Capítulo 61 {Cómo hablar}

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"Es el destino quien nos lleva y nos guía

Nos separa y nos une a través de la vida."

-Amaral


     Leo se quedó anclado al suelo. No podía apartar la mirada de Carolina, no tenía ojos más que para ella. Estaba recostada en uno de los sillones acojinados mirando las estrellas. No parecía que hubiese notado su presencia. Se veía tan pacífica, tan en paz.

A pesar de la escasez de luz podía describir cada detalle de ella. La conocía de memoria. Llevaba un vestido blanco de lino con tirantes delgados que acentuaba las increíbles curvas de su cuerpo. Estaba descalza y sus largas piernas, diseñadas para tentarlo, al descubierto. Era preciosa. Perfecta.

Leo tendía a analizar todo, pero cuando ella estaba cerca perdía noción de lo que lo rodeaba. Intentó tragar, pero tenía la boca seca. No le encontraba sentido a lo que tenía frente s sus ojos.

¿Qué se suponía que debía pensar de todo esto?

Caminó hacia ella, como si un despiadado magnetismo tirara de él y le impidiera actuar por voluntad propia.

Carolina enderezó la cabeza y lo miró. Lo vio todo. Sus enormes ojos cafés lo atraparon y sintió que algo se movió debajo de sus pies haciéndolo perder el balance.

—Hola —la saludó, y enseguida se descolgó el morral para dejarlo en el piso.

—¿Qué haces aquí? —preguntó desconcertada, al igual que él, por encontrarse en el lugar más remoto que los dos imaginaron hacerlo otra vez.

—¿Estabas esperando a alguien más?

—No —dijo con un tono serio que no supo interpretar—. Me gusta venir aquí para estar sola, pero me encontré con todo esto —dijo refiriéndose a la decoración del lugar. A él también le había parecido inesperado.

Leo rió y agitó la cabeza ante la ironía más grande. Había caído por completo en el tejido de aquel elaborado plan, digno de un celestino de la era moderna. Lo hubiese esperado de cualquiera menos de él. De quien se suponía era su mayor rival y enemigo. Realmente era cierto cuando se decía que nunca se llegaba a conocer a alguien en su totalidad. Lo impresionó de un modo inimaginable. Se dio cuenta que había visto lo que había querido ver y malinterpretado sus palabras para acomodarlas a la conveniencia de sus más profundos miedos.

—Sigues sin responderme. ¿Qué haces aquí? —insistió, pero esta vez había un aire curioso en su voz. Le agradó. Que sintiera curiosidad era bueno.

Aunque sabía que no se la iba a poner fácil estaba dispuesto a ganar la batalla de su vida. De recuperarla a ella y ganarse de nuevo su corazón. No se detendría ante nada. Esta sería la última oportunidad que tendría.

—No lo sabía hasta que te vi aquí —confesó sentándose en la butaca vacía que estaba a un lado suyo.

Ella arqueó las cejas, no parecía creerle.

—Me extraña de ti. Siempre tienes un plan para todo —dijo con una mezcla entre burla y reproche.

—Esta vez no lo tengo, el destino fue el que me trajo hasta a ti —anunció creyendo firmemente cada una sus palabras.

La miró y vio que algo brilló dentro de sus ojos. Lo reconoció de inmediato, era emoción. Sin embargo, se extinguió con tal rapidez, que quizá lo imaginó.

—Tú no crees en el destino, ni en las casualidades —dijo con pesadumbre.

Su acusación estaba justificada. Leo jamás le había ocultado su escepticismo, al contrario, lo aireaba elocuente y ufanamente, como si acarreara un estandarte. Tampoco lo fastidioso que le resultaba tocar ese tema. Sin embargo, siempre había odiado encontrar desilusión dentro de sus ojos. Misma que el provocaba. No fallaba en anudarle el estómago.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora