S E V E N T H E E N

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La puerta de la casa se abrió abruptamente y los tacones de Raven resonaron en el salón

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La puerta de la casa se abrió abruptamente y los tacones de Raven resonaron en el salón.

Sopló el polvo y con recitar las mismas palabras que los brujos habían dicho antes, rompió la barrera entre vivo y muerto.

—Constance.–la llamó mientras dirigía sus pasos hacia el antiguo despacho de Ben, sin embargo ahí estaba el hombre. Llorando y masturbandose al pie de la ventana.

—Había olvidado eso.–habló sobresaltando al psicólogo, quien rápido subió sus pantalones.

—¿Qué estás haciendo aquí?–increpó con rabia al verla tan jovial y con un aura de seguridad.

—Tengo una cosa que hacer antes de que el mundo se vaya a la mierda.–respondió con una sonrisa.—¿Cómo estás tú? Al parecer no tan bien.

—Eres una perra, me has condenado...

—Perpetuum clausis.–dijo moviendo su mano y continuó con su camino dejando a un Ben con la boca cellada.

—¿Dónde está Michael?

Se detuvo en la mitad del pasillo y se giró para mirar a la cara al maldito cobarde.

—¿Es preocupación de padre lo que escucho?–se burló y rodeó a Tate con su presencia.

—Esa abominación no debería estar suelta por el mundo.–dijo con odio.

Raven se molestó y apretó su mano en un puño mientras el cuerpo del rubio se contraia.

—Deberías estar orgulloso por haber creado algo tan especial como él. Michael está hecho para la grandeza, ¿y tú qué hiciste? Una simple matanza que terminó con tu patética vida, atrapándote en este horrible lugar junto a la mujer que amas y que no te quiere ver.

—¡Sueltalo!–gritó Violet apareciendo y abalanzandose sobre ella, sin embargo una ráfaga la arrojó hacia atrás.

—¿Me quieres ver? Aquí me tienes. Ahora suelta a mi hijo.–la voz de la mujer resono en el pasillo al igual que sus tacones.

La bruja liberó el alma de Tate y se giró para encarar a la matriarca Langdon.

—¡Mírate niña!–la recorrió con una mirada de lástima.—A los pies de ese niñato tonto.

—A sus pies no, a su lado.–rectificó con voz más dura.—Deberías verlo, está más apuesto y grande. Alcanzó su madurez tanto física como psicológica. Su propósito en este podrido mundo está a unas horas de acompletarse.

—¿Y qué haces aquí?–exigió la rubia con miedo. Aquella chica no era la misma, el aura que emanaba era oscura.

—Lo que le hiciste aquel día.–negó y comenzó a acercarse.—Lo echaste de su casa como a un perro. Era un niño.

—¡No! Esa cosa no era un niño, no era mi nieto.–alzó la voz. Le dolía recordar aquello.

—Casi lo matan de no ser por mi.–gritó y al recordar esa escena su corazón se aceleró.—Tú sólo te quedaste mirando la camioneta. Puedo jurar que deseaste verlo morir.

—Esa cosa no debe vivir. ¡Por el amor de Dios, niña abre los ojos! Te va a matar.

La bruja negó tapándose los oídos.

—Es lo mismo que dicen todos y estoy harta. ¡Él me ama! Lo sé, cometió errores, pero era un niño y no sabía nada. Ahora...ahora es un hombre que está a nada de acabar con el mundo.

—Al final lo logró.–murmuró Constance y una lágrima rodó por su mejilla.—¿De qué manera?

—Bombas atómicas. No matarán a todos, pero el caos que haya causado sobre la tierra, el hambre, la radiación, eso los terminará por completo.

—¿Por qué no lo detienes? Tienes el poder para hacerlo.

—¿Por qué lo haría? Me ayudó a llegar hasta donde estoy ahora. Soy la bruja suprema gracias a él.

—Basta Raven, abre los malditos ojos.–gritó enfurecida.—Él no ama a nadie.

—¿De verdad lo crees?–sonrió con triunfo.—Mi vientre llevará su semilla. Soy su mujer, su maldito cuervo apocalíptico.

—Eres una necia.

—No vine aquí a discutir eso contigo.–su postura volvió a ser la misma y acomodó su cabello.—Vine aquí a darte las gracias.

—¿Las gracias de qué?

—Por dejarme quedar en tu casa, de no haber sido así, hoy no estaría con Michael.

—Jamás debí haberlo hecho.–se lamentó con tristeza y amargura.

—Ya no importa. Lo hecho esta hecho.–sentenció y miró su reloj.—Dos horas para el lanzamiento.

Observó los muros de aquella vieja casa y se percató de la mayoría de los fantasmas que estaban ahí presenciando la discusión.

—Por eso voy a hacer algo por ustedes. Deberías estar agradecida, Constance, aún cuando no mereces esta ayuda.

Se abrió camino entre la multitud que se apartaba con miedo.

—¿Qué harás?–exigió la mujer quedando de pie sobre la parte final de las escaleras.

Raven no respondió. Salió de la casa maldita y alzó sus manos hacia ésta.

—Hanc domum praesidio.–recitó las palabras tres veces para asegurar el hechizo.

Le dio una última mirada al lugar que una vez fue parte de su vida. Una lágrima rodó por su mejilla al divisar la casa de a lado, en la que Michael la encerró por casi año y medio.

Cerró sus ojos y limpió todo rastro de tristeza. Ahora sólo reinaria el caos. Su legado estaba a menos de dos horas de comenzar.

Pasó una mano por su vacío vientre. Él le había dicho que cuando las cosas se establizaran, ella llevaría a su hijo.

La idea de ser madre siempre estuvo dentro de su mente. Ansiaba serlo, lo deseaba desesperadamente y más si se trataba de su amado anticristo.

 Ansiaba serlo, lo deseaba desesperadamente y más si se trataba de su amado anticristo

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Bueno, este es el último capítulo antes del desastre.

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