qué?

−Tuvo una pelea fuerte con la hermana y quedó mal, como con culpa. Y a mitad de la noche se escapó de la casa, le robó el auto a la madre y apareció en el hospital.

−Como se nota que la crió Lali –acota en un pensamiento– ¿Y pasó algo? –le consulta después limpiándose la comisura del labio que se manchó con mermelada.

Agustín se sacó el barbijo después de salir del quirófano y le agradeció a su colega luego de que lo haya dejado participar de una cirugía que estaba programada y de la que más de uno quería ser espectador. Él no solo tuvo suerte, sino que también tenía amigos en el rubro. Paseó por las salas de internación en donde están algunos de sus pacientes y también recorrió la guardia ofreciendo su mano por cualquier problema. Se quedó colgado conversando con la administrativa que siempre guarda los informes que los médicos del sector le alcanzan y después buscó un cigarrillo para salir al patio externo del hospital. Se sentó en un cantero y exhaló el humo después de la primera pitada. Su celular estaba en modo silencioso porque no quería distraerse con mensajes o e-mails no interesantes, pero igual lo espía por demanda más que por necesidad. Pero cuando lo guarda, vuelve a llevarse el cigarrillo a la boca y levanta la cabeza, ve a Candela del otro lado del vidrio, cruzando de un extremo al otro del pasillo interno. Aprovechó que se quedó quieta y perdida para sacudirle la mano; y cuando ella lo encontró, sonrió y salió a su encuentro.

DESPUÉS DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora