Algún día, las heridas dejarán de sangrar. Tal vez una mañana me despierte sintiéndome invencible, como si la vida ya no pudiera herirme.
La puerta se abrió detrás de mí sacándome de mis pensamientos, obligándome a asomar la cabeza. Salí del baño y, por un instante, miré a Margaret, que volvió a entrecerrar los ojos al encontrarme.
—La puerta estaba abierta —apuntó deteniéndose frente al umbral sin adentrarse a la habitación.
Sin responder, me concentré en buscar algo en el armario para vestirme, dejando que el silencio entre nosotras se alargara. Cuando me puse la camiseta, la miré por encima del hombro.
—¿Podemos hablar? —me preguntó, casi con un susurro. A mí, esa delicadeza me incomodaba. Me molestaba la manera en que se dirigía a mí, como si fuera a romperse con cualquier palabra equivocada. No sabía si su actitud era una forma de evitar un conflicto o si estaba tratando de convencerme, a su manera, de que me amaba y estaba atenta a mí.
Me abroché los shorts, tomé la toalla y me giré para mirarla.
—¿Sobre qué?
—Todo, ¿te encuentras bien?
—Claro —respondí, mientras empezaba a secarme el cabello. —¿Querías saber algo más?
Margaret parecía necesitar una conversación urgente, una en la que lograra convercerse de una vez por todas de que yo verdaderamente estaba bien. Con una expresión ligera de angustia, mi tía sostuvo el pomo de la puerta.
—Michael siempre intenta molestarme... digo, lo intenta, porque no me importan todo los disparates que quiera dejar salir por su boca sucia. Estoy bien, no tienes que preocuparte. Sé lo que tengo que hacer —dije, entrando al baño sin esperar respuesta. Después de un breve silencio, añadí sin mirarla: —Hoy quiero ir a comprar las cosas para la cena de Nochebuena. ¿Podrías dejar la tarjeta sobre la repisa?
—No pensaba hacer una cena, solo pensaba hacer lo que te gusta.
—Nunca fue necesario, siempre lo hiciste por mí.
Salí del baño y me detuve frente a ella.
—Alex vendrá. Le mandé un mensaje.
Di un paso hacia adelante, sonriendo de manera casi imperceptible. Quería estar sola. Mi tía entendió el mensaje, retrocedió y salió de la habitación.
—En un momento saldré.
Sonreí, y en ese instante me di cuenta de algo extraño: no recordaba la última vez que había sonreído a alguien, de verdad. Esa mañana era distinta, y no solo por la sonrisa, sino por la sensación de una energía ligera, frágil como un espectro, que podría desvanecerse en cualquier momento. Sin embargo, me permitía disfrutar, aunque fuera fugazmente, de una completa ausencia de sombras. Había, incluso, una pizca de valentía en ese alivio temporal. Esa mañana, la vida no dolía tanto.
Al menos ese día, no quería lastimar a Margaret de ninguna forma. No tenía ninguna razón para mentir pero esa misma tarde que fui a llevarle el mensaje en persona a Alex.
No lo pensé demasiado; me acerqué y toqué la puerta. Michael cruzó por mi mente, su presencia flotando en el aire, pero no me inquietó. Toqué de nuevo, con algo más de insistencia, y luego, sin pensarlo, presioné el timbre dos veces.
La puerta se abrió.
Le sonreí de inmediato a la madre de Alex, quien se quedó esperando, en silencio, a que fuera yo quien hablara primero.
—Hola, busco a Alex.
—¿Cómo estás, Camila? —me sonrió, y tuve que devolverle la sonrisa—. Sí, Alex está... —divagó, quizás buscando una buena excusa para deshacerse de mi persona en su casa—. Arriba. Hace mucho no nos visitas, es decir, tenias mucho tiempo sin venir a buscar a Alex.
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IN cubus ©
Fiction généraleLa desordenada y estancada vida de Camila se ve irrumpida por sueños recurrentes que distorsionan su realidad. Las imágenes difusas de quién se mostraba en sus sueños pasaron a tener carne, huesos y un rostro. Un demonio, un Incubus, Azael... Vesti...