Bonus⇝ 34

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Como os saltéis este bonus voy a vuestra casa, os rompo las piernas, y luego me vuelvo a la mía como si nada. Quedáis avisados.

P.O.V. Valentino

—¿Quién ha dicho que ya no necesite acosarte sexualmente? —murmuré, sin mirarla.

Sentía sus ojos castaños clavados en mí, tentándome tanto como lo había hecho su dulce sangre el día en que la probé.

No sabía en qué momento me había dado cuenta de que no era por culpa de mi veneno lo que me hacía seguirla a todas partes, dejando sobre cualquier objeto que acariciara con sus largos y finos dedos su aroma a fresas silvestres y a hogar en invierno. Era tan humana, tan inocente, tan pura, que era casi imposible para mí resistirme a ella, y estaba seguro de que tanto Dante como Alessandro sentían exactamente lo mismo.

Fijé mi mirada en el café que me había preparado la chica del pelo negro que me había observado con fascinación la primera vez que entré en aquella cafetería y me llevé el vaso largo de cristal a los labios, bebiendo un largo trago del dulce latte machiatto, probablemente de las pocas cosas que me recordaban a la vida.

Ella seguía mirándome con fascinación, como siempre lo había hecho, y mi fuerza de voluntad era demasiado débil como para que pudiera seguir en aquella postura, fingiendo que no sentía absolutamente nada por la entrometida chica del cementerio, de rostro agradable y a la vez simple y de cabellos largos y olor a frutos del bosque, como los que iba a recoger con mi madre cuando mi asqueroso padre nos daba permiso.

Me levanté, ignorando los murmullos de la pelirroja y el policía, que no me quitaban la vista de encima, e inspiré todo el aire que podían abarcar mis pulmones antes de girarme hacia ella.

Coloqué mi mano izquierda sobre la barra, justo al lado de donde se encontraba su brazo, cubierto por una extravagante chaqueta roja, y clavé mi mirada oscura en la suya.

Vi cómo tragaba saliva con dificultad y se notaba a leguas su nerviosismo debido a mi simple acción.

Me agaché lentamente, sin perder el contacto visual, hasta que mi rostro quedó a la altura del suyo y pude rozar la punta de su cálida nariz con la mía, que, desde mi primera muerte, seguía helada.

Oí su corazón acelerarse, pero no se apartó, tal vez por miedo, o tal vez porque mi presencia nunca le había molestado.

—Si crees que tan solo te seguía por culpa de tu sangre, eres más estúpida de lo que creía —susurré, conteniendo las ganas de romper el espacio que se hallaba entre nosotros en aquel instante y probar aquellos labios azucarados, que todavía debían saber al café que había tenido entre las manos minutos atrás.

Su corazón cada vez latía más rápido y vi su mirada desviarse hacia mis labios, llenándome de satisfacción. Podía ser que Barbara prefiriera a Dante, así como él lo hacía con ella, pero no podía evitar sentirse injustamente atraída por mí, aunque no tanto como yo lo hacía.

—¿Qué estás diciendo, Valentino? —exclamó con la voz ahogada, delatándose.

Sonreí, lleno de satisfacción, sin apartar mi mirada de la suya, tan asustada como intrigada por mí.

Ella sabía que mi atracción iba mucho más allá de lo que la luna llena pudiera haber borrado en su interior, y me fastidiaba en cierta manera que mi sangre hubiera dejado de tener efecto en su cuerpo lleno de curvas que habría encajado perfectamente con el mío aquella misma noche de no ser por culpa de mi celoso y sobreprotector hermano.

Entreabrió los labios, hinchados por la presión que había ejercido sobre ellos con sus dientes durante unos segundos, tentándome todavía más, aunque yo ya estaba perdido.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora