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Con Orejas de Animales

  Mink sentía las pequeñas manitas de su hija acariciar su largo cabello castaño, intentando acomodar la diadema con orejas de perro que Aoba le había comprado en su regreso del colegio.

—¡Listo! —anunció la pequeña Kiara y gateó fuera del sofá, tomando de la mesa ratona un pequeño espejo que colocó frente a su padre—. ¡Ten! ¡Mírate! Ahora estamos iguales.

  Él tomó el pequeño espejo rosado entre sus manos y se miró en el cristal. Le parecía extraño llevar aquella cosa en su cabeza  pero, teniendo en cuenta que ha llevado otras clases de cosas como accesorios, no le desagradaba tanto.

—Pareces un perrito —rió la pequeña, meneándose y cubriendo su boquita sonriente con su manito. Él la miró y sonrió con malicia.

—¡Ven aquí! —pronto la tomó entre sus brazos y la oyó reír a carcajadas a lo hora en que comenzó a hacerle cosquillas

—¡Papi! ¡No! Jaja, ¡basta!

—Veo que se están divirtiendo —el pequeño par detuvo sus juegos de tan sólo oír aquella melodiosa voz y se giraron a ver hacia sus espaldas. Aoba estaba allí, inclinado contra la cabecera del sofá con una alegre sonrisa decorando su pálido rostro.

—¡Papi Aoba! —chilló contenta la pequeña que se escapó de los brazos de su padre mayor cuando este se despistó. Ella se subió al sofá con otra diadema en manos—. Déjame ponerte la tuya.

—Claro, cariño.

  El más joven se inclinó un poco y la niña colocó las orejas de gato azules en su cabeza. Cuando vio a su hija girarse en busca de algo, Mink le extendió el espejo y ella lo tomó, pronto colocándolo delante de Aoba.

—Ahora, los tres estamos iguales —dijo ella, más alegre aún—. Sólo que papá Mink es un perrito y papá Aoba un gatito.

—¿Y tu eres...?

—¡Soy Kiara! ¡La tigresa más salvaje de todas! ¡Roar!

  Tanto Aoba como Mink, no pudieron evitar reírse por tan tierna imagen.

—Bien, Kiara, "la tigresa más salvaje de todas", es hora de que te vayas a bañar —dijo Aoba, tomando a la niña en brazos y bajándola al suelo.

  Kiara pronto lo miró haciendo puchero, protestando con tristeza.

—Yo quería seguir jugando —dijo y se cruzó de brazos.

—Anda, ve, y puedes llevar los nuevos juguetes que te dieron el tío Koujaku y el tío Noiz para jugar en la tina, ¿te parece bien?

—¡Si! ¡Gracias, papi! —sus ojos marrones se iluminaron y abrazó rápidamente al peliazul antes de correr hacia su cuarto, seguida del pequeño Ren.

  Aoba suspiró y rodeó con pereza el sofá hasta dejarse caer al lado de Mink. Él rodeó sus hombros con uno de sus brazos y le permitió recargar su cabeza en él.

—Espero que esta vez no se entretenga jugando —dijo el menor.

—No lo hará, créeme. Kiara ya aprendió la lección —Mink lo reconfortó acariciando sus hebras azules.

—Esperemos que sí. No quiero que se enferme otra vez.

—Tranquilo, estará bien.

  Ambos mantuvieron el silencio entre ellos. Les resultaba increíble aún tener una hija que comparta la sangre de ambos aún siendo ellos del género masculino. Agradecían enormemente que esto fuera una realidad gracias a la manipulación de sus genes en los laboratorios, supervisados los experimentos por científicos expertos que se propusieron a ayudarlos. Con la tecnología realmente avanzada, no fue un reto difícil. Ahora, veían crecer a su pequeña hija con ya seis años de edad. Kiara era la mezcla perfecta de ellos dos en aquella pequeña personita de cabellos cafés, muy parecida a Mink pero con características de Aoba, como sus ojos rasgados y de color marrón, aunque su tono de piel era más oscura que la suya propia debido a los genes de Mink.

  Ambos creían estar en un sueño maravilloso, pero estaban viviendo la verdadera realidad.

  Pensando en esto, Aoba se acurruca más junto a Mink, el cual sonríe sin dejar de acariciar su cabello. No obstante, su mano comenzó a frotar la tela de las orejas que Aoba llevaba en su cabeza, al parecer surgiendo en su cabeza alguna idea loca. Entonces, soltó una casta risa y acercó su boca al oído de su marido.

—Te quedan bien —murmuró.

—A ti también te quedan bien —Aoba se separó de él sólo para tomar entre sus manos las felpudas orejas cafés que él llevaba—Te hacen ver menos gruñón.

—Serás —espetó, y el peliazul se rió.

  Mink lo tomó del mentón y alzó su rostro. Sus miradas no tardaron en encontrarse y ambos se perdieron en los iris del otro, hipnotizados en sus diferentes formas de mirar que reflejaban un mismo sentimiento por el otro. El uno al otro se acercó. Aoba sabía que era lo que venía, y lo confirmó cuando sintió los cálidos labios de su pareja presionar los suyos con dulzor. Sus ojos se cerraron y disfrutaron de la sensación que se intensificó en la oscuridad de su mirar. Sus bocas saboreándose con lentitud, sin prisas ni pausas, sólo el dulce néctar que deseaban sentir con besar al otro en la intimidad de su lecho.

  A los cuantos minutos, deshicieron el contacto, pero mantuvieron la cercanía, saboreando el cálido aliento del otro, sedientos por más. Las manos de Mink tomaron el rostro de Aoba y lo vieron con deseo. Relamió sus propios labios, tentado a seguir con ello, pero no lo hizo. En cambio, miró las orejas azules que aún seguían en la cabeza de su compañero y, de las cuales, una de ellas acarició.

—Mink, ¿Qué... haces? —preguntó Aoba, que aún no perdía las ganas de seguir besándolo.

—Pensaba en cómo se verían en ti si te hiciera el amor —admitió, dedicándole una lujuriosa mirada.

  El frío recorrió la piel de Aoba con aquel comentario. Sus mejillas comenzaron a arder y ya no supo qué contestar. Estaba un poco sorprendido. ¿Sería esto una especie de fetiche?

—¿Qué piensas? —Mink preguntó, inquisitivo. Aoba relamió sus labios al sentirlos secos. La profunda mirada ambarina que su marido le dedica lo dejaba sin habla.

—Yo... no me parece... una mala idea —llegó a contestar.

  Eso sólo quiso oír Mink para poder seguir adelante.

  

Sólo Mío [DMMd] || 30 Days OTP Challenge || Mink x AobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora