Discutiendo
[Continuación del reto N°27. Ya aviso que, este y el siguiente, son capítulos muy largos]
Desde la charla de tener un nuevo integrante en la casa, ya había pasado poco más de una semana. Con una actitud tan impropia de él, Mink había insistido en abrir el tema más de una vez, con simples juegos o con pura palabrería que resultaban ser indirectas muy directas, pero Aoba no parecía rendirse y aceptar. Creía que era una etapa, tal vez una idea absurda montada en la cabeza de su marido y que, con el tiempo, pronto desaparecería. Sin embargo, con sus dos dulces princesitas mostrándose muy insistentes con tener una nueva hermanita—sobretodo, la pequeña Yaneth—, resultó ser que no era como pensaba.
Aquella tarde, Mink entró a la cocina, tan serio como de costumbre, pero con un aura extraña que ni el único hecho de ver al amor de su vida frente a sus ojos podría arrebatarle. Y, curiosamente, Aoba estaba allí, acabando de preparar los famosos buñuelos de su abuela. Lo observó desde el umbral, pensando si de verdad valía la pena seguir insistiendo.
—¡Ah! ¡Mink! —la dulce y melodiosa voz del peliazul llegó hasta sus oídos, llamando rápidamente su atención—. Ya están los buñuelos, ¿Quieres probar? ¡Saben deliciosos!
—Quizás, luego —espetó Mink con voz seria, más de lo usual. Entonces, Aoba alzó su mirada hacia él. Ese tono... no era normal.
—¿Uh? ¿Qué ocurre?
Mink miró al suelo un momento, arañando ligeramente el marco de la entrada. Su razón dudaba, pero su corazón estaba decidido a continuar. No era de las personas que se rendían tan fácilmente, pero dudaba de que su peliazul marido lo creyese así. Pese a ello, su fría mirada ambarina se posó en la castaña de su pareja. Luego, sus pasos se acercaron a su pequeña figura, justo hasta detenerse delante suya y tomar sus frágiles manos. Su pareja lo vio aún más confuso.
—¿Mink...?
—Siéntate —dijo el moreno. Aoba obedeció y cada uno se sentó en una silla alrededor de la mesa.
El peliazul no dejaba de verlo con suma curiosidad, pero también muy confundido. Deseaba saber qué tanto misterio traía Mink consigo como para mostrarse más serio que de costumbre.
—Mink, ¿qué sucede? ¿Pasó algo? —volvió a preguntar.
Silencio. Un estresante silencio fue lo único que recibió como respuesta, y una mirada perdida, fija en sus manos juntas sobre la superficie de la mesa. La inquietud lo carcomía. Mink nunca era tan serio, no desde hace mucho tiempo, y desde hace años que no le respondía de una manera tan inquietante como lo era el quedarse mudo ante la duda eterna. Eso era lo más aterrador. Con los segundos corriendo, más era la tensión creciente en Aoba, mientras Mink buscaba cómo sacar el tema sin que el peliazul se altere o lo evada.
—Mink, por todos lo cielos, no te--
—¿Por qué no quieres tener otro hijo conmigo?— seco, directo, sin anestesia. Así soltó la pregunta. Quizás, sonó egoísta, incluso brusco, pero la realidad estaba plasmada en sus propias palabras.
—¿Eh? —sus iris marrones lo vieron incrédulo, asombrado, pasmado, pero fue cuestión de segundos para sentirse agobiado por la seriedad del tema—. ¿A... a qué viene esa pregunta, M-Mink? —su voz le traicionó, sonando débil y nerviosa, acorde a su sonrisa forzada. Estaba claro que quería evitar el tema.
Mink no le dedicó nada más que una severa mirada como veredicto de su consulta. Aoba tuvo que tragar pesado para poder digerir el problema en el que se estaba metiendo. Mientras más veía sus ojos, más ganas conseguía para poder salir corriendo de allí. Sólo pudo evitarlos, buscando algo como excusa para escapar de la boca del lobo; en este caso, de la mirada de su marido. Fue sólo posar sus ojos en el reloj de pared para encontrar su salvación.
—¡Uahh! ¡Mira la hora qué es! Kiara y Yaneth pronto llegarán del colegio. Será mejor que me ponga a hacerles la merienda —exclamó con falso dramatismo, fingiendo una inocente sonrisa en su pálido rostro mientras conseguía ponerse de pie. Pero, cuando apenas le dio la espalda a Mink, oyó como su silla se arrastraba contra la madera del suelo.
—¿Por qué evitas el tema? —preguntó Mink de inmediato, posando sus palmas sobre la mesa.
—¿Por qué insistes en hablarlo? —Aoba lo atacó, enfureciéndose.
—No lo haría si tu respondieras como es debido.
—¿De qué hablas, Mink? ¿Acaso no he sido lo suficientemente claro todo este tiempo? ¡No quiero tener otra hija!
—¿Por qué? ¿Qué motivos tienes para negarte tan rotundamente?
—¡¿No es obvio?! Agh, parece que hablo con la pared —gruñó Aoba, llevando su mano a su rostro con gesto fastidioso.
—¡No! —negó Mink con furia—. Yo soy quien parece que habla con la pared, Seragaki Aoba. Te niegas a hablar de un tema que venimos discutiendo desde que nació Yaneth y, aún así, tu te niegas a hablarlo.
—¡¿Y qué quieres que haga?! ¡Yaneth casi muere por mi culpa!
—¡No es así! ¡Ya deja de decir tanta mierda! ¡Me tienes harto con tu puta cobardía!
—¡Tu...!
—¿Papás? —el escalofrío que recorrió el cuerpo de ambos sujetos, no se comparaba a nada que hayan sentido antes en sus jodidas vidas. El enojo se había esfumado, pero el terror se instaló violentamente en sus seres con sólo oír la frágil voz de la mayor de sus hijas. Temieron girar y verla allí, de pie en el umbral de la puerta, vistiendo su pequeño uniforme escolar y llevando su colorido morral, admirando con miedo la escena que estaban montando los dos hombres adultos. Pero lo hicieron. Y allí estaba Kiara, viéndolos con ojitos miedosos, protegiendo a Yaneth que se escondía detrás suya, aferrada al pequeño cuerpecito de Ren.
—Kiara... Y-Yaneth —la voz de Aoba quebró al verlas allí. Hubiera deseado cualquier cosa en el mundo, menos que los vieran pelear en vivo y en directo.
—¿Q-Qué... ocurre? —con ojos llorosos, Kiara preguntó, cada vez más sensible. Yaneth ya estaba derramando lágrimas, ocultando su rostro en el pelaje del pequeño spitz japonés. A ambos padres se les partió el alma de verlas así.
—Nada, mis amores, no ocurre nada —intentó consolarlas, agachándose junto a ellas y abrazándolas. Sentía que también iba a ponerse a llorar.
—¡¡No es cierto!! ¡Papá Aoba y papá Mink estaban peleando porque queríamos una hermanita! —gritó Yaneth con la mejor de sus fuerzas, largándose en un llanto interminable.
—Ay, cariñito, lo siento. Lo siento mucho...
Con lágrimas en los ojos, el peliazul se aferró a sus hijas como si su vida dependiera de ellas. Mink, tan abrumado por lo que ocurría, no tardó en acompañarlos, y Kiara no dudó en ir refugiarse en sus fuertes brazos.
—¿Por qué discutían? Creímos que estaban felices juntos —dijo Kiara en sus brazos, llorando con menos secándolo del que hacía Yaneth en los brazos de Aoba.
—Perdón, nena, lo lamento. Fue por una tontería, ¿si? No pasa nada —dijo Mink, acariciando sus largos cabellos castaños, recogidos en una cola alta.
Ambos hombres se dedicaron miradas arrepentidas, pero pronto las desviaron hacía un sitio distinto. Ahora, había un motivo más por el que estar enojado con el otro, o así parecía.
—Hubiera deseado que esto no pasara así —murmuró el peliazul, aún derramando lágrimas y dejando besos en la cabellera azul oscuro de la más pequeña.
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Sólo Mío [DMMd] || 30 Days OTP Challenge || Mink x Aoba
FanfictionPequeños drabbles (o intentos) de DRAMAtical Murders. Los personajes no son de mi autoridad. Todos los derechos a sus respectivos dueños. Sólo los uso para fines de entretenimiento. ♡|•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••|♡ Ship...