44. Valnífico

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Alguien va a querer matarme después de esto pero como total ya soy vieja (me quedan dos meses y ocho días para cavar un poco más mi tumba, es decir, cumplir los veinte), me da igual. Kisses, bitches.

—¿Cómo has entrado en mi habitación? —exclamé, llevándome una mano al pecho por la sorpresa.

Valentino estaba sentado en el borde de mi cama, con las manos apoyadas en el colchón y una de sus piernas estiradas sobre el suelo de parqué que cubría por completo mi habitación, meneando lentamente su pie de un lado a otro a la vez que me observaba con la cabeza ladeada y un indicio de sonrisa poco sincera.

Sentí mi cuerpo estremecerse ante su esbelta figura y un sofocante ardor dominar mi pecho cuando mi mirada se fijó en la suya, tan fría y sugerente.

—Como los chicos malos. Por la ventana —murmuró, tras chasquear la lengua.

Me pegué contra la fría puerta de mi habitación, intentando controlar mi temperatura corporal, cada vez más difícil de dominar.

—Tú no eres un chico malo. Eres un vampiro y un acosador —aclaré, manteniendo el tono de voz constante.

Eché un vistazo a mi ventana, tan solo para comprobar que estaba, evidentemente, abierta de par en par. Mi madre solía olvidarla de aquella forma y esa era una de las razones por las que había encontrado plumas de cuervos sobre mi cama en más de una ocasión, aunque, por supuesto, aquello era distinto. Era Valentino Della Rovere quien gozaba de la comodidad de mi colchón, no un maldito pájaro.

—Siento tu deseo —susurró, impulsándose con las manos para levantarse.

Me temí lo peor. Me había acorralado a mí misma en mi propia habitación, la cual no era ni la mitad de grande de aquella en la que había dormido tras haberme mordido aquel mismo idiota, y estaba claro que no había tenido ninguna clase de problema para poder tenerme entre sus brazos el día anterior, así que dudaba que lo tuviera ahora, a dos pasos de mí.

Por supuesto, intenté huir, dándome la vuelta y agarrando el pomo de la puerta con esperanzas de conseguir alejarme de mi acosador personal, aunque no pude hacerlo, pues, nada más apartar mi mirada del hermoso chico de cabellos negros, sentí sus manos colocarse en mi cintura y su duro torso pegarse a mi rígida espalda.

—¿A dónde te crees que vas, mia piccola tentazione? —me susurró en el oído, acariciando la parte superior de mi oreja con su nariz, tan fría como agradable.

Sentí mi cuerpo tensarse al sentir el suyo pegado a mí. Sus manos se mantenían firmes sobre mi cintura, aunque sin apretarla con fuerza, controlando el movimiento de mi cuerpo con su suave sujeción.

Sentí su respiración a través de su pecho, que subía y bajaba pegado a mis hombros, a la vez que el cálido aire que emanaba de su interior chocaba contra la piel de mi sensible oreja, apartando los escasos cabellos que la cubrían con una sola exhalación.

—Déjame, Valentino. Esto está mal. Todo lo que haces conmigo lo está —gruñí, intentando no pensar en el evidente descontrol de mi cuerpo debido a su cercanía.

Lo sentía contra mí, cada centímetro de su ser, y aquello estaba provocándome un maldito paro cardíaco.

—No seré el único estúpido que siga las reglas —dijo de pronto, y sentí sus labios rozar con suavidad mi oreja antes de conseguir darme la vuelta en un solo movimiento.

Mis manos se pegaron a su pecho para evitar que nuestros rostros chocaran y él cambió la posición de las suyas, colocándolas justo sobre mis costillas inferiores.

Mi corazón iba a estallar y mi bajo abdomen iba a ser el culpable de ello.

Suspiré, sintiendo su frío cuerpo contra el mío, pidiéndome en silencio que siguiera sus movimientos, de una forma tan terriblemente sensual que sentí que me iba a fundir entre sus brazos.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora