Capítulo 8 {Dilema}

214 29 63
                                    


"Y comprendí

Que nada es para siempre

Sé que fue culpa del destino

No tuvo nada que ver la suerte"

-Alkilados


Ciudad de México.

Soni —Sonia de la Vega en realidad— tenía un dilema. A simple vista Leo cumplía con todos los requisitos indispensables del hombre con el que algún día le gustaría casarse. Era guapo —más que guapo, estaba divino el infame—; tenía una carrera prometedora; provenía de una buena familia; era educado y, sobre todo, era estupendo en la cama. En realidad lo que no estaba a simple vista era el causante su dilema.

El lado oscuro de Leo consistía en obsesiones, básicamente. Obsesión por el trabajo, obsesión por el orden, obsesión por los planes. Ninguna obsesión por ella, aparentemente. «¿Sus obsesiones serían innatas, se adquirían con el tiempo o aparecían de repente?» Soni prefería desconocer la respuesta, el tan solo plantearse esa pregunta le producía malestar en el estómago. Si ella tuviera el poder de aclarar su lado oscuro, Leo sin duda sería adorable. Podría divisar una boda de ensueño en el horizonte sin dificultad si no fuera por una cosa: Leo no quería nada de eso ni con ella ni con nadie. Al menos eso fue lo que él le aseguró a Soni. Solo que ahora ella se preguntaba qué tanta verdad había detrás de aquella definitiva aseveración.

Cegada por la emoción de que Leo le hubiera propuesto inesperadamente mudarse con él, aceptó la oferta sin titubear, señal especial por el persistente pensamiento que revoloteaba últimamente por su mente. Acostumbrada a sus desayunos silenciosos, esa mañana fue particularmente mortífera. Soni temió lo peor: Leo rompería con ella mientras esperaba su dosis de cafeína. Ni siquiera le daría la oportunidad de cambiarse la pijama. Patético. Lo que sucedió anoche debajo de las sábanas, no era otra cosa más que una burda despedida. Sensual y siniestra. Si no por qué otro motivo tendría desde hace días la impresión de que su relación pendía de un hilo. Y si a eso le sumaba la monumental pelea que tuvieron, animando a Leo a no aparecerse en toda la noche, y cuando por fin lo hizo al día siguiente, fue con un inexplicable y pronunciado moretón en la cara. No podía sacarse de la cabeza que todo estaba perdido. Pese a su denodado pesimismo, Soni no pudo estar más equivocada. Se alegró de su error. Al escucharlo firme y contundente, finalmente ella pudo respirar de alivio y quizá sus inseguridades eran tan solo figuraciones suyas.

Leo creía que ella no sabía. Por supuesto que Soni lo sabía. Se afirmaba que Leo era ex novio —más bien ex-pareja, a su pesar, Leo jamás usaba ese término— de la mitad de la población femenina de la Ciudad de México. Que sus amoríos tenían una expectativa de vida no mayor a un mes. Acerca del Hotel Capital M. Por supuesto que lo sabía. Era de esperarse que se hablara de alguien como él. También se hablaba sobre su fidelidad. Algo peculiar y excepcional para su status de mujeriego empedernido. Guapo y leal. ¿Qué más podía pedir una mujer con tremenda combinación? Aunque fuera por una temporada corta. Algo que a Soni le desagradaba y le temía por partes iguales.

Las que lo habían probado, y aunque lo negaran, habían intentado retenerlo sin éxito. Salían con Leo con la misma intención —e ilusión— de sacarse la Lotería. Compraban un cachito en la primera cita con la esperanza de tener el número ganador. A Soni le daban lástima esas mujeres. Se atrevía a decirlo —solo para sus adentros, claro— por el simple hecho que ella jamás perteneció a ese abultado grupo de mujeres. Al menos eso le gustaba creer. Después de un año de convivencia todavía le sorprendía ser la indicada, la que pudo retenerlo, la que podía enamorarlo. «Eres lo mejor de mi vida». Aunque no estaba segura por qué dijo esas palabras, simplemente brotaron de su boca. A lo mejor era su subconsciente tratando de decirle algo que ella misma no había reconocido.

A veces Soni se quedaba despierta hasta muy tarde pensando en qué hubiera pasado de no haber discutido ese día, y otras en el verdadero porqué Leo le había pedido que se mudara con él. En un principio ella creyó que sus pequeñas insinuaciones de lo tarde que era para regresar a su casa y era preferible que pasara la noche ahí; los artículos olvidados e ingeniosamente esparcidos por su departamento; los comentarios prefabricados sugiriendo los beneficios de tener a alguien esperándote en casa, al fin, habían surtido efecto. De cierta forma sí lo fue, después de todo Leo le había dado una copia de la llave de su departamento. Ahora, observando con detenimiento su comportamiento, Soni estaba completamente segura que podía descartar sus trucos y el que Leo hubiera roto sus condiciones como el porqué. Vivirán juntos, pero él jamás le ha pedido compartieran una vida juntos.

Le daba un poco de tranquilidad a Soni saber que, al menos, seguía siéndole fiel. No podía asegurarlo, pero las mujeres intuyen cuando les ponen el cuerno. Leo no se arreglaba más de lo normal —si eso fuera posible—, ni desaparecía sin dar explicaciones, ni hacía llamadas sospechosas, ni se enfadaba si ella tomaba su celular, ni siquiera tenía contraseña para desbloquearlo. En las raras ocasiones que llegaba tarde, le constaba era por trabajo. Demasiado diría ella.

Leo trabajaba mañana, tarde y noche. De sol a foco. Cuando Soni se lo reprochaba, él le prometía que al día siguiente irían a cenar o lo que ella quisiera hacer. Siempre cumplía. Pero eran promesas vacías, parecían ser más un deber que un deseo. Lo mismo pasaba en la cama. Era solo sexo, fantástico sexo. Jamás la abrazaba, jamás ha sentido una conexión más allá de la física. Ahora dudaba si en verdad existía una conexión entre ellos.

Vista desde afuera, su vida parecía salida de un cuento de hadas. Hasta podría decirse que envidiable. «No todo lo que brilla es oro.» Podía haber atrapado al codiciado soltero, pero no su corazón. Físicamente estaban más cerca que nunca. Y con físicamente Soni se refería a su ubicación geográfica porque íntimamente estaban en polos opuestos.

Cansada de no poder conciliar el sueño, Soni se levantó de la cama. Leo dormía profundamente. Siempre lo ha envidiado por la manera pacífica de hacerlo, como si nada le agobiara en el mundo. Viéndolo dormir casi podía creer que era el hombre de sus sueños y no el hombre obsesivo e irascible con el que despertaba cada mañana desde hacía cuatro meses. Era tan resguardado y cuidadoso en ese aspecto que jamás dejaba ver más allá de la primera capa. Estaba tan cegada y entusiasmada por el hecho de ser ella quien estaba al lado de Leo, por ser la elegida, que sin darse cuenta, su pareja —¡cómo odiaba esa palabra!— poco a poco había levantado una barda tan alta como el Everest que era imposible de escalar.

Con la mudanza, Soni tenía la esperanza de que su relación sería distinta, que Leo bajaría la guardia, y le permitiría conocerlo. De un día para otro se cerró por completo como una almeja. Lamentablemente no tenía manera de confirmarlo, pero algo dentro de ella tenía la sospecha que estaba relacionado con el día que Leo apareció con el labio partido y la mandíbula amoratada. O fue eso o fue raptado e intercambiado por alienígenas. A Soni no se le ocurría otra explicación. Lo único que sí sabía era que debía tener paciencia.

Toneladas.

__________________________________________

__________________________________________

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora