24. DÍAS GRISES

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CAPÍTULO 24

"¿Podré alguna vez poseer tu corazón?

Tengo sed de tus besos, sed que sofoca mi deseo de vivir.

Es la muerte mi esperanza. Porque no te tengo"

Recostada en el suave diván de la Dirección, Misaki recordaba los versos de un lejano poema que martilleaba su mente con pérfida insistencia.

"Yuzu".

Su rostro precioso estaba tatuado en sus más recónditos sentidos. Los ojos verdes cautivadores, como los de una hechicera tierna y maravillosa; la voz de pajarillo, dulce como el canto del océano... labios, deliciosos, suaves, adictivos. Pero el recuerdo que más laceraba su ansia loca de tenerla, era el de su agitada respiración cuando la acariciaba. Era tan intensa la fragancia erótica que desprendía su piel, que su corazón se agitó de sólo evocarla.

"Yuzu, Yuzu".

Su presencia invisible abrazaba su ser con desesperada locura. Su carne quemaba de deseo por poseerla con vehemencia ardiente y apasionada.

"Yuzu, Yuzu." Esos besos de fuego, su cuerpo de ninfa...

"Me voy a volver loca". Se revolvió en el diván, apretando sus senos con voracidad, intentando calmar su enardecida pasión. Suspiró, frustrada por el doloroso vacío que flagelaba su carne, deseando casi morir antes que seguir sintiendo esa horrible sensación de soledad y abandono.

"No es posible respirar sin tu luna.

Es mi sueño besar tus noches eternas,

y vivir en tus pestañas,

Queriendo cada punto de la luz divina

Que descubre tu encanto de diosa"

Los versos caían en cascada, ahogándola con sus verdades ilusorias. Se levantó y alisó sus desordenados cabellos, secando una lágrima que resbalaba, traidora, por su rostro de marfil. Sabía que su guerra estaba casi perdida. No era posible luchar contra el amor profundo y genuino que Yuzu profesaba con devoción idólatra hacia Aihara Mei. Se volvió a sentar, cubriéndose la cara con las manos.

"Yuzu".

Esta vez, pronunció el amado nombre en voz alta, casi como una súplica. Entonces, alguien abrió la puerta. Desganada, y limpiando rápidamente su faz manchada y salubre, iba a increpar al intruso que se atrevía a entrar sin anunciarse.

¡Largo de aquí!- gritó; sin embargo, la expresiva frase se congeló de repente, al igual que su emisora.

Parada en el umbral, alicaída y sin ánimo estaba Yuzu. Su lindo rostro era la tristeza personificada, y Misaki sintió que su espíritu se estremecía al verla allí, tan sola y vulnerable. Corrió a su encuentro, la tomó del brazo y cerró la puerta. Yuzu se precipitó hacia ella, escondiendo su rubia cabeza en el pecho suave y perfumado que parecía alejarla del frío. No lloraba. Sólo la estrechaba con fuerza desesperada.

Misaki la envolvió en un mar de caricias, percibiendo su angustia. No preguntó nada; casi por instinto supo que algo no andaba bien con Mei. Sólo esa razón podía llevar a Yuzu a sus brazos; y se sintió infinitamente agradecida por eso.

Pasados unos minutos, la calma anidó en el alma de Yuzu. Levantó la cabeza y miró largamente a Misaki, penetrando en las azules lagunas que parecían temblar de amor por ella. Ésta creyó perder el juicio.

-Yuzu- susurró suavemente- Te amo.

Estas palabras fueron dichas con voz trémula, contenida. Misaki pensó que sus venas estallarían, y su cuerpo se sacudió con violencia. Acercó su boca al oído de Yuzu, y lo besó, intentando no perder el poco control que aún le quedaba. Yuzu se apartó al instante, y volvió a mirar a Misaki, esta vez con un raro brillo en sus pupilas de jade. Por unos segundos, el aire se llenó de estática.

CITRUS-UNA CONFESION INESPERADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora