Capítulo 37 {Altamar}

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"Si me he de quedar quiero que sea aquí

Si pierdo el anclaje no intenten seguir

Que si me he de perder que me pierda por ti

Por que nadie importa ya"

-División Minúscula


      El café estaba helado, y por poco lo escupió cuando tomó la taza y le dio un sorbo. El día había comenzado ajetreado, no había tenido un respiró desde que llegó a la oficina. Lo agradecía porque si tenía un minuto libre, de inmediato su mente se iba a divagar en Carolina. Si se permitía ese lujo, el día sin duda se tornaría improductivo.

Estaba terminando con los últimos ajustes de los reportes que debía entregar por la tarde. Eran de carácter urgente, y algo que detestaba era incumplir con un contrato. Su clientela había crecido gracias al cuidado y exactitud que Óscar y él ponían en realizar la investigación de cada caso que llegaba a sus manos. Y lo más importante era que cada uno de sus clientes se marchaba satisfecho con su trabajo.

Mientras la impresora arrojaba hojas cargadas con filas de números y gráficas, el celular que estaba sobre el escritorio comenzó a vibrar. Miró la pantalla y Leo dudó en contestar la llamada o dejar que se fuera al buzón. Rara era la ocasión que él le llamaba en horas de trabajo. Debía tratarse de algo importante.

Leo finalizó la llamada de inmediato empacó su laptop y unos documentos en su mochila de mensajero, tomó sus llaves, se palpó la billetera y salió apresuradamente de su despacho para ir a ver a su padre y le explicara con detalles lo que estaba sucediendo en su empresa. Hablaba a medias y era imposible entenderlo. En el camino llamaría a su socio para que se hiciera cargo de la cita que tenía programada con su cliente. Él seguro entendería que era de vital importancia estar al lado de su progenitor.

El tráfico lo estaba desesperando y al tiempo que esperaba que se moviera un automóvil que se había parado en doble fila pensaba en la llamada que le había hecho su padre. En toda su vida jamás lo había escuchado hablar con la voz temblorosa. Algo en el pecho se le estrujó. Para Leo, él siempre había sido como un roble —perseverante e impasible, y nada lo podía derribar—. Como padre e hijo no se entendían, esperaban cosas diferentes de cada uno, y para evitar decepciones él decidió independizarse en cuanto su economía se lo permitió. Sin embargo, admiraba la dedicación y esfuerzo que le había aportado a su empresa y así consagrarse entre los mejores en el ramo textil.

El hombre que Leo era hoy, se lo debía a las oportunidades que Antonio le había puesto a su alcance, y en agradecimiento le dedicaba unas horas de su tiempo a Textiles Santillán.

—¿Hay algo que se pueda hacer? ¿Comprar las licencias de los dichosos diseños? —preguntó después de que su padre le relatara el incidente un poco más calmado cuando lo vio aparecer por la puerta. Lo sorprendió no encontrarlo tomado.

—Los abogados están tratando de solicitarlas, pero tú mejor que nadie sabe que la empresa no está en condiciones de enfrentar un gasto imprevisto. Al menos no uno de esa magnitud —explicó Antonio en tono severo, para intentar ocultar su preocupación. Se frotó la frente de forma enérgica y aquel gesto inquietó a Leo. Su comportamiento sosegado y dudoso auguraba malas noticias.

—¿Por qué dices eso? La compañía podrá cubrirlos —inquirió algo extrañado.

Leo estaba al tanto de los bienes y de las inversiones que la empresa poseía. Este era el momento de convertirlos en capital líquido para encarar el gasto. La última revisión que realizó a las finanzas dejó en claro que se estaban acercando a una situación crítica. Previendo, había comenzado los trámites para agilizar el proceso y no perder el tiempo en caso de requerir el dinero con urgencia.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora