Capítulo 13 {Cada Que...}

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    Cuando Leo cruzó la entrada del bar y observó a un hombre caminar hacia él, no pudo evitar preguntarse «¿En qué demonios estaba pensando cuando decidí venir aquí?». El suponer que él no se encontraría esta noche supervisando uno de sus dominios, fue estirar demasiado su suerte. Además era difícil mantenerse al tanto del rápido crecimiento de su imperio.

Al estrecharle la mano como lo hacían los amigos auténticos, Leo no acababa de asombrarse de su destreza para ocultar el fastidio que le producía la presencia de Daniel Silva. De lo que alguna vez fue una amistad asentada solo quedaba el remanente. En cuanto encontrara a Óscar lo mataría por su brillante idea de haber escogido este lugar.

Las risas forzadas y la incomodidad de adentrarse en una pequeña multitud tentaban a Leo a darse la media vuelta y dirigirse a la salida mientras que la camaradería con los amigos, que seguro le revitalizaría los ánimos, insistía que él se quedara. La indecisión que alimentaba su debate interno se disolvió al instante que Leo se detuvo de golpe y ella lo atrapó con su mirada. Intensa y confundida, consumiendo la entereza que trajo puesta al cruzar la puerta. Justo como aquel día en que la encontró recargada en una pared deteriorada, esa visión se apoderó de él. Leo retenía el aliento y no podía apartar sus ojos de los de ella.

Todos los años que tuvo para perfeccionar su habilidad para fingir afabilidad fueron insuficientes para prepararlo para presenciar la imagen que sucedía frente a sus ojos. La rabia tomó el lugar del desconcierto al advertir la mano de Daniel deslizándose intencionalmente por la espalda de Carolina como si tuviera el derecho a hacerlo. El lado posesivo de Leo se desató. Uno que sólo ella era capaz de incitar.

Leo no iba a negar que, al notar su sonrisa torcida y desafiante, se atravesó por su cabeza la idea de recriminarle su desaparición y desahogar la frustración que se le había acumulado todos estos meses. Su deseo por besarla y sentir su cuerpo lozano estrujándose al de él encontró su camino para emerger también. Ambas pretensiones eran igual de potentes que le provocaba un deseo incontrolable de mostrarle lo furioso que estaba con ella por hacer que la deseara tanto. La acostaría debajo de él en su enorme cama para acariciar su piel y la colmaría de besos. Aprisionaría sus brazos sobre su cabeza para que ella no hiciera otra cosa más que dejarse apremiar por él. El cierre de su pantalón se tensó, volviéndose incómodo.

Lo que nunca se atravesó por su mente fue que Carolina lo hubiera olvidado. Lo sintió como un golpe directo al estómago. No tenía idea por qué, pero averiguarlo lo enervó impetuosamente. Infinidad de veces Leo ha deseado que las mujeres con las que había estado lo olvidaran, que no voltearan atrás como invariablemente él lo hacía. En ninguna de sus fantasías recurrentes de encontrarse con Carolina él se imaginó que ella lo desconociera. Que ella corriera hacia sus brazos era una mejor fantasía.

Impulso, instinto, rabia, celos, deseo, se confabularon para que Leo cometiera ese acto impertinente y tan poco característico de él. Se dejó arrastrar por sus emociones al atraerla hacia él en un movimiento arrebatado y firme para estrecharla entre sus brazos y rozar su boca en la oreja de ella. Leo hundió sus dedos en las caderas de Carolina, dejando salir una delicada y sensual exhalación que atropelló el remanente de su cordura. Se olvidó de todo, del mundo que lo rodeaba y de los problemas que lo aquejaban. Nada importaba. Todo se desvaneció. No obstante la sensación duró unos cuantos segundos, cuando una separación inesperada lo sacó abruptamente de su trance, recuperando su compostura enseguida al notar cómo ella era arrastrada por otra mujer.

Leo agradeció la distancia que se interpuso entre Carolina. Ir tras ella era lo más imprudente que podía hacer, pero más importante, esa no era su intención. No debía serlo.

¿Qué se creía ella para aparecerse de repente en su vida? Además vestida así, de esa manera tan provocativa —jeans entallados y unos zapatos que lo hacían imaginarse serían lo único que traería puesto al meterla de nuevo en su cama—.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora