Me tiré en la cama sin quitarme los zapatos, con la mirada fija en en techo y sin poder dejar de pensar en aquella noche.
¿Acaso debía ir a declarar que había visto a Amanda Cooper por última vez en el bosque y todavía estaba viva?
Me sentía en parte responsable de la información que tenía en mi poder y que no había compartido hasta el momento, aunque, a decir verdad, nadie me había empujado a hacerlo.
Oí a mi madre gritar algo desde el recibidor, donde se encontraban las escaleras que llevaban a mi habitación, pero no le hice caso. Nunca lo hacía.
Me incorporé. Mi bolso estaba tirado sobre mi escritorio lleno de bolígrafos y papeles, tan desordenado como solo podía serlo el mío.
Gateé sobre la cama hasta que pude alcanzar el bolso y lo atraje hacia mí, soltándolo sobre el mullido edredón de flores antes de rebuscar en él. Tenía que documentar mis últimos recuerdos, pues tal vez servirían para poder desarrollar mi novela.
Sin embargo, no encontré lo que buscaba.
Empecé a entrar en un pequeño ataque de pánico a la vez que vaciaba todo el interior de mi pobre bolso y lo esparcía todo por la cama, con el corazón tan acelerado que me dolía el pecho.
—No, no, no —murmuré.
Pegué un grito a la vez que lo lanzaba todo al suelo, sin preocuparme del estruendo que acababa de causar.
¿Dónde estaba mi maldita libreta?
Me levanté y, cuando lo hice, el tacón de mi botín me traicionó, provocando que me desestabilizara y casi volviera a caer.
Caer.
«Joder».
Recogí mi abrigo del montón de ropa que vestía la silla de mi escritorio y salí de mi habitación tan rápido como pude.
Bajé las escaleras de dos en dos, sin preocuparme por tropezar. Nada en ese momento me preocupaba más que regresar al punto en el que me había cruzado con Dante Della Rovere, el único en el que se me podía había caído la libreta.
—Barbie, ¿a dónde vas? —preguntó mi madre desde el salón, sentada en su butaca de preferencia, la más cercana a la chimenea de leña que aromatizaba toda la casa, sin excepción.
No me detuve ni un segundo, ni siquiera para echarle un vistazo, sino que salí por la puerta principal, dando un fuerte portazo, sin desviarme de mi camino.
Aceleré el paso cuando ya me estaba acercando a la cinta policial que separaba la ciudad del bosque, lista para seguir mis huellas sobre la tierra todavía húmeda hasta donde se encontraba mi libreta, lo único que me importaba en aquel momento.
—¡Barbara De'Ath, lo que estás a punto de hacer está prohibido hasta nuevo aviso! —chilló una voz algo aguda para tratarse de la de un hombre, aunque tan característica como sólo podría serlo la suya. Apreté los puños, dispuesta a hacer oídos sordos y pasar por debajo de la cinta sin prestarle atención al sheriff, aunque él no iba a permitírmelo—. Ni se te ocurra saltar. Es peligroso.
Giré la cabeza lentamente. El sheriff Rees había bajado de su coche y estaba apoyado en la puerta, frente a su casa, mirándome con desaprobación.
¿Qué le importaba a ese hombre lo que yo hiciera con mi vida?
—Me he dejado algo —dije, señalando el interior del bosque. Para qué mentir.
Grant Rees negó con la cabeza y me hizo un movimiento con la mano para que volviera para atrás.
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Dante
Vampire«Si quieres acercarte al demonio, has de tener presente que, junto a él, arderás en el infierno y nunca podrás volver atrás.» Historia iniciada el 1/10/2018