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Aún no podía creer la forma tan despiadada en que Darien me había despedido, lo peor es que estaba en mi periodo de prueba y no tenía derecho a exigir una liquidación laboral, solo el dinero que había reunido o sea medio sueldo, literalmente duré dos meses y tres semanas trabajando para el señor Chiba.

Las cosas estaban más o menos como al principio, otra vez el dinero estaba faltando, los cuidado que mi madre necesitaba me absorbían en todos los sentidos. Aunque mi madre había dicho  que todos teníamos un ciclo y que la dejara ir, yo me rehusaba a hacerlo, agotaría todas las posibilidades existentes en esta vida y en cualquier otro plano para mantener a mi madre a mi lado y ese, ese era mi motor de arranque cada día, mi motivo para luchar cada segundo de mi miserable vida, era mi razón de existir así que no me rendiría nunca.

Tomé un poco de dinero ahorrado, y compré un ramo de rosas y sin pensarlo salí a los parques a trabajar como antes, como siempre, yo era una luchadora y él no iba a destrozar mi vida.

Con una enorme sonrisa ofrecí rosas para los enamorados, algunos les compraban con cariño, otros no lo hacían pero así es esto ¿No?.

Me quedé en la esquina del semáforo del parque y un auto verde pino hizo la parada cuando este estuvo en rojo, bajó la ventanilla y un hombre de cabellos canosos, largos y sedosos me llamó.

--Dame todas las rosas, he cometido un error y necesito reivindicarme-- sonrió y  sin pensarlo le di todas las rosas que traía.

--Guarda el cambio, linda-- aceleró el auto y no se detuvo, yo lo miré y luego  mi mano y era el doble de lo que costaba cada rosa, obviamente di brinquitos de felicidad hoy debía ser mi día de suerte, quizá no todo era tan malo después de todo.

Así pasó la semana completa y el mismo peliblanco me compraba todas las rosas y dejaba la propina sin si quiera poder decir nada.

--debes cometer muchos errores-- le dije un día entregándole las rosas por la ventanilla de su auto.

--Asi es la vida-- sonrió y me guiñó el ojo poniendo en marcha su auto del año como siempre.

En ese momento yo pensé que aunque no era lindo que tú pareja se equivocara tan frecuentemente, si era lindo que te pidieran perdón con rosas. Entonces me permití pensar en él, en el azabache que hace dos semanas no veía, y aunque sonara loco, lo extrañaba, la forma de tratar de acomodar su cabello hacia atrás y que este, de forma rebelde volviera a su frente, extrañaba la forma en que masajeaba el puente de su nariz cuando sus gafas de lectura le cansaban, la forma en que sus largos dedos sujetaban la taza del café, con vigor y ímpetu.

Era una completa estupidez, no lo volvería a ver nunca en mi vida, eso era un hecho y yo tenía cosas más importantes  que hacer que ponerme a pensar ahora en ese hombre, no ahora, no nunca.

Hagamos un trato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora