58. Creo en el diablo

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—Idos con el policía, yo llevaré a Barbara a su casa después de buscar el pacto —dijo Dante, dejando caer el cuerpo de Julius, ya muerto, al suelo, como si nada.

Fijé la mirada en el sacerdote, sabiendo perfectamente lo que acababa de ocurrir, aunque fallando estrepitosamente en lo de parecer una nieta afligida por la muerte de un ser querido. Estaba muerto, Dante lo había matado, y yo no había hecho nada para impedirlo, pues, de aquella forma, ya no haría más daño.

Gavin seguía en el suelo, medio inconsciente, sin comprender del todo por qué seguía revolcándose en el barro, aunque sin hacer ni una sola pregunta, tal vez porque no era capaz de formularla.

—¿No crees que tenemos que hablar, Dante? Todo eso que has dicho... —balbuceó Valentino, frunciendo los labios poco después.

Alessandro, que seguía sujetándome como si tuviera intenciones de huir después de todo lo que había ocurrido allí, se limitó a reír por lo bajo.

—Inocente lagartija... ¿Ni siquiera se te había ocurrido sospechar que Dios no tenía nada que ver con ésto? ¿A ti te parece que tenemos tanto poder sobrenatural como para llamar la atención de un ser celestial?

Dirigí mi mirada hacia Alessandro, quien, divertido, observaba a su vez a su hermano pequeño, el cual estaba incluso más confundido que yo.

Dante se acercó a donde estábamos los tres, con el semblante serio, totalmente tranquilo, como si no acabara de asesinar a alguien a sangre fría.

—No es el momento de hablar de eso. Llevaros a Gavin. Yo me ocuparé de lo demás —insistió, agarrándome del codo para apartarme del cuerpo de Alessandro y acercarme al suyo.

Me retorcí para intentar evitar que me tocara con la misma mano que acababa de robar la vida a mi tío abuelo, pero a él le daba completamente igual que yo me moviera incómoda, pues tan solo se limitó a sostenerme junto a él, con el ceño fruncido.

—Creo que, después de todo lo que ha pasado, me merezco saber algo de lo que está ocurriendo. Y algo que sea real, no toda esa sarta de mentiras que me he tragado como si fueran tabletas de chocolate —dije, con la voz firme, mirando fijamente a Dante con evidente hastío—. Me lo merezco porque has estado a punto de matarme.

Él chasqueó la lengua, como si le fastidiara el hecho de que siguiera teniendo ánimos de hablar después de todo lo que me había hecho, siendo lo menos importante el acabar de asesinar a mi tío abuelo frente a mis ojos.

Eso ya lo había superado. Casi.

—Yo no iba a matarte —soltó de pronto, como si ya tuviera que saberlo.

Fruncí el ceño, más que confusa, molesta. Todo era tan retorcido y depravado que me era imposible controlar mis expresiones, incluso cuando era lo único que quería hacer.

—¿Entonces por qué me diste tu sangre? ¿Por qué me retuviste vete tú a saber cuánto tiempo en ese establo? ¿Por qué amenazaste con asesinarme si no conseguías ese jodido pacto del demonio? Me tienes hasta los ovarios, Dante, ¡hasta los mismísimos ovarios! Te arrancaría los huevos y te los pondría de corbata tan solo para que sepas cómo me siento ahora mismo, maldito idiota —grité, fuera de mí, evidentemente agitada, señalando con el dedo acusador al vampiro, al asesino y al maldito psicópata que tenía delante, sin temer por mi vida, porque eso era el último de mis problemas.

Dante, con su característica impasibilidad, colocó su dedo índice sobre mis labios para evitar que siguiera hablando y, con un simple gesto al levantar su barbilla, ordenó a sus hermanos que se marcharan.

Alessandro, con una sonrisa en los labios tras mis palabras, se agachó para recoger a Gavin del suelo como si fuera su peor accesorio y, sin decir ni una sola palabra, obedeció la silenciosa orden de Dante, desapareciendo con su velocidad sobrenatural del cementerio hacia las profundidades de la alameda.

DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora