53. El legado de la heredera

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Fui estúpida al creer que me saldría con la mía en mi intento por secuestrar el libro que Dante llevaba siglos persiguiendo sin que nadie se interpusiera en mi camino.

Estaba llorando por alguna razón, no estaba segura de si de alegría por haber conseguido llegar a mi casa con vida, porque mis pies estaban sangrando como nunca antes o si tal vez era porque estaba tan estresada como nadie nunca había estado en la historia de la humanidad.

Sin embargo, al cerrar la puerta de mi habitación y apoyarme en ella en un intento desesperado de impedir que alguien la atravesara después de mí, las lágrimas desaparecieron por completo y puedo jurar que se me paró el corazón durante varios segundos y casi morí en aquel mismo instante, de no ser porque el dolor que me provocaban las múltiples heridas de las plantas de mis pies me mantenían bastante despierta.

—Ha sido la cosa más estúpida que has hecho en tu vida. Eres consciente, ¿verdad? —preguntó él, apoyado contra la ventana, el método favorito de entrada de todos y cada uno de los vampiros del universo.

El bajo sol del atardecer había creado una increíble aureola angelical a su alrededor, sombreando su figura aunque dotando su contorno de una embriagadora luminosidad, con distintos rayos dorados apuntando directamente hacia en interior de mi habitación, opacados casi al completo por él y su inigualable belleza.

Incluso a contraluz, sus ojos verdes destacaban de entre todas las facciones de su rostro, por muy hermosas que fueran, y eso, al parecer, fue la causa de que tuviera una arritmia que casi me provocó una muerte súbita e injusta.

—Tú no eres Valentino —dije en mi defensa, abrazándome al libro como si fuera mi ancla a la vida.

Dante dio un paso adelante y luego otro y otro más, hasta quedar frente a mí, aunque suficientemente lejos como para que mis rodillas no empezaran a temblar.

—¿Acaso esperabas a Vivi? —preguntó con la voz ronca, levantando la barbilla y bajando la mirada a la vez para observarme desde su gran altura, tan imponente como atractiva.

—Siempre lo hago. Al menos, cuando ambos hemos bebido de la sangre del otro. Es incómodo pero cierto —acerté a decir, intentando encontrar una forma de alejarlo de mí.

Dante nunca había venido a por mí, no sin que fuera estrictamente necesario. Y, por eso mismo, sabía que aquella vez no era una excepción. Él tan solo quería el libro.

—Lamento decirte que está... Ocupado —susurró, aunque no supe exactamente a qué se refería con ello.

Yo estaba sudando como una cerda. Realmente no era una escena romántica, ni tétrica, ni atractiva. Era algo verdaderamente asqueroso y debido a que mis pies estaban sangrando como un volcán en erupción y que el hombre al que había besado por primera vez estaba allí, mirándome con sus ojos verdes, como si yo no estuviera a punto de cortarme las piernas para dejar de sufrir.

Sin embargo, no me moví ni un milímetro, porque eso era señal de bajar la guardia y yo no podía permitir que lo que había pasado con Julius me ocurriera de nuevo a mí. No hasta que hubiera leído ese maldito libro del demonio.

—No tengo tiempo para vuestros juegos —dije, mirándole fijamente a los ojos—. Déjame en paz.

—A Valentino no lo has echado ni una sola vez —gruñó, como un niño celoso.

Dio un paso hacia delante, acortando la perfecta distancia entre nuestros cuerpos.

Mi traicionero corazón se aceleró ligeramente, provocando una pequeña y juguetona sonrisa en su rostro que, desde luego, no iba a conseguir hacerme cambiar de opinión en absoluto.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora