Capítulo Veinticinco

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Harding tocaba el piano cuando estaba triste , cuando estaba enfadado, cuando estaba preocupado , cuando tenía muchas cosas que pensar o cuando simplemente no quería pensar nada .

Y eso era justamente lo que deseaba hacer en ese momento , dejar de pensar .

Ese día se cumplían cinco meses de su boda con Cristal.

Los mejores cinco meses de su vida .

Todas los días se levantaba con ella entre sus brazos tiernamente dormida .O directamente era ella misma quien lo despertaba a besos .

Durante la mañana él resolvía sus asuntos en el despacho mientras ella deambulaba por la casa con el pelo suelto , descalza y con un libro en la mano , o simplemente cantando mientras ayudaba en su tarea a los criados, sean cuales fueren, desde cocinar a limpiar , coser o incluso atender a sus niños mientras ellos hacían sus tareas . Harding le había dicho que no tenía por qué hacerlo , de hecho hasta se sentía mal cuando lo hacía por que le recordaba a su madre y a su hermana , y ya no era más un sirviente , ahora era el señor, y no quería que su mujer , la única persona en el mundo que amaba, se pasara así los días , pero ella lo había ignorado por completo .

Algo que a Cristal ,por cierto, le encantaba hacer, ignorarlo.

No te subas a la estantería para coger los libros del último estante.

¿ Que hacía Cristal? Subirse a la estantería para alcanzar los libros más altos . Así que Harding se limitó, una vez que aceptó que no le iba ha hacer caso, a estar justo debajo para atraparla en el aire cuando esta se caía, cosa que pasaba tan a menudo que hacía sospechar a Harding que ya no era siempre inintencionadamente .

Otro tanto de lo mismo sucedía con su prohibición de que saliera al campo sin chaqueta y sin zapatos en noviembre .
Te vas a enfermar , le decía , pero Cristal lo hacía igualmente  y Harding la cuidaba las posteriores dos semanas que ella permanecía enferma en cama sin parar de estornudar.

Pero aquellas disputas sólo ocurrían por las mañanas, las tardes eran otra historia ,pues en ellas si que no pasaban un minuto separados .

Cabalgaban si el caprichoso tiempo londinense lo permitía , jugaban al ajedrez , tocaban duetos de Shubert, hablaban ,reían , sonreían , coqueteaban descaradamente ...

Y las noches ... oh, sin duda las noches eran lo mejor.

Horas y horas de pasión desenfrenada seguidas de horas y horas de dormir abrazados y sin que ninguno de los dos , por primera vez en muchos años , tuviera pesadillas.

Y justo antes de caer rendidos, Cristal se aseguraba de decirle que lo amaba , al igual que  cada mañana cuando se despertaban .

Todo había empezado la mañana después de su boda .
- Te quiero.- había sido lo primero que le había dicho ella.- sé que tu aún no , pero aún así me gustaría decírtelo si me lo permites , porque no creo poder seguir callándolo y para recordarte que ahora sí que hay alguien que se preocupa por ti y que te tiene en sus pensamientos todo el día.

A él le hubiera encantado decirle que también la amaba , pero el miedo se lo impidió , al igual que lo había hecho durante los siguientes cinco meses , así que cuando ella se lo decía , se limitaba a regodearse en su propia dicha y a besarla apasionadamente.

Harding no era una persona especialmente cariñosa , pero le gustaba pensar que Cristal lo era suficientemente por los dos .

Todas las mañanas se abrazaba a su espalda cuando intentaba salir de la cama y le rogaba aún somnolienta que se quedara cinco minutos más, cosa a la que él raramente se negaba .
Siempre le acomodaba el pelo cuando iban a alguna gala justo antes de entrar al salón de baile y le anudaba bien el pañuelo .
Y sobra decir que solía aparecrr tres o cuatro veces durante las mañanas en su despacho simplemente para besarle en la mejilla , acariciársela o contonearse delante suya a sabiendas del efecto que eso tenía en él con la excusa de coger algo que se le había olvidado allí para así conseguir que este acudiera a su lado y dejara sus quehaceres.
Siempre sabía cuando él no había comido o desayunado a falta de tiempo aunque llevara todo el día con alguna de sus hermanas , y por supuesto siempre aparecía al enterarse con una bandeja en su despacho y se ponía a hablar sin parar hasta que este accedía a comer .

Cuando quería su mujer podía ser muy convincente .

Su marido aceptaba de buen grado todas estas muestras de cariño . Cristal no lo forzaba ni le pedía más de lo que le daba , esperaba paciente y risueña a que él se enamorara de ella .

Harding se reía al pensar en que diría su esposa si supiera que siempre habría la puerta del despacho cuando la sentía cantar para así oír su voz mientras trabajaba , que durante las noches pasaba horas y horas sin dormir contemplándola embelesado y que cada vez que la notaba mínimamente distraída se pasaba todo el día angustiando pensando en que le sucedería.

Aquellos dos ... eran tal para cual . Unos completos tórtolos en plena luna de miel que daban alegría a sus sirvientes , quien estaban encantados de oír risas constantes por toda la casa tras tantos y tantos años de silencio .

Si, sin duda los mejores meses de su vida, pensó Harding . Cada día una nueva aventura , algo por lo que reír , por lo que enfadarse o incluso por lo que estar triste o ambos a la vez.

Creía que sabía lo que era vivir , pero después de esos meses al lado de Cristal, se había dado cuenta de que no tenía ni idea .

Eran tan, tan, tan sumamente feliz que todo le parecía irreal . Tan frágil . Un sueño del que no quería despertar .

Pero el gallo cantó y sus ojos se abrieron.

Esa mañana había llegado un carta .

Napoleón había escapado de la isla donde estaba recluido y volvía a la batalla .

Harding debía volver a la guerra.

Lady Habladora Adams (Saga héroes de guerra 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora