61. ¿Recuerdas la luna llena?

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Dejé que el agua hirviente cayera sobre mi cuerpo, quemándome la piel al instante, enrojeciéndola y provocándome cierto dolor en el que encontraba un extraño placer.

Mi cabello se pegaba a mi rostro incómodamente y tuve que desviar mi cabeza hacia un lado para que el agua pudiera correr por mi cuerpo entero, arrastrando consigo la suciedad y todo el dolor que recorría cada milímetro de mi piel, escapándose por el desagüe a mis pies.

Respiré profundamente, llenando mis pulmones y, lentamente, dejé escapar el aire, manteniendo la calma y un ritmo cardíaco pausado, intentando compensar todo lo que había vivido en los últimos días.

Valentino tenía razón al hablar de mi miedo. Tal vez no sabía expresarlo como otros lo hacían, con gestos, actos o palabras, porque, tal vez, no supiera gestionarlo como debía. Yo sentía mi corazón latir, mi alma gritar y mis piernas temblar, pero no temía que algo malo pudiera pasar. Confiaba ciegamente en mi capacidad de supervivencia, como en todas mis historias inacabadas, en las que el más idiota era el único que lograba sobrevivir. Desde luego que esa idiota era yo.

Cerré el grifo y enjaboné mi cuerpo entero, dejando que mis recuerdos traumáticos desaparecieran como la suciedad sobre mi piel.

Tal vez no era una estúpida insensible, después de todo. Muy probablemente me estaba montando una historia de ficción en mi cabeza que se complementaba a la perfección con los irreales sucesos de la realidad y estaba segura de que, viéndolo como otra de mis historias, era incapaz de afectarme emocionalmente.

Sin embargo, había visto cómo el hombre al que hacía tiempo que anhelaba, que era un vampiro, y no de los de Crepúsculo, asesinaba con sus manos a mi tío abuelo, el sacerdote de Aurumham, Julius De'Ath, mi antecesor en un pacto centenario y satánico que pretendía ocultar la existencia de demonios en forma humana al Creador, en cuyo nombre el padre Julius llevaba asesinando desde que tenía mi edad.

¿No era acaso la trama perfecta para una novela cliché en Wattpad?

Suspiré, volviendo a abrir el grifo y dejando que el jabón se diluyera lentamente.

Estar a solas no me ayudaba a mantenerme alejada de mis pensamientos. Había oído perfectamente al sheriff Rees hablar del cuerpo descubierto en el bosque y algo me decía que, pronto, el de Gavin sería el siguiente en aparecer. No estaba segura de cuánto tiempo hacía que él llevaba secuestrado como lo había estado yo, pero sabía que, al menos, en sus últimos momentos de lucidez correspondientes a sus primeras horas como rehén de los Della Rovere, había podido ver cómo yo, la protegida, yacía inmóvil en una cama junto a la suya, por obra y gracia del maldito Dante, quien también se había encargado de él. Su testimonio era clave para acusar de las desapariciones de la ciudad a los vampiros, así que estaba segura de que el mayor de los hermanos no iba a dejarlo como un simple cabo suelto.

Cerré el grifo y me centré en el reflejo de mi cuerpo desnudo en el espejo frente a la ducha hasta que el vaho me privó de la temible visión. ¿Cómo era capaz de conocer toda esa información y vivir tan en paz como lo hacía yo, con ese rostro marcado por la impasibilidad absoluta y esas heridas cubriendo la pálida piel de mis brazos?

Abrí la mampara de cristal para salir de la ducha, limpiando con mi antebrazo el espejo para volver a ver mi despreciable rostro imperturbable. Solía estar orgullosa de mi coraza, la que me alejaba del mundo que me rodeaba, aquel que no me importaba que ardiera con las llamas del infierno, pero, en aquel instante, no encontraba absolutamente nada agradable en mí.

Bueno, tal vez sí. Valentino me deseaba. Me quería. A esa chica del espejo, dramática, tanto, que observaba su cuerpo desnudo mientras el vaho volvía a empañar el frágil cristal, como en una lenta película de Navidad, mientras una poderosa tormenta amenazaba con llenar el día más feliz del año en lágrimas que yo no había derramado.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora