Capítulo 2 {La Fuerza Del Destino}

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Pero la fuerza del destino
Nos hizo repetir
Dos cines y un par de conciertos
Y empezamos a salir

-Mecano


     «Esas manos audaces con dedos largos y expertos me gustaría tenerlas por todos lados», imaginó Carolina vívidamente mientras trataba de buscar razones por las cuales debía indignarse por la forma indecente con la que ese hombre se atrevió a mirarla y a tocarla. Se detestó un poco por no poder encontrarlas ni ser capaz rehuir aquellos intensos ojos verdes. Eran como una potente fuerza magnética.

Cuando por fin se apagaron sus risas, Carolina advirtió cómo una parte de ella, que había estado adormecida, se despertó. «La risa es tan poderosa, es capaz de liberar el alma», recordó las acertadas palabras de su mamá.

Era insoportable y le dolía admitir lo que acababa de suceder. En los dos años que Carolina salió con Fernando, él nunca logró que su corazón se desbocara frenéticamente con tan solo el roce de su mano como lo hizo aquel extraño.

Quizás era iluso creer en la fuerza del destino, que existía un poder cósmico encargado de acomodarlo. Pero Carolina estaba convencida que las cosas pasaban por alguna razón. Porque ya estaba escrito. Lo único que no entendía era qué tenía que ver este hombre desconocido en todo esto. Igual y estaba equivocada al pensarlo, y lo mejor era marcharse e ignorar que esto sucedió.

Carolina intentó darse la media vuelta, pero él la tomó del brazo para impedir que avanzara. Sintió el calor de su mano traspasar su chamarra. A pesar de ella misma, algo desconocido se incitó dentro de ella.

—¿Esperar a qué? —respondió curiosa.

—No puedo dejarte ir sola. Me sentiría mejor si te acompaño a tu asiento. —declaró él firme y decidido. Los ojos de Carolina estaban posados en la mano que él tenía sobre su brazo. No había motivo para que él siguiera tocándola, pero él continuaba haciéndolo.

—Gracias, pero te aseguro que voy a estar bien.

Solo le bastó conjurar a Carolina esas palabras para que la ironía descendiera. Ella no supo si agradecer o maldecir los malos modales de la persona que acababa de arrojarla de nuevo a lo brazos de aquel completo extraño.

—¿Segura? —dijo él juguetonamente mientras le sonreía.

Carolina no sabía cómo reaccionar si expandiéndose o enfadándose. Lo que sí sabía era que el hombre olía delicioso. Era una fragancia embriagante, irresistible. Ropa limpia con un matiz de madera, le recordaba a una mañana húmeda de invierno. Cerró los ojos y su mente se fue a divagar.

La tomó por los hombros sacándola de su trance. «¿Qué me está pasando?» Una sobredosis de testosterona era lo que estaba pasándole. Era insensato considerarlo siquiera. ¡Por Dios!, estaba en uno de los lugares más concurridos de esta enorme ciudad. En lo que le concernía a Carolina, él podría ser un Mochaorejas o un tratante de blancas. El Lobo Feroz si bien le iba. Si se dejaba arrastrar, sabría a quién culpar. Podía imaginarse los titulares del día de mañana:

«Hallan muerta una mujer por encontrar irresistible a un hombre e ignorar su sentido común.»

Sopesando sus palabras con detenimiento, él ni le había propuesto algo indecente ni inmoral. Al lo mejor todo estaba en su cabeza y él solo estaba siendo caballeroso. Aunque en estos tiempos, donde la galantería y la cortesía eran anticuadas y en ocasiones motivo de burla, dudaba que ese tipo de hombres aún existieran. Hoy en día se consideraban una rara especie en peligro de extinción. Pese a su modo galante, nunca estaba de más ser precavida.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora