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Usando Kigurumis

  Aoba peinaba a su pequeña hija mientras ella jugaba con Ren, los tres en el suelo. Mink estaba cerca de ellos, sentado en el sofá, dedicando su tiempo a leer uno de sus tantos libros. Todos ellos, e incluso Huracán, disfrutaban del cómodo silencio en la sala principal, interrumpido por el cálido crepitar de la madera de la chimenea y de alguna risa del pequeño retoño de aquel par.

  Los aún algo húmedos cabellos de Kiara resbalaban entre las manos de Aoba a la hora de pasar el peine. Ya llevaba un buen rato desenredando sus oscuras hebras cafés y, con la niña moviéndose de un lado a otro al jugar con su AllMate, había veces que le resultaba difícil peinarla. Una vez acabado, él dejó el artículo aún lado y besó la mejilla de su pequeña, abrazándola y riendo junto con ella. Mink alzó su mirada en aquel intervalo de tiempo, y sonrió con tan sólo ver tan dulce imagen.

  Kiara se giró en su sitio y, apoyada sobre sus rodillas, subió la capucha del kigurumi que su padre vestía.

—Papi Aoba es Doraemon —dijo la niña, y él asintió.

—Si, y pequeña Kiara es Totoro —Aoba la imitó, colocándole su capucha de igual manera. Ella rió, acomodándola sobre su cabeza al cubrirle la vista. No obstante, Kiara miró hacia su otro padre, el cual volvía a concentrarse en su interesante lectura.

—¿Por qué papi Mink no tiene un kidorumi?—ella lo señaló, frunciendo un poco su ceño, como si estuviera molesta.

—¡A-Ah! K-Kiara, no señales —la regañó Aoba, aunque pareció más sorprenderse que enojarse. Su hija la miró con brillantes ojitos inocentes —. No se señala a la gente, hija, y, además, se dice "kigurumi".

—Lo siento —su pequeño y regordete rostro mostró tristeza, cual cachorro regañado. Aoba no tardó en sentirse mal. Odiaba retarla porque no toleraba verla triste o deprimida. Tal vez, por eso Mink hacía comentarios diciendo "se volverá vanidosa si la sigues tratando así". Le importaba un bledo. Ambos sabían bien que Kiara sería su dulce hija vanidosa, ya que ambos la mimaban por igual. Entonces, para animarla, Aoba buscó algo que sirviera como objeto de bromas. Y, sin pensar mucho, sus ojos marrones dieron en la persona adecuada; Mink.

  Una sonrisita macabra se trazó entre sus finos labios, riendo con sumo cuidado y maldad. Luego, se acercó a Kiara con cuidado.

—¿Sabes por qué papi Mink no usa kigurumis como nosotros? —murmuró en uno de los oídos de su pequeña, no perdiendo de vista a Mink que, por el momento, no se había dado cuenta de que hablaban sobre él.

  Aoba se alejó un poco y vio a su pequeña negar con inocencia. Por ende, se volvió a acercar a su oído para volver a cotillear, sólo que alzando un poco más la voz.

—Porque es un viejo cascarrabias.

—¿Enserio? —exclamó la pequeña. Aoba la calló por lo bajo, fingiendo alarma, como si fuera un secreto que el hombre a unos pocos metros de ellos no debiera saber. Y ella, inocente y crédula, se tapó la boca con sus manitas y miró hacia su otro padre, temiendo de que los oyera.

—Si, pero no se lo digas, ¿eh? Papi Mink se enoja con facilidad, así que no hay que provocarlo, ¿vale?

  Kiara asintió.

  Claramente, Mink los había oído desde un principio. No era ningún tonto. Sabía bien que le doblaba la edad a su marido, pero no por ello lo convertía en un sordo, y Aoba lo sabía muy bien. A veces creía que Mink hizo un pacto con su abuela o algo porque no era ni medio normal la gran audición de ambas personas para sus respectivas edades—aunque, reiteramos, Mink no es ningún viejo—.

—¿Puedo saber que tanto estáis murmurando vosotros dos? —preguntó Mink, fingiendo no saber nada con una ligera sonrisa decorando sus labios.

—Oh, nada, cariño —respondió Aoba, que ya estaba de pie y se dedicaba a tomar a Kiara entre sus brazos para alzarla—. Sólo que Kiara dice tener sueño, ¿verdad, corazón?

  Con una mirada cómplice, fue suficiente para que la niña le siguiera el juego y fingiera un bostezo, aunque, de verdad, el sueño comenzaba a vencerla.

—Tengo sueño... —murmuró ella, frotando uno de sus ojitos marrones. Aoba rió entre dientes.

—La llevaré a la cama, ¿está bien?

  Mink asintió. Aoba se acercó a él con la niña en brazos, la cual se inclinó hacia su padre mayor a recibir un beso en la frente.

Oyasumi —dijo Mink.

Oyasumi, papa —respondió su hija en un tono más agotado.

  Aoba la cargó hacia su habitación, seguido de Ren y de Huracán que se posó sobre su hombro libre, ya que en el otro descansaba la cabecita de Kiara.

  Mink los vio desaparecer por el corredor. Luego, se quitó sus lentes y, junto a su libro, lo dejó sobre la mesita ratona. Volvió a echarse de espaldas en el sofá y sonrió.

—Viejo cascarrabias, ¿eh? —murmuró él. Luego, negó con la cabeza, riendo ligeramente, pues sabía que Aoba no diría nunca más esas cosas luego de lo que le haría.

  Se puso de pie con ese pensamiento en mente y buscó a Aoba. Esa noche iba a aprender que Mink no era un cascarrabias, ni mucho menos un viejo.

Sólo Mío [DMMd] || 30 Days OTP Challenge || Mink x AobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora