Capítulo 27 {Las flores}

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"No dejes que amanezca

No dejes que la noche caiga

No dejes que el sol salga

Solo déjame estar junto a ti"

-Café Tacvba

     

A partir del tercer orgasmo, Carolina había perdido la cuenta y el pudor. Lo había perdido debajo de las sábanas, sobre la mesa del comedor y en la doble función, que exhibieron afuera en el balcón. Y en este instante lo estaba perdiendo recargada contra la loza de la regadera, bajo el chorro de agua tibia anunciándoles que el agua caliente estaba a punto de terminarse.

De haber sabido que Leo era una desenfrenada locomotora en la cama, Carolina habría sucumbido a su inevitable destino desde el primer día. Este hombre era insaciable y ella se dejaba complacer. Entre ellos no parecía existir el fin, y si continuaban a este paso, ella podía contemplar la posibilidad de no poder volver a caminar derecho. Ni quitarse la sonrisa que, con orgullo, luciría todo el día. O todos los días, pensó suspirando expectación por el futuro que le aguardaba.

—¡Dios! ¿Qué me has hecho que no puedo quitarte las manos de encima? —admitió Leo, y por su entonación, Carolina dedujo que era una pregunta para sí mismo. Se alegró porque ella tampoco sabía la respuesta y no quería encontrarla tampoco. Solo lo quería a él y sus manos expertas sobre ella.

La devoción infinita que él ponía en cada caricia y en cada movimiento era cada vez más difícil resistir. Cuando pensaba que su cuerpo no podría responder, Leo se las ingeniaba para lograr lo que ella creía imposible de alcanzar. Carolina le mordió el cuello en un esfuerzo por detener su inminente clímax.

En unas cuantas horas, Leo había descubierto las partes más sensibles de su cuerpo, dónde tocarla y cómo enloquecerla. No sabía si debía maravillarse de la destreza de él o detestarse por ser tan receptiva a sus seductoras atenciones. Sabía que abandonarse a todas esas sensaciones denunciaba su inexperiencia y su recato. No obstante, a él parecía darle poca importancia. Solo le interesaba complacerla y la cantidad de veces que pronunciara su nombre entre gemidos y respiraciones agitadas.

—Sé que estás cerca, Carolina. Espera un poco más y estaré contigo —resopló mientras hundía sus dedos debajo de sus muslos para inmovilizarla.

En esta posición, Leo tenía completo control del ritmo y la profundidad. «Cielos, la profundidad era indescriptible». Estaba a la merced del ímpetu de sus deseos. Era una sensación frustrante e irresistible al mismo tiempo.

—No sé si pueda —susurró. Su respiración agitada le impedía elevar la voz.

La ondulación de su cadera y sus incontrolables embestidas dificultaba retrasar su ineludible liberación. Carolina lo besó con fuerza y le succionó el labio inferior a Leo en un esfuerzo por contener sus gemidos. Le enterró los dedos en su cuero cabelludo, no sabía qué más hacer para tolerar aquella deliciosa tortura.

—¡Hazlo, ahora! —le ordenó Leo en un bufido, y ella lo complació dejando escapar un grito de satisfacción al sentir el millonésimo orgasmo circular placenteramente por todo su cuerpo.

Leo recargó la frente en la suya y ella notó cómo tensaba su mandíbula antes de soltar un gruñido cargado de placer.

Leo la enjuagó con delicadeza antes de cerrar la llave del agua. Al percibir la poca capacidad que ella tenía para mantenerse de pie, él la sostuvo mientras le enredaba una toalla al cuerpo para secarla.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora