{Epílogo}

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Una semana después.


Celina Arias descendió de un Mini Cooper rojo.

Sonrió para sí misma.

No quería admitirlo pero encontraba conveniente llegar al trabajo en coche. Estaba acostumbrada a moverse por la ciudad en transporte público y taxis. Más que una decisión era una necedad de su parte. Se negaba a recibir ayuda que no había pedido.

Hizo una excepción al trato que había hecho consigo misma de salir adelante por sus propios medios, solo porque se trataba de su hermana menor. Estaba demasiado hormonal por su embarazo y cualquier cosa la hacía llorar. Aunque gozaba hacerla refunfuñar, lo prudente era guardarse sus opiniones.

Aceptó a regañadientes el ofrecimiento de quedarse con su coche. «Leo me llevará todos los días al trabajo, no lo necesito y ya sabes lo que pienso de que andes en la madrugada en taxi. Se buena y dame un poco de tranquilidad», le dijo con sus enormes ojos llenos de preocupación. Celina tomó las llaves de su mano extendida y puso los ojos en blanco.

Vio su reloj y se dio cuenta que había llegado más de media hora antes de que empezara su turno en el hotel donde trabajaba. El área de empleados estaba vacía y suspiró con alivio. No tenía ánimos de hablar con nadie.

Abrió la puerta de su locker, se cambió los zapatos y cuando colocó su bolso en el interior recordó lo que descansaba ahí dentro. Observó a su alrededor para confirmar que seguía sola y la sacó. Sonrió con un aire exasperado al recordar el comportamiento de niña de secundaria de su corazón cuando vio la revista en el puesto de periódicos. Daba saltitos dentro de su pecho. Castigó su debilidad y curiosidad cuando se encontró sacando un billete de su monedero para pagarla.

«Eso no quiere decir nada», intentó convencerse de que era normal comprar una revista que en su portada aparecía el último hombre con el que se había acostado. «Solo quiero estar al tanto de los talentos emergentes en nuestro país. Es todo.»

Se acomodó en un sillón y luego mordió el labio inferior mientras buscaba el artículo en el que estaba interesada.

Al estar totalmente enganchada con la publicación no notó una presencia detrás de ella.

—No creas todo lo que dice ahí —dijo él.

Casi pega un brinco con el sobresalto. Sin volverse sabía quién era porque había reconocido su voz grave y acaramelada.

Julio Brun.

«Mierda.»

Cerró intempestivamente la revista que se rasgó una de las páginas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, con aire insolente y fingiendo no haber escuchado su comentario—. Pensé que ya no trabajabas aquí.

Julio se acercó peligrosamente, podía oler su perfume dulce y masculino. Luego comenzó a inclinarse pero Celina lo esquivó al ponerse de pie.

—¿Ya escogiste al novio con el que te vas a casar? —dijo, tratando de sonar serio.

De entrada Celina puso un gesto ceñudo de confusión, pero después entendió a qué se refería él.

La última vez que lo vio fue en la boda de su hermana. Tenía que admitir que se veía muy guapo vestido de traje. Todo este tiempo había vivido en la ignorancia creyendo que su ropa casual sacaba todo su potencial. «Eres una ilusa», se dijo a sí misma. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para evitar buscarlo con la mirada cada cinco minutos.

Todo se fue al diablo esa noche cuando por desgracia atrapó el ramo de novia que lazó Carolina hacia el reducido grupo de solteras que la rodeaban. Maldita su suerte.

Cuando se giró para emprender la fuga de las miradas ilusionadas de los invitados, se topó con Julio. Tenía las manos dentro de los bolsillos y con una inclinación de su cabeza y un gesto risueño señaló la pista de baile. Se negó y se siguió de frente. Sabía lo que sucedería si aceptaba. Prefirió dejarlo ahí plantado.

Pensó en abandonar el ramo en una de las mesas, pero no tuvo corazón para hacerlo; así que ahora flotaba marchito en un florero sobre la mesita de centro de su sala.

—Yo nunca jamás me voy a casar —respondió con firmeza. Quizás exageró un poco, pero no quería dar pie a malos entendidos—. Así que ahórrate el ofrecimiento —dijo, en tono acusatorio.

Era la verdad. Celina no necesitaba ese tipo de distracciones en su vida. Primero estaba el trabajo. No tenía tiempo. Además el amor lo arruinaba todo.

—Dulzura, yo no te ofrecí nada —le aclaró. Celina sintió que el color rojo se trepó por sus mejillas. Dios ¿qué le estaba pasando?—, pero si quieres te puedo ofrecer que seamos amantes.

Celina resopló, indignada y le dio la espalda. En parte para ocultar que la había agarrado en curva. Celina odiaba que la pusieran en evidencia. Era como mostrar debilidad, según ella.

—¡Estás loco! —expresó, sin voltear. Se sintió incapaz de asomarse en esos deliciosos ojos de cajeta.

Cerró su locker con más fuerza de la necesaria y se marchó, sin más que decir.

Mientras se alejaba deprisa de él, una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.


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Ahora sí terminamos esta historia y le damos la bienvenida a Celina y Julio. ¿Qué les pareció su entrada? Me emocionó mucho escribir este vistazo a su historia. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo en escribirlo. Por lo pronto el esquema ya está en proceso y espero poder empezar a escribirla. No olviden darle clic en la estrellita y dejarme un comentario si les apetece, con sus opiniones, preguntas, pensamientos y quejas (también se valen).

¡Nos vemos próximamente!  

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora