60. Primera noticia

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—Voy a coger una pala, voy a cavar un hoyo y te voy a meter dentro yo misma, estúpida —dijo mi madre nada más abrir la puerta, vestida con su reglamentaria bata de andar por casa.

Bajo sus expresivos ojos castaños se hallaban sus dos oscuras ojeras, tan profundas como iba a serlo la tumba en la que pretendía meterme después de aparecer por casa tras cinco días sin haber dicho ni una sola palabra, aunque tenía una buena excusa, pero no podía compartirla. ¿Iba a creerme si le decía que había estado paralizada por la sangre vampírica del hombre que un día llevé a casa? Desde luego que no.

Intenté forzar una sonrisa, aunque ni siquiera me dio tiempo, pues ella ya me había dado un manotazo en la mejilla, ante la atenta mirada de Valentino, quien, desde lo que había pasado en el bosque minutos atrás, no había dicho ni una sola palabra.

—Es que te mataría, te juro que lo haría —gruñó, con la voz temblorosa, ocultando su alivio interior con rabia

—Al menos no me ha matado el loco del bosque, por Dios, no me pegues por estar viva —dije, sujetándome la mejilla dolorida, evitando mirar a Valentino por la vergüenza que sentía en aquel instante.

Sí, tenía veinte años y sí, mi madre todavía me pegaba guantazos como si tuviera dos.

—¿Y dónde narices has estado? ¿Acaso has aprendido después de todos estos años que imitar a tu padre es lo que va a mantener esta familia en pie? —preguntó, realmente afectada, por lo que supuse que el mentiroso compulsivo de mi progenitor todavía no había vuelto a Aurumham incluso pensando que yo era la tercera desaparecida.

De pronto, algo se iluminó en mi cabeza. ¿Y si mi padre no era tan tonto como yo creía? ¿Y si conocía la historia de mi familia y su función era evitar que se terminara el legado? ¿Y si él sabía que tenía a otro heredero, el verdadero, a buen recaudo?

Mi madre me agarró del cuello de la camisa y me zarandeó, gritándome que le respondiera.

Valentino, con una ceja alzada y totalmente sorprendido por la reacción de la inestable Theresa De'Ath, dio un paso hacia su izquierda, separándose de ambas como el maldito cobarde que era.

—¡He estado con él! Con él y con sus hermanos, en la villa Della Rovere. Mi móvil murió y...

El rostro de mi madre se volvió rojo al instante, a la vez que dirigía su mirada hacia Val, quien, horrorizado por mi confesión, había abierto los ojos exageradamente y negaba con la cabeza como si no tuviera nada que ver.

—¡Tú sí que vas a morir! ¿Qué estabas haciendo en esa casa? ¿Estás loca?

—Pensar con mi cuerpo y no con mi cabeza. Es algo que suelo hacer mucho últimamente.

Si mi madre no se moría allí mismo, en aquel preciso instante, no iba a hacerlo jamás. Tal vez la inmortal sería ella y no mis satánicos Della Rovere.

Me soltó de la camisa y se enderezó, totalmente contraria a lo que yo creía que iba a hacer.

—Llevo casi seis días creyendo que eras la tercera desaparecida y que en cualquier momento iba a aparecer Grant Rees por esta puerta a decirme que habían encontrado tu cadáver. Vi la sangre en tu habitación y en las escaleras hacia el segundo piso y todo estaba ordenado, como si jamás hubieras vuelto de la iglesia. Eres una egoísta por solo pensar en ti durante una de las olas de desapariciones, sabiendo que yo estoy aquí, sola, llorando por ti mientras tú andas acostándote con Dios sabe quién.

Si Alessandro hubiera estado allí en aquel instante, habría dicho algo parecido a "Dios sí lo sabe, porque se acuesta conmigo".

Si, por el contrario, hubiera sido Dante el que ocupara su lugar, probablemente habría intentado buscar una excusa mejor que la mía para justificar mi ausencia y que a la vez jugara a mi favor.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora