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Tres semanas, todo no era tan malo, pero no era suficiente, necesitaba el dinero y no podía conseguirlo así de fácil, sin duda todo empeoraba pero yo siempre sonreía para mi madre, había pasado currículum a todos los lugares posibles,mientras limpiaba casas otro día y otro vendía rosas, esperaba haciendo changuitos con mis dedos que el chico del auto verde volviera a equivocarse y le comprara los tulipanes que esta vez estaba vendiendo.

Eran las seis de la tarde y el auto no pasaba, sin duda esto me había desanimado, necesitaba ese dinero para el medicamento de mamá, y abonar algo de dinero para las quimioterapias, no era mucho pero por lo menos era de ayuda.

Ya estaba resignada iba a moverme de lugar, pero el auto de su salvador hizo su parada triunfal en la esquina cuando el semáforo avisó alegremente que podía detenerse. Sin pensarlo corrí cuando el vidrio bajaba despacio, me asomé a la ventanilla sin mirar si quiera, solo mostré orgullosa mis hermosos tulipanes pero mi corazón tamborileó frenéticamente cuando escuché esa voz.

--sube-- escuché el seguro ser desbloqueado y la puerta del asiento del copiloto abrirse.

--¿Q-què?-- los colores de mi rostro habían huido igual que cualquier reacción física de mi cuerpo.

--Que subas al auto, tenemos que hablar, no me gusta repetir las cosas Serena-- Eso era lo único que necesitaba escuchar, si él me hubiera dicho que colocara bajo la guillotina mi cabeza, yo gustosa hubiese accedido a mi muerte con una flamante sonrisa.

Sin pensarlo más subí al auto, nerviosa obviamente, mis piernas parecían gelatina medio derretida. Darien estiró su brazo para cerrar la puerta y el olor amaderado del perfume masculino me embriagó, se coló por mis fosas nasales embotando mis sentidos, era delicioso sin duda.

--cinturón-- me sacó de mi mágico trance de esa manera que solo el sabe hacerlo, obedecí de inmediato.

No hablamos de nada, el silencio reinó todo el viaje, hasta que llegamos a un pequeño pero lujoso restaurante y él bajó del auto, lo rodeó y abrió la puerta del copiloto --baja, ¿acaso tengo que decirte cada cosa que debes hacer?--. Lo miré aturdida y luego miré a mi al rededor

--no creo que sea adecuado que esté aquí, mi ropa no es la correcta para un lugar como este-- traía jeans, tenis una camiseta ceñida al cuerpo con pequeñas piñas estampadas y una coleta alta en mi rebelde cabello, por su parte él azabache traía un jean azul celeste ajustado a su cuerpo, le entallaba perfecto, una camisa negra, no tan formal pero si apta para la ocasión, zapatos casuales negros, a penas yo me había permitido mirarlo de frente y hubiera preferido no hacerlo, su mera presencia exigía respeto.

--Dudo que alguien se atreva a reprochar algo-- quitó el cinturón y me tomó de la mano con algo de fuerza para sacarme por fin del auto --asi que relájate-- cerró la puerta y activó la alarma mientras caminaban dentro del lugar pidiendo una mesa.

--¿Puedo preguntar qué hacemos aquí?-- me dediqué a observar cada detalle como si de eso dependiera mi vida.

--vaya-- miró la carta --pensè que no lo preguntarias nunca, ¿Te subes a los autos de todos asi solo porque te lo dicen?.

--N-no, es solo porque lo conozco-- titubeé, maldita sea. él bajó la carta para dedicarme su atención.

--Estamos aquí, porque te quiero pedir que hagamos un trato-- y si, Darien sonrió y yo acabo de decretar que puedo morir en paz.

Hagamos un trato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora