Capitulo 1: El día que llegue a la mansión Mendoza

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-¿Hay algo que ella sepa hacer? Digo, algo que sea su especialidad; aparte de mascar el chicle de una forma tan ordinaria y de vestirse tan vulgar- pregunto Giselle Mendoza, la hija menor de Don Gustavo, mientras la observaba de arriba abajo. –Bueno, si- se apresuro enseguida Andrea por contestar- aparte de hacer unos sándwiches de jamón, queso, tomate y huevo que me quedan espectacular; soy una gran barredora y trapeadora, fíjese que eso, junto con lo de la planchada, me sale genial. Giselle la miro con desagrado: -¡Por favor! ¡Pero qué corriente!-exclamo, sin poder contenerse- está bien, Blanca, le daré una oportunidad a tu sobrina Luisa...-ANDREA- la corrigió, ella misma- me llamo Andrea Pacheco Ocampo, para servirle a usted y a quien me tienda la mano. – Como sea, da igual- le contesto la señorita Mendoza- por favor, Blanca, sabes muy bien de la estricta etiqueta e higiene que debe seguirse en esta casa, ¿verdad? Lleva a tu sobrina al vestuario para encontrar un uniforme para ella, luego tu misma te encargaras. Ya sabrás como ponerla al día sobre la limpieza y los horarios en esta casa- termino de decir, y enseguida se marcho a hacer sus quehaceres. –Que carácter que tiene esta señorita- observo Andrea, sacándole la lengua mientras se marchaba- como que no le debe caer bien el desayuno, o algo así. - ¡Andy! ¡Levántate de ese sillón, niña, por favor! ¿O quieres que nos echen?- diciendo esto, su tía la tomo suavemente del brazo- mi amor, por favor, compórtate lo mejor que puedas. Esta gente es muy exigente y muy clara con lo que pide. Tienes que estar a la altura de ellos, ¿entiendes? –Bueno, algo entiendo, si- respondió ella- pero, si todos son como esa señorita, ¡mi madrecita santa me ampare! Por favor, que amargura. Su tía la saco inmediatamente de la sala principal, y la llevo hacia los vestuarios para entregarle su uniforme como empleada domestica. Utilizo toda la mañana para que la muchacha la comprendiera, al menos un poco, de todo lo que debería hacer para convertirse en la mejor de las empleadas Mendoza. Cuando fue a la cocina por un refresco y un bocado, se cruzo con Lupita, la hija de una de las chicas que trabajaban ahí. -¿¡Qué tal, mi reina!? ¿Qué haces ahí paradita?- le pregunto, con ternura-¿no encuentras a tu mamá? Lupita movió la cabeza, en señal de que no sabía dónde estaba. –Bueno, no te preocupes, seguro tu mami enseguida viene para acá. Lo que pasa que ésta mansión es muy grande. ¡Yo no sé para qué quieren una casota tan grande!- le dijo, para luego ofrecerle parte de su sándwich- ¡Mira lo que tengo! ¿Quieres? Es que ya va siendo el mediodía, y a una le da hambre. Lupita tomo gustosa el sándwich, era una niña muy bien portada. -¡Que dulce Palomita! Ojala mis hermanitas se portaran así como tú, ¡Ninguna hace caso allá de por donde soy! Todas son bien rebeldes y respondonas- recordó. En ese momento, Candelaria su madre, entro a la cocina: -¡Niña, aquí estás!- le reto- ¿Acaso no te he dicho que te quedes en tu lugar? ¿Por qué no haces caso? ¡No debes salir del cuarto salvo en mis momentos de descanso, ¡Entiende! Andrea intento tranquilizarla con una sonrisa: -Disculpa, es mi culpa- le aseguro- es que la niña seguramente oyó ruidos en la cocina. Como es mi primer día aquí y quería hacerme un sándwich debí de revisar demasiado la lacena y revolver cosas. La niña solo quiso saber quién era, ¿verdad, Lupita? Seguro fue eso- le señalo. Candelaria suspiro: -Si, sé que es muy curiosa- la miro, algo molesta, aunque más tranquila- es que sabe que no pasa nada otras veces pero las veces que está la señorita Giselle, ¡Ay, mi Dios! Mejor que no salga- Andrea le dio la total razón: -Si, se dé que hablas, no sé como hizo mi tía para que esa señorita me diera el trabajo porque, uff, hay que ver que se carga un carácter- observo. Candelaria se rio: - Afortunadamente el resto de sus hermanos no se parecen en nada a ella- le confió- el joven Samuel es un príncipe, siempre simpático y de buen humor con todo el mundo. No hace diferencias en nada, trata a todos por igual y siempre tiene una sonrisa que regalar. El joven Emmanuel no anda mucho por la casa, casi ni se ve. Pero es un joven correcto y de muy buen corazón. La otra señorita, Luz María, es algo seria e introvertida, pero es buena y amable. Y la mayor, Margarita, ella se marcho de la casa hace ya unos cuantos años, cuando se caso con Don David. Andrea le regalo una sonrisa: - Tenemos suerte que no se parezcan a ella, entonces- finalizo. Luego, Blanca entro a la cocina y las muchachas debieron regresar a sus labores cotidianas. Mientras tanto, en el despacho, Giselle revisaba la correspondencia, cuando su hermano Samuel ingreso a buscar unos papeles. – Samuelito, querido, ¡Que sorpresa! ¿Tu por la casa tan temprano?- pregunto Giselle, estrechándole el brazo a su lado, para rodearlo del cuello. – Vine a buscar unos papeles que me olvide esta mañana. Pero debo regresar enseguida a la oficina- dijo, tomando deprisa los papeles. –Ay, hermanito- observo ella- nunca te tomas un descanso. Trabajas mucho. Papá debería dejar de explotarte- se rio- te vas a volver viejo antes de tiempo. Mira que mamá siempre le reclamaba que pasara tanto tiempo en la oficina y poco con su familia. Eso acaba siempre en un estrés- le advirtió. Samuel le echo una inmensa sonrisa, divertido: -No cambias- río- por algo eres mi hermanita consentida. No todos podemos darnos el lujo de solo divertirnos, como hacen tú y Emmanuel desde que tengo uso de razón, en esta casa. Giselle se cruzo de brazos y le echo una mirada peligrosa: - Un poco de diversión no le hace mal a nadie. Además, es injusto con Emmanuel lo que dices. Él se divierte con su grupo de música pero también estudia. Y eso es valorable. Por mi parte, yo sé muy bien que soy la benjamín y favorita, solo necesito echar una sonrisa para que todos a mí alrededor me consientan y alaben. Samuel se rio: -Ay, hermanita- suspiro- me parece muy bien que te diviertas y te quieras tanto. Pero, ¿no crees que va siendo la hora de que te tomes la vida un poco más en serio? Digo, que busques una buena relación, un novio de verdad, que te enamores. Giselle volvió unos pasos atrás y regreso al asiento del escritorio:- Estás loco, hermanito, a Gigi Mendoza no hay hombre que la pueda domar- afirmo. –En fin, conste que lo intente- se lamento él- apropósito de eso, no te olvides que mañana es la cena oficial donde voy a presentar a Kathya como mi novia. Te quiero ahí, nada de escurrirse, jovencita- le advirtió. Giselle sonrió: -No me lo perdería por nada del mundo, hermanito. Quiero sacarle foto carnet, y asegurarme que sea, en toda la extensión de la palabra, merecedora de Samuel Mendoza- dijo. –No se porque lo intento contigo- respondió él, al salir del despacho- si sé muy bien que todas mis novias te caen mal. La oyó lanzar una carcajada certera cuando se marcho. Estaba pasando por la sala, cuando se choco con ella. – Disculpe, señorita- dijo él, pasándose la mano por la nariz, despues del choque. -¿¡Que disculpe!?- le reclamo Andrea- ¡Casi me rompe el hocico! Es usted un bruto- lo insulto. -¿Cómo dijo?- le pregunto Samuel, sorprendido. -¡Que es un bruto!- repitió ella, mirándolo fijamente a los ojos. Samuel le iba a responder, cuando Blanquita llego a la sala: - ¡Oh, señor Samuel! Qué bueno que ya esté aquí, ¿se queda a almorzar?- pregunto la señora, para luego percatarse de que ya se habian conocido- ella es Andrea, es mi sobrina, recién llegada a los Ángeles. Va a quedarse trabajando aquí, con nosotros, yo misma la recomende y  le di las indicaciones que hicieron falta. – Espero que hayan sido realmente todas las indicaciones las que le diste, Blanca. Y, sobre todo, espero que la señorita realmente las haya escuchado- remarco. –Sí, suelo escuchar bien, tengo bueno mis oídos, vea- le señalo- no estoy sorda y no soy una tarambana. Estoy bien de mis oídos y de mí vista también. Usted creo que no puede decir lo mismo, ¿O sí? ¿Siempre se pasa a todo lo que lleva puesto por encima? Samuel se paso las manos por la cara, no podía creerlo. No sabía si reírse o echarle un reto. – Que señorita...tan....particular- observo, mirándola fijo. Para luego, tomar su maletín y marcharse a la oficina. -¿Señorita tan particular?- quiso saber ella, moviendo frenéticamente sus manos- ¿¡Pero qué quiso decir con eso, eh!? ¿Acaso está loco, o qué? Blanca suspiro, preocupada: -Ay, Andrea, si no quieres terminar despedida incluso antes de empezar, creo que hay ciertas indicaciones que debes grabarte muy bien. Sobre todo, y principalmente, nunca pero nunca seas maleducada con los patrones. Nunca debes responderles, ellos son los que dan las órdenes. Y, mucho menos, ser grosera, mi niña- le aclaro. Andrea protesto: -¿Maleducada yo? ¡Pero si él fue el maleducado primero! ¡Ni siquiera se presento! Al menos, tú le dijiste mi nombre pero yo no sé nada de ese. –Ay, Andrea, ven aquí- dijo, su tía, llevándosela de la mano- mejor que veas a los señores lo menos posible. Porque si conseguiste contrariar a Samuel que es una seda, no me quiero ni pensar cómo será con los otros. Por la tarde, Andrea conoció a Luz María y Emmanuel. Dos jóvenes muy simpáticos, con los que se cayó muy bien. Luego siguió con sus tareas. Hasta que esa noche, durante la cena, volvió a verlo a ese, él tal Samuel. El señor Gustavo, Samuel y Luz María, conversaban sobre negocios y temas de la oficina. Giselle no soltaba su celular, y Emmanuel escuchaba música con su I- padd totalmente lejano a todo. En ese momento, Andrea salió de la cocina, para servir junto con Candelaria, la comida y bebida. Mientras, Candela servía la sopa, Andrea hacia lo mismo con el vino. Cuando paso al lado de Samuel, sin darse cuenta, se tropezó distraída, y le volcó el vino sobre su camisa. -¿¡Que hace!?- levanto la voz, mientras se ponía de pie, enfadado- ¿Acaso no se fija por dónde camina? Andrea quiso que la tierra se la tragase: -Pero que torpe, ¡Perdón señor! Ahora mismo lo soluciono- dijo, mientras le pasaba una servilleta sobre la tela, sin notar que, aquella tela estaba sucia. - ¡Ay, lo siento!- volvió a decir, lamentándose. -¿¡Pero qué le pasa? Creo que definitivamente ni ve ni escucha- observo Samuel, furioso. – Lo que yo imagine- comento Giselle- es una completa inútil. No durara nada. –Señor, lo prometo que- dijo ella, antes de que Samuel le quitara la servilleta de la mano, hecho una furia. – Tranquilo, hijo- le pidió Don Gustavo- la joven es una inexperta en el área de servicio. –Eso es evidente, papá- le señalo Giselle, irónica. –Ya, tranquilos, no es para tanto- dijo Luz María- Andrea no te preocupes, mi hermano tiene cincuenta camisas más iguales a esa. Fue solo un accidente. Comamos en paz- Don Gustavo les dijo a las empleadas que podían retirarse y Samuel volvió a sentarse a la mesa. - ¡Que muchachita tan tonta!- insistió Giselle. – Bueno, no es para tanto- la freno Emmanuel- ya paso. Seguro necesita unos días para agarrar el ritmo de esta casa. Es su primer día de trabajo, estaba nerviosa, ¿Quién puede culparla? Todos siguieron cenando y en sus asuntos. Mientras que, en la cocina, una preocupada Blanca le pedía a Andrea que fuera más avispada. – Mi amor, debes concentrarte, mirar lo que haces. Yo se que eres bien distraída pero estos señores son muy exigentes- le advirtió- te están teniendo consideración por mí, pero por favor, no me quedes mal. Andrea le pidió que se quedara tranquila, y le aseguro que así seria y que aprendería rápido. Aunque no estaba completamente segura de que aquello que estaba diciendo sea verdad. - ¿Cómo voy a hacer para que me salga algo bien?- se preocupo- si soy bien torpe y lo arruino todo. ¡Ay, Diosito, ayúdame! Realmente me quiero quedar aquí. Permíteme que aunque sea, está vez, no termine siendo un desastre. Al otro día, cuando Andrea y Blanca llegaron a trabajar, el joven Emmanuel se encontraba lavando un auto en el jardín. Blanquita enseguida entro a la casa, y Andrea le prometió alcanzarla, pero primero se puso a charlar con Emmanuel, quien la había llamado. -¿Entonces, creciste en un pueblito muy lejano de aquí, con tu mamá y hermanitos?- pregunto. – Así es- respondió ella, viéndolo como lavaba su auto- mi querido pueblo es muy bonito, aunque bastante distinto a esta ciudad, a veces lo extraño. Me gustaría más andar por ahí. Donde todos nos conocíamos y todo quedaba más cerca. Yo ayudaba a mi madrecita santa a cuidar a los polluelos, ella trabajaba mucho. -¿Polluelos?- pregunto, curioso, Emmanuel- ¿tenían gallinero? Andrea se rio: -eh, no- dijo, con soltura y gracia- que va, ¡como que gallinas! Los polluelos son mis hermanos. Están bien chiquitos y hay que estarles atrás todo el día. Emmanuel le sonrió, divertido por la confusión. – Tú eras una ayudante de mamá gallina, entonces- bromeo. En eso estaban, cuando Samuel salió de la casa en su traje y corbata tan característicos, bajando las escaleras y despidiéndose de su hermano. Para luego, notar extrañado, que conversaba agradablemente con Andrea. –Veo que con mi hermano te entiendes mejor- dijo Samuel- ten cuidado, Emma, la señorita es bastante grosera cuando quiere. Andrea le lanzo una mirada de furia: -Yo no soy la grosera, usted es un pedante- le contesto, ante la sorpresa de Emmanuel que no pudo evitar reírse al notar, asombrado, como se peleaban. –Maleducada- le soltó. –Creído- respondió ella. Mientras Samuel se marchaba, bien serio. –No puedo creer que haya alguien que consiga hacer enojar a mi hermano- le confió- eso sí fue toda una novedad. Andrea se cruzo de brazos: -Tu hermano empezó, siempre me mira mal- aseguro.

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