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Cambio de Género

  Entretenida en las interesantes palabras de su libro, Mink no le prestaba atención a nada más que al mundo ficticio del cual era testigo en esos momentos. Su cacatúa, Huracán, limpiaba sus brillantes plumas rosadas, posada en la cabecera de la única cama en toda el lugar donde su dueña se encontraba recostada con sus lentes puestos.

  Ambas estaban en paz y en silencio, pero todo acabó cuando oyeron un golpeteo en la madera de la puerta. Con perfecta sincronía, dueña y AllMate vieron hacia la entrada. No obstante, Mink se sentó en la cama.

—Adelante —dijo ella y dejó su libro y sus lentes sobre la mesita de noche.

  La pequeña y hermosa figura de su novia, Aoba, entró a su habitación con una cara deplorable -más bien, Mink la vio así-. La peliazul se quedó de pie en el umbral. Su mirada marrón evitaba a toda costa la ambarina de la mujer que le doblaba la edad.

—Huracán, ve con Rin —espetó la morena.

  La AllMate no dijo nada, alzó vuelo y salió fuera de la habitación, pasando por encima de la cabeza de Aoba, quien era bastante bajita.

—Cierra la puerta.

  Ella obedeció. Aún así, se quedó de pie allí, ocultando sus manos tras su espalda, como una niña que hizo una travesura y sabe que la van a regañar.

  Mink se puso de pie y caminó unos pocos pasos hasta alcanzarla.

—Dime, ¿qué ocurrió esta vez? —su voz se volvió más suave, más dulce para el oído, lo suficiente como para presenciar como enseguida su pequeña novia la abrazaba en busca de su calor. Mink no se quedó atrás y rodeó su delicado cuerpo con sus fuertes brazos, acariciando sus suaves hebras azules.

  Los sollozos de Aoba comenzaron a oírse. Sabía muy bien que había ocurrido. No debía de ser una genio como para adivinar, ni tampoco era la primera vez que su joven amante llegaba con una cara tan hecha mierda, a punto de llorar, como ya lo estaba haciendo en esos instantes.

—¿Fueron esos chicos otra vez? —cuestionó la morena con más tranquilidad aún. La sintió asentir y su sangre hirvió. Comenzó a maldecir a todos los antepasados y futuros predecesores de esos desquiciados, de esos abusadores que se aprovechaban de la inocencia de una chica tan sensible como lo era Aoba.

  El caso había empezado como cualquier otro que le hubiera ocurrido a Aoba antes; llamadas con dobles intenciones, clientes decepcionados por hacerse ilusiones de la misteriosa chica con una encantadora voz que les contestaba por teléfono, cosas por el estilo. Fue en una de las salidas con su novia que se cruzaron con uno de esos clientes entristecidos, rodeado de sus coleguitas, los cuales hablaban y entendían muy bien el japonés y habían oído claramente la charla de dos novias que caminaban tranquilamente por las calles de aquel pequeño pueblo. Fue ahí cuando empezaron a burlarse y hasta insultar a Aoba, quien no perdió ni un segundo en defenderse, contestándole de barbaridades y maldiciones que Mink nunca había oído salir de su dulce boquita.

  Pero la cosa no acabó ahí. Pronto, Aoba empezó a ser acosada, perseguida, amenazada, todo a costa de tan sólo tener una sexualidad diferente. Y no tan sólo ella, sino también Mink padeció la desgracia de vivir esas barbaridades, pero ella las recibía con menos frecuencia por su fama de chica matona y brutalmente ruda.

  Un día, Aoba llegó a la casa en las peores condiciones esperadas; golpeada, magullada, herida, lastimada. Estaba horriblemente dañada. Cuando Mink la vio, se aterró. En su momento, fue más grande la preocupación por su pareja que por los idiotas que le causaron semejante daño. Ya hubo momento en el que rindió cuentas con esos sujetos que aterrorizaron a su novia, cuentas que Mink cobró a su modo. Pero, aún así, las cosas siguieron igual.

—¿Cuándo pararan esto? —sollozó la más joven, cada vez más aferrándose al cuerpo de la más vieja.

—No lo sé —suspiró Mink. De nada ya le servía darle falsas esperanzas, ahora sabiendo que no merecía la pena.

—¿Qué haremos, Mink? No podemos vivir así toda la vida. Estoy harta de que tengas que defenderme, estoy harta de esconderme, ¡estoy harta de vivir así! —estalló Aoba, largándose en llanto. Sus cálidas lágrimas comenzaron a derramarse sobre la tela de la camisa de su novia. Sus penas se desahogaban en ellas, lágrimas que siempre ha mantenido prisioneras salvo en una ocasión desde que empezaron a vivir así.

  Mink la abrazó con más fuerza. Le dolía verla sufrir, y las ganas de echarlo todo al demonio no le faltaban. También quería vivir en paz, también quería vivir feliz. Sólo eran tres idiotas molestándolas, los cuales se habían pasado de la raya más de una vez.

  Ambas se sentaron sobre el colchón. Aoba desahogó sus penas en lágrimas, y Mink la consoló en silencio. Sólo cuando la menor pareció calmarse, la mayor se atrevió a besarla con pasión. Ninguna se retractó. Sólo buscaban escapar de la realidad, aunque fueran tan sólo unos míseros segundos.

—Hallaré la forma que nos dejen en paz —dijo Mink, separando bruscamente su boca de la de Aoba—. No me importa si tengo que arrebatar la felicidad de otros.

—P-Pero, Mink.

—Te hice una promesa Aoba... que no te dejaría llorar sola ni te abandonaría en el camino que tomaras... Pero, si tengo que cambiar de rumbo sólo para verte feliz, haría hasta lo imposible.

—Entonces, hagamoslo juntas —intervino ella—. Porque yo también prometí estar a tu lado, Mink, siempre.

  Mink sonrió con calidez. Su mano acarició la sonrojada mejilla de su novia, la cual también le sonrió. Su dulce sonrisa, opacada por las lágrimas que aún corrían por su piel, la enamoraba perdidamente.

  Volvió a besarla. No fue brusco, tampoco agresivo. Sólo un dulce toque amoroso y lleno de deseo. Deseo de estar juntas, de ser felices. La esperanza naciente de una promesa, visible en cada gesto, en cada palabra, en cada beso.

  Nadie interferiría en su relación, nunca más.

Sólo Mío [DMMd] || 30 Days OTP Challenge || Mink x AobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora