Capítulo 57 {Dueles}

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"Nuestro paraíso nos dejo

Y ahora tu recuerdo

Me hace sombra al corazón."

-Jesse & Joy


     Leo, entre sus dedos largos, hacía danzar con destreza un bolígrafo, una y otra vez. Lo mismo sucedía con sus pensamientos, revoloteaban agitadamente sin detenerse y le impedían concentrarse. Llevaba mirando el mismo reporte por un largo rato sin poder encontrarle sentido a los números. Sumergirse en estos, por lo general, le proporcionaba la seguridad que lo llevaría a encontrar la lógica en lo que se le presentara. Sin embargo, de nada servían cuando se trataba de Carolina. Eran caos y espontaneidad a los intentaba dales sentido y se sintió como un iluso por intentarlo siquiera. Ella era la única ecuación sin resolver que le proveía satisfacción y no frustración.

No importaba lo que estuviese haciendo o si tenía los ojos abiertos o cerrados, ella aparecía en su cabeza sin pedir permiso. Llevaba una semana sin besarla, sin hundirse en su calor y sin que su voz lo acariciara, y aquello lo había dejado más susceptible de lo que le gustaría admitir. No obstante, la separación lo había ayudado a serenarse y dejar de analizar de modo visceral su último encuentro. Esa maldita escena estaba tatuada en sus párpados, cegándolo y entorpeciendo sus movimientos. Con el paso de los días se había ido desvaneciendo la opacidad y ahora era capaz de rastrear sus pasos dentro del laberinto de emociones desconocidas, que él mismo había confeccionado.

«Si una vez creí en el destino, este no pudo estar más equivocado. Tú nunca fuiste para mí, nunca fuiste realmente mía. Cómo me arrepiento de haberte conocido», recordó con pesar esas palabras que jamás debió pronunciar. ¿De verdad se arrepentía de haberla conocido? ¿Si tuviera la oportunidad de atrasar el reloj, haría las cosas de otro modo? ¿Se habría atrevido a darse la media vuelta el día que la conoció y dejarla sola en aquel abarrotado concierto? Sabía la respuesta: un contundente «no». Era incapaz de imaginarse un escenario donde él y Carolina no se hubiesen conocido y no se hubieran enamorado.

Fue con ella, que conoció el arrepentimiento. Uno en el que no creía y aborrecía. Pero también había conocido el amor. Al menos la posibilidad de la existencia de una conexión duradera, que desafiaba su creencia de que el amor se evaporaba o que, simplemente, no existía. Desconfiaba de sus emociones, todo era desconocido, que no sabía en qué creer.

Empujó violentamente la silla hacia atrás para levantarse, tomó sus llaves y arrancó su saco del perchero. Sus opciones se habían reducido a una sola: ir a buscarla. Antes o después tenían que verse sin importar lo que pasara. Ignoró esa sensación rara de indecisión que lo embargaba y se convenció que se trataba de algo sin importancia. El ultimátum que le había presentado su socio lo había dejado pensando y tenía razón en algo: necesitaba tomar una decisión, la que fuese, y comprometerse a llevarla a cabo o terminaría por volverse loco y a todos los que lo rodeaban.

Al salir de la oficina, notó a Lucy erguirse en su silla y desviar su mirada turbada hacia la pantalla de la computadora. Siempre se distinguía por portar una sonrisa, pero últimamente parecía que se esforzaba en volverse invisible. Sintió una punzada de remordimiento por someterla a su malhumor sin haberse dado cuenta antes. Todos parecían rehuirle, y los comprendía, ni él mismo no se toleraba en estos días.

Leo se acercó con cautela a su escritorio. Su aspecto menudo y jovial eran engañosos, por cómo administraba su oficina. Nada sucedía sin que ella no lo supiera. Fue la decisión correcta haberle dado una segunda oportunidad, luego de haber confundido a uno de los clientes más importantes que tenían con el mensajero. Aquel hombre, que era famoso por su altanería, no pareció haberle hecho gracia alguna, al contrario de los que presenciaron la escena. Aunque ese injustificable error exigía su despido, Leo no estaba completamente seguro dar ese paso y prefirió esperar. Durante los días subsecuentes al episodio, los pasillos de la oficina se convirtieron en un hervidero de burlas. Lucy toleró cada una con dureza, hasta que Leo, en uno de sus habituales arrebatos, delante de todo el personal dijo con lujo de detalle lo que sucedería si volvía a escuchar algo relacionado con el vergonzoso suceso. La decisión estaba tomada. Después de eso, se ganó a la mejor asistente que podía tener.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora