Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 2)

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—¡Son las seis! ¿Desde cuándo te vas antes de las ocho? —preguntó su amigo cuando entró a su oficina.

—Y, ¿a ti desde cuándo te importa la hora a la que salgo? —respondió Leo mientras metía unos archivos en su mochila de mensajero.

     Cuando empezaba con sus interrogatorios, algo traía entre manos. Lo quería como a un hermano, pero era demasiado entrometido para su propio bien. Se lo atribuía a su falta de entretenimiento femenino, y, por consecuencia, toda su atención la enfocaba en él y sus movimientos.

—Es verdad, no me interesa. Por cierto, ¿adónde vas a llevar a Caro? —indagó su amigo con curiosidad.

Leo se paralizó y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. «¡Ya salió el peine!», pero en vez de darse palmadas en la espalda por su descubrimiento debería estarse preguntando: «¿Cómo carajo se enteró?» No era como si lo hubiera anunciado.

—¿Cómo sabes que voy a salir con Carolina?

—Tú me lo acabas de decir, bro —respondió con una risa burlona—. Y, ¿qué hay de la princesa de hielo? Dudo que esté saltando de alegría.

—¿A ti qué más te da lo que Soni piense? Siempre te ha reventado el hígado. —Y era la verdad. No exageraba; ni siquiera decía su nombre porque, según él, le quemaba la lengua. Leo miró el reloj colgado en la pared y terminó de guardar los papeles—. Por más que quisiera seguir discutiendo el tema, algo que, por cierto, no volverá a suceder; se me está haciendo tarde.

—¿Llevas suficientes condones? Si no, tengo una caja nueva en mi escritorio. Es toda tuya si la quieres.

—No digas pendejadas, Óscar. Nada más somos amigos y la voy a llevar a cenar.

—Eso sí es una novedad. Tú eres de los que solo pide servicio a la habitación y nada de postre para llevar.

—Ella no es como las demás. —Con esa frase flotando en el aire se marchó sin despedirse y pensando si era cierto lo que acababa de afirmar.

Carolina lo intrigaba. Lo obsesionaba. Si no fuera un cínico, diría que ella lo embrujaba.

Leo se metió a su auto y de inmediato se aflojó el nudo de la corbata. Quería pedirle a Óscar las llaves de su departamento para darse ahí una ducha rápida, pero con tanto interrogatorio se le quitaron las ganas. No quería ir al de su hermana por obvias razones; era poco probable evitarla cuando también lo usaba como oficina. Gruñó, irritado. Jamás pensó que extrañaría de esa forma su departamento. Si lo meditaba, era la secuela irrebatible de hablar sin pensar. De actuar por impulso. Parecía que todos sus arrepentimientos decidieron regresar y cobrar ese mismo día la factura. Ahora tendría que ir al gimnasio y ducharse en las regaderas que tanto detestaba usar.

Desde que se levantó, intentó seguir el plan que cuidadosamente había armado, pero este se negaba a funcionar. Si no era un cliente inconforme; era la copiadora que decidió masticar los contratos que tenía que entregar personalmente a medio día para cerrar un nuevo trato; y, para finalizar, Óscar estaba al tanto de su cita con Carolina. Lo más conveniente habría sido no haberse acercado esa mañana por la oficina, mejor aún habría sido llamar temprano con la excusa de estar enfermo. Sabía que así se habría evitado todos los problemas del día.

Sin embargo, algo inusual estaba ocurriéndole: no podía dejar de sonreír. Por primera vez no estaba echando humo por las orejas por no tener el control de lo que ocurría a su alrededor; si se caía el mundo a pedazos, con gusto juntaría las piezas y una a una las pegaría él mismo. Lo único que le importaba era que, en menos de una hora, vería de nuevo a Carolina. Aunque no podría besarla, se conformaba con imaginar sus labios sobre los suyos.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora