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Mientras él jugaba con ella y yo preparaba el desayuno recordé como anoche, ahí pegada a la ventana me hizo suya, como después de descansar un rato en la cama viendo una película volvió al ataque. Nunca en mi vida nadie me había hecho el amor de esas maneras, nunca nadie se había entregado tanto, poseído y dominado tanto.

-Eres mía, solo mía – me susurró en el oído – dilo Victoria, dilo.

-Soy tuya

-Victoria, las tostadas

-Joder – dije pegando un salto por el susto – esto no se puede comer – le señalé las tostadas negras.

-Y qué tal si nos vamos a desayunar por ahí?

-Pues sería una buena idea. Voy a vestir a la niña.

-Yo la vestiré, arréglate tú.

Diez minutos después mi hija estaba vestida con unos vaqueros negros y una camiseta rosa y yo había elegido unos vaqueros y una sudadera gris.

-Estáis preciosas – le sonreí comiéndomelo con la mirada antes de atender la llamada de Diego.

-Hola Diego.

-Hola. Oye, me pasaré a por la niña a las 10, este fin de semana me toca.

-Muy bien, pero no estaremos en casa seguramente, te enviaré la ubicación.

-Tan temprano de paseo?

-Si, iremos a desayunar fuera. –miré a Leo después de colgar – Diego se pasará a por la niña, este fin de semana es suyo.

-Entonces – dijo pasando el carrito donde mi pequeña iba – podrás acompañarme a una cena.

-Qué tipo de cena?

-Pues una que no te gustará mucho pero a mi me encantaría que acudieras.

-Bueno, veré lo que puedo hacer – sonreí y le asentía con la cabeza.

Paramos en la primera cafetería abierta que encontramos a esas horas, eran apenas las ocho de la mañana. Pedimos unos cupcakes, zumo de naranja, tostadas con mermelada y café.

-Qué quieres princesa? – pregunté ya que mi niña estaba señalando hacia los cupcakes y había uno de chocolate con florecillas naranjas y chocolate que llamó su atención – más chocolate Victoria? – le pregunté mientras se lo daba y dejaba que se pusiera perdida tanto la ropa como ella – creo que tu padre deberá ducharte en cuanto lleguéis a su casa – sonreí y ella hizo lo mismo dando a entender que sabía lo que hacía y lo que yo le estaba comentando en ese momento.

-Pude descubrir este fin de semana que le encanta – Leo le estaba pegando sorbitos a su café.

-Si, podría estar comiéndolo a todas horas.

Una hora después Diego entraba por la puerta de la cafetería. Nosotros habíamos terminado el desayuno pero decidimos esperarlo aquí.

-Buenos días – dijo serio al ver a Leo y no le quitó la vista hasta que este último no se presentó.

-Buenos días, yo soy Leonardo Conte.

-Sé quién eres, llevas un año pasando tiempo con mi hija, te investigué – contestó mi ex marido de muy mala forma.

-Mira, otro hombre precavido, igual que yo – sonrió – también te investigué.

-Diego – llamé su atención mientras sujetaba a mi hija en brazos y me despedía de ella – la tendrás que bañar, se ha puesto hasta arriba de chocolate.

-No te preocupes. Hola pequeña – la saludó y esta no le miraba muy bien ya que sabía lo que esto significaba, separarse de su madre y conforme se iba haciendo mayor le iba dejando de gustar – ven con papi – ella negó con la cabeza.

-Te llamaré para saber de ella – aquello fue una advertencia, últimamente cada vez que se la llevaba me apagaba el teléfono.

-No hace falta que llames, yo cuando estás con ella no llamo.

-Por que no quieres, pero resulta que soy su madre y no me quedaré tranquila si no sé nada de ella.

Cinco minutos después seguía escuchando los lloros de Victoria en mi cabeza. Leonardo y yo estábamos saliendo de la cafetería y nos encontramos a Diego luchando con la niña para que se quedara quieta en su asiento.

-Joder niña los cojones, para ya de llorar que tu madre no te quiere tener este fin de semana. – nosotros nos quedamos petrificados escuchando como cerraba la puerta y el llanto de mi bebé se hizo más fuerte – maldita sea – gritó este dándose cuenta que no había colocado bien a la niña en el asiento y esta metió la mano cuando Diego cerró la puerta con fuerza.

-Que cojones haces cabrón ¿ - estaba cabreada, le quité a mi hija del coche y miré su mano que se hinchaba por momentos .

-Que ha metido la mano entre la ranura de la puerta – dijo enfadado aunque ahora mismo se estaba dando cuenta del error que había cometido.

-Tú eres imbécil o que te pasa. Leonardo, voy a urgencias – sacaba el teléfono del bolso y llamaba a mi padre.

-Te acompaño, vamos.

-Yo también voy – soltó Diego.

-No, tú ya has hecho bastante por hoy cabrón.

-Es mi hija – contestó de mala manera

-Me da igual, no te quiero cerca de ella y ten en cuenta que esto no se va a quedar así.

Una hora después junto a mi padre y Leonardo salíamos de urgencias, tenía el brazo escayolado ya que sus dedos estaban rotos. Según el médico al ser un bebé todavía tardaría muy poco en curar y soldar sus huesos sin quedar secuela alguna, únicamente es que estas tres semanas la niña lo estaría pasando mal debido al dolor.

-No sabía que estabais juntos – mi padre hizo esa observación cuando vio que Leonardo me daba un beso en la frente.

-Si Massimo, tu hija y yo estamos juntos – le contestó este con toda la familiaridad del mundo.

-Pues no sabes lo que me alegro. – salimos del hospital y vimos que Diego estaba apoyado en su coche con cara de pocos amigos.

-Como esta?

-Mal, los dedos los tiene rotos – se la di a los brazos de mi padre y él con mi pequeña se fue al coche – porque le dijiste a mi hija que no quiero estar con ella?

-Estaba enfadado.

-Eso no es excusa, es mi hija y daría mi vida por ella Diego.

-Lo sé.

-No me des la razón igual que a los tontos y dime por que cojones le dijiste a mi hija eso cuando yo nunca le he hablado mal de ti. Eres su maldito padre me guste o no y como tal te respecto.

-Lo siento Victoria – dijo arrepentido.

-Recuerdas lo que te dije hace tiempo – me acerqué a el peligrosamente – que te pegaba un tiro entre ceja y ceja – el asintió – no me provoques Diego, no me provoques que por muy policía que seas no te tengo miedo.

Seguí a Leonardo y subimos al coche para irnos los cuatro de ese lugar. Mi padre aparcó en su casa y nos invitó a comer una lasaña que Carla había preparado. Era ya mayor pero seguía en casa de mi padre. Desde que su marido se había muerto ella se mudó aquí y le hacía compañía a mi padre.

-Quédate aquí esta noche Victoria, quizás necesites ayuda con la niña.

-Victoria – habló Leonardo – quédate por que esta noche no podrás acompañarme y prefiero que estés aquí acompañada por si necesitáis ayuda.

-Iba a acompañarte a la cena de esta noche? – le preguntó mi padre a Leonardo y este asintió – Victoria vete, Clara y yo nos quedaremos con la princesa.

-Pero papá .... – lógicamente iba a negarme pero mi padre no me dejó.

-Nada, papá nada – contestó él alegre - vete con Leonardo a cenar, cualquier cosa yo te llamo hija.

Hija abandonada por la mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora