Capítulo 9 {Carretera}

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"La carretera se retuerce

y yo me dejo llevar,

el viento golpea en mi cabeza

y me ayuda a olvidar

que cometí un gran error"

-Tulsa


Ciudad de México. Una semana después.

El viaje por carretera resultó menos estresante para todos de lo esperado, sobre todo para Carolina. Jamás había realizado el trayecto sola. Agradeció que Manuel no tuviera el tiempo para acompañarla y su padre se contuviera de mandarle a su chofer y un camión de mudanza. Ella era capaz aunque a ellos les costara creerlo.

Esas horas de soledad eran lo que deseaba para despedirse de su adorada ciudad que la recibió con los brazos abiertos tras aquel fatal accidente. No quería pensar en ese día y para distraerse bajó el vidrio de su ventana, permitiéndole la entrada a la brisa fresca.

Tardó una hora más de lo previsto porque ella decidió ser una conductora precavida. ¿Para qué acelerar la llegada de lo inevitable? Lo mejor era vivir al día sin preocuparse por lo que aún no ha sucedido.

La mudanza implicó retacar su flamante Mini Cooper rojo con tres maletas repletas de ropa y dos cajas con artículos y herramientas de arte. No necesitaba más que eso. Lo demás estaría esperándola cuando fuera el momento de regresar.

Manuel insistió que lo más conveniente era que ella se mudase con él, al menos, mientras se aclimataba nuevamente a la ciudad y a su recién adquirido trabajo. Por una vez en su vida, Carolina estuvo de acuerdo sin debatir —lo normal era llevar la contraria—. Además, ¿adónde más iría? La realidad era que no podía costear vivir sola. Sí, el trabajo en el bufete de su padre era bien remunerado, pero cada centavo ganado lo usaba para comprar material de dibujo y el resto lo estaba ahorrando para el seminario al que deseaba asistir. Uno que no podía considerarse barato. Y en el caso de que no la admitieran preferiría usar ese dinero para dar el enganche de un departamento en SLP. Así que no, no tocaría ese dinero para una estancia en la Ciudad de México que, ya había decidido, sería temporal.

Había otra opción, pero prefería no considerarla. Jamás la tomaría.

Carolina, deliberadamente, omitió mencionar el nombre de la empresa para la que trabajaría. Si Manuel supiera que había rechazado las dos magníficas ofertas de trabajo por otra que solo aceptó por intereses personales y la desviaría, muy probablemente, de la experiencia que deseaba ganar, la hubiera hecho desistir. Carolina soñaba con especializarse como ilustradora. Ciertamente, la industria textil estaba lejos de ser un escalón para alcanzar ese sueño.

Por primera vez Carolina tenía más secretos de los que le era posible guardar. Sentía cómo se abría un hoyo negro en su pecho al ser incapaz de confiar en su hermano. Cada vez que trataba de hacerlo, se arrepentía en el último momento. Era como si ella supiera de antemano que al confiárselo a Manuel, él le haría ver que lo que estaba haciendo era un gran error. «Si juegas con fuego, vas a quemarte, pequeña», su hermano con seguridad le advertiría. Si ella fuese la única involucrada podría afrontar las consecuencias, pero otros podrían salir afectados si seguía removiendo el pasado. Estaba siendo egoísta y lo sabía.

Por lo pronto lo que necesitaba Carolina era fijarse un plazo. Tres meses. El mismo periodo de tiempo que una empresa te otorgaba para demostrar que eres valioso antes de ofrecerte un puesto permanente o una patada en el trasero. Si no encontraba las respuestas que buscaba en ese plazo, dejaría todo por la paz e intentaría con todas sus fuerzas de olvidarlo y enterrarlo nuevamente en en el lugar oscuro y húmedo donde lo encontró.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora