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Haciendo Algo Juntos

  La dulce voz de Aoba entonaba una delicada nana para su pequeña y hermosa bebita de tan sólo unos cuatro meses de nacida. El cuerpito de Yaneth, realmente diminuto y muy pálido, se movía inquieta por el sueño que tenía, pero que poco a poco se iba calmando a medida que su padre la arrullaba con tan amorosa canción. Aoba la veía y sonreía al ver como sus cabellos celestes comenzaban a adquirir un color más saturado y oscuro, quizás volviéndose el tono de su cabello, así como su suave piel se volvía más parecida a la de un humano común.

  Cuando Yaneth había nacido, ella carecía de pigmentación; su piel y cabello eran casi blanco, como si hubiera nacido albina. Tanto Aoba como Mink, se asustaron cuando los médicos los citaron con urgencia, y el menor casi se desmaya de recibir la noticia de que su bebé, su preciado tesoro, nació sin vida. Fue un golpe duro, dado de una manera tan gélida y sin anestesia que no lo creyó real.

  El frío de la morgue los aterró. Aoba deseó salir corriendo de allí. La idea de saber que muchos otros cuerpos estaban allí, le transmitía horror, una mala sensación y unas cuantas miradas horribles sin haber personas más que él, su pareja, y el médico que les iba a mostrar el cuerpito fallecido de su hija. En su momento, culparon a la madre sustituta de todo ese mal, pero, cuando vieron el cuerpecito blanquecino de su retoño, supieron que algo iba mal, muy mal.

  El médico los dejó tomar a la bebé por primera y última vez, sabiendo que después el diminuto cuerpo dejaría de existir, fuera lo que fuera que los padres decidieran hacer con él. Una vez ellos dos solos, Aoba se deshizo en llanto mientras caía de rodillas con su bebé en brazos, murmurando cosas de puro dolor y tristeza. Mink recordó haberlo abrazado y, por primera vez en tanto tiempo, lloró. Lloró sabiendo que perdió algo suyo, algo nacido del amor de entre dos personas; lloró porque su segunda hija nació muerta, sin vida, sin tener la oportunidad de crecer junto a sus progenitores y a su hermana mayor, quienes tanto la anhelaron. Ambos creyeron morir estando vivos. ¿Cómo harían para explicarle a Kiara, quien sólo tenía ocho años, sobre su fallecida hermanita? ¡Aún era muy pequeña para una noticia así!

  Pero Yaneth se movió. Aoba la sintió. Sus brazitos, sus manitos, sus diminutos dedos aferrándose a la tela de su camiseta. Entonces, la alejó y la miró atento. Sus enormes ojos, brillantes y de un tenue color ámbar, lo veían fijamente. Creyó estar soñando hasta que su llanto explotó. El eco de su llorar retumbó en las frías y muertas paredes del lugar, como un grito de vida que anheló ser liberado. Ni Aoba ni Mink pudieron sentir una felicidad tan inmensa como la de ver vivir a lo que creyeron muerto.

  Aquel día, Yaneth nació. Su nombre se debió a por su significado original; "Dios se ha apiadado", dijo Mink mientras besaba los cabellos de su marido, agradecido de todo. Aoba reía contento mientras abrazaba y calmaba a su pequeña, murmurando su nombre y afirmando lo que el mayor decía.

  En aquellos momentos, a Aoba aún le divertía recordar aquel momento de su vida, y más aún al ver la carita extraña de Kiara por presenciar tanto a Mink como a él con los ojos rojos y llorosos, o incluso al conocer a su hermanita que resultaba muy blanca, hasta recordó que decía que ver que Yaneth parecía un alienígena cuando la vio en la incubadora, pues los doctores tuvieron que hacerle análisis para descubrir el por qué de todo.

  Ahora, todo tenía respuesta, pero ni Mink ni Aoba las comprendían, porque todo giraba entorno al misterioso pasado del peliazul. Y, la única persona que sabía de ese todo sobre Aoba, era Tae, su abuela. Luego deberían tener una charla con ella, cuando la visiten en Midorijima.

  Mientras recordaba esto, Aoba oyó como la puerta a sus espaldas se abría con cuidado. La luz del pasillo se coló en la obscura habitación, mas no hizo falta otra iluminación dentro de esta; se veía perfectamente la figura del peliazul que el intruso buscaba. Los pasos se oyeron y se detuvieron justo detrás de él. Aoba sonrió cuando sintió las fuertes manos de su marido posarse sobre su cintura. Mink dejó un beso en su hombro como único saludo, apreciando la conocida nana que antes le cantaban a Kiara para arrullarla durante sus primeros años de vida.

  Aoba dejó de cantar y dejó a la bebé en su cunita, cubriéndola con las suaves mantas aterciopeladas. Luego, se regresó hacia su marido.

—Te creía durmiendo —murmuró el peliazul, sonriente.

—No podía sin ti —respondió Mink.

  Sus labios se encontraron al buscarse. La húmeda calidez de sus bocas calmó sus sentidos, pero el beso no duró más que unos pocos segundos. Luego, Aoba buscó refugio en los brazos de su marido. Con su cabeza apoyada en el pecho ajeno, respiró el encantador aroma a canela de Mink.

—Aún recuerdas esa nana —comentó el mayor.

—Si. Era la que le cantábamos a Kiara de pequeña, ¿recuerdas?

—Si —Mink besó sus cabellos—. Creí que te la olvidarías luego de seis años.

—Tu me la enseñaste, no puedo olvidarla porque sí.

—Hm.

  Aoba rió con ligereza. Luego, miró a su bebé por el rabillo del ojo. Yaneth dormía en paz, cómoda y bien abrigada, pero no podía evitar sentirse mal por dejarla en aquella solitaria habitación. Entonces, se aferró más a la espalda de Mink, como si fuera él a quien vayan a dejarlo solo.

—¿Qué ocurre?

—Es que... no me gusta la idea de dejar a Yaneth sola.

—Puedo pedirle a Huracán que se quede —dijo mientras peinaba sus hebras azulinas con sus largos dedos.

—No es lo mismo.

  El silenció se estableció en ambos. Parecían pensar casi en lo mismo en la búsqueda de una respuesta a la incógnita del japonés. Y, por ello, Mink contestó.

—¿Quieres que Yaneth duerma con nosotros?

—Hmm... ¿no la lastimaremos?

—No si tenemos cuidado.

—Pero, Kiara...

—Ella está durmiendo. Además, es muy sensata cuando se trata de Yaneth.

  Volvió a reír. Para ellos, Kiara parecía una niña muy alegre y extrovertida, quizás celosa y hasta fría con los desconocidos— "Mink en persona", solía bromear Aoba, e incluso Koujaku o los AllMate mismos al entrar en tema—, pero sí era cierto que tenía un carácter fuerte y era muy inteligente, siempre y cuando las cosas eran aclaradas desde el principio.

—Me parece bien, aunque... eso significa que no podremos jugar —murmuró Aoba. Su tono sugerente y juguetón quedó expuesto mientras enredaba uno de los mechones rojizos de Mink en su dedo índice.

—Tch. Idiota.

Sólo Mío [DMMd] || 30 Days OTP Challenge || Mink x AobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora