La cruda despedida

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Nunca se está preparado para decir adiós, pues las despedidas dejan tan mal sabor de boca, una sensación entre agridulce y amarga tan espeluznante que hasta a la persona más fría y despiadada se le ablandaría el corazón por un instante. Las despedidas casi nunca son gratas para nadie y más si la persona de la que te tienes que separar, por un tiempo indeterminado que ni tú mismo conoces, es alguien especial, alguien que estimas profundamente, con el que has tenido idas y venidas, vueltas y más vueltas, pero que, al fin y al cabo, ha conseguido ganarte la batalla y ocupar un diminuto recoveco en lo más profundo de tu verdadero yo que no sacas a relucir por miedo a que te vean frágil. Y es que el amor duele, sufrimos con él y con la exasperación e incertidumbre de no saber lo que nos tiene deparado, de no ser capaz de descifrar las inesperadas jugadas que tiene pensadas llevar a cabo. Y aún así nos empeñamos en volver a buscarlo, en darle otra nueva oportunidad a la magia de enamorarnos. Tal vez disfrutamos con la angustia y el pesar, el abatimiento y el desasosiego, con la tortura y el suplicio de un sentimiento tan placentero como peligroso, que nos puede destruir y fragmentar el alma por completo.

Él se iba, se marchaba por circunstancias que ninguno de los dos podíamos controlar porque ya no dependía de las actitudes que estuviésemos dispuestos a adoptar con el fin de crear un ambiente libre de distracciones para Vegeta. Y aunque tenía la certeza de que el príncipe de los Saiyans volvería, temía que los motivos de su regreso no estuvieran potenciados por el primer encuentro con su hijo que nacería en 9 meses o por su emotivo reencuentro conmigo, sino que, a mí parecer, estarían motivados por la batalla que se aproximaba contra los androides y su encontronazo con Goku para así poder enseñarle los resultados de su duro entrenamiento con el objetivo de declarar una vez por todas quién es el número uno de los dos guerreros y quién es el vencido. Incluso a pesar de sus confesiones sobre las razones que le llevaron a ser como era, a pesar de esa muestra de confianza y cariño, siento que en cualquier momento va a desaparecer para siempre, que nuestra relación cuando él vuelva a la Tierra ya no será la misma y que miles de impedimentos, de causas sin sentido nos separarán por siempre. Me estás matando, esta corazonada me está matando por dentro.

Ya todo estaba preparado para que el Saiyan partiera y tomara rumbo hacia el espacio. El honorable científico, padre de Bulma, se había encargado de cualquier mínimo detalle que pudiera obstaculizar su camino. El tanque de combustible estaba colmado al volumen máximo, las reservas de comida estaban previstas para casi 10 meses de viaje, pero existía un único pormenor. Se trataba de la peliazul, que se encontraba manteniendo la mirada en un punto fijo sin musitar palabra alguna, como si hubiera entrado en un estado profundo de sugestión en el que no fuera capaz de elaborar una respuesta adecuada para los estímulos captados que parecía ni siquiera percibir. Nada. Ni un inapreciable movimiento ni un simple pestañeo. Un flujo de consejos revoloteaban su cabeza trastocada: despídete, tienes que despedirte, te vas a arrepentir… Y justo segundos antes de que Vegeta se subiera a la nave de entrenamiento, ella salió hacia el exterior como si la vida se le fuera en ello y se lanzó hacia sus brazos para despedirse en el breve tiempo que le quedaba.

- Por favor cuídate y no hagas sobreesfuerzos más allá de tus posibilidades. Te voy a echar de menos…

- Bulma…, antes de irme quería pedirte un favor. Quiero que me prometas que pase lo que pase seguirás con tu vida alegremente. Me niego a que mis acciones influyan en ti y que esto te amargue la existencia. Prométemelo, prométeme que aunque yo no esté tu serás capaz de seguir adelante sola y que no me esperaras, por favor no esperes a que regrese porque ni yo mismo sé lo que cambiará con mi partida. Sé que no me necesitas para ser feliz.

- Está bien. Si así te vas más tranquilo, te prometo que seré feliz aunque tú no estés a mi lado. Te quiero…

- Y yo a ti mujer...

Aquel susurro acompañado junto con un duradero abrazo dado con resignación fueron las últimas palabras que escuché decir de su boca, que se me quedarían grabadas en la mente para la posteridad. Los ojos se me volvieron acuosos de lágrimas que amenazaban con salir y con escapar de aquella angustia que me invadía el cuerpo y alma. Ya nada sería lo mismo sin él, la emoción por cualquier tontería relacionada con el príncipe de todos los Saiyans desaparecería y junto con ella las ganas de levantarme cada mañana y de caminar cada día, también huirían. Pero debía acostumbrarme, debía aprender a vivir con ello porque cuando dejas de perseguir las cosas equivocadas, las correctas te atrapan. Y la dependencia emocional y patológica a tu pareja es una grave equivocación que puedes pagar muy caro a largo plazo.

Y es que desaprovechamos tanto los tiempos compartidos con nuestra gente que olvidamos el día en que rezamos pidiendo lo que tenemos hoy.


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⏰ Última actualización: Nov 09, 2018 ⏰

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