Capítulo 22 - Instinto

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Capítulo 22 - Instinto

Mel no volvió a ver a aquel niño durante los siguientes días.

>Mejor, mucho mejor. Nadie tiene que saber esto...es mi última baza para salir de aquí<

Pasaron dos días más y cada vez controlaba más y más su nueva habilidad. Cada vez era más fuerte. Solía practicar durante los paseos, era menos probable que la sorprendieran allí. Y se dio cuenta de que tenía que ir con cuidado. Si intentaba llevar a cabo alguna acción más allá de sus posibilidades podía quedarse sin fuerzas. En una ocasión estuvo a punto de ocurrirle, por suerte tuvo tiempo de anularlo antes de que acabara con toda su energía vital. Aun así se llevó un gran susto. Había tenido suerte, pero si aquello volvía a repetirse... podría morir.

Su cuerpo necesitaba energía para llevar a cabo todos los procesos: respiración, distribuir la sangre,... y si se quedaba sin ella éstos no podrían continuar. Y, por consiguiente, dejaría de respirar (entre otras cosas) y moriría. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Necesitó más de una hora para poder ponerse en marcha otra vez, pero igualmente le costó muchísimo seguir caminando.

Desde entonces había ido con sumo cuidado, y solo intentaba aquello que consideraba asumible. Eso sí, seguía muy atenta asegurándose de que sus reservas de energía seguían intactas, de forma que a la mínima señal podría detenerse.

Así transcurrieron los días, con esa rutina singular.

Por la noche caía rendida de cansancio debido al esfuerzo, pero por la mañana volvía con ganas a su entrenamiento.

Sus progresos eran la fuente de su motivación. Su mayor logro había sido levantar bastantes centímetros una roca muy pesada de más de seis metros de diámetro y dos de altura, pero aspiraba a más.

Sabía que solo con aquello no era suficiente, y si iba a arriesgarse lo haría con todo lo que pudiera a su favor (suficiente tendría ya en contra).

Durante el paseo hacía varios descansos para recuperar energía y afrontar con más fuerzas los siguientes ejercicios. Se sentaba en el margen del camino, a la sombra, apoyada en un tronco o una roca. A su lado se sentaban Keri y Anónimo.

A Anónimo lo había conocido el día anterior. Estaba paseando tranquilamente con Keri cuando unos matorrales cercanos habían empezado a moverse. Mel se había detenido.

A los pocos segundos salió un perrazo inmenso, imponente. Era el perro más grande que había visto en toda su vida, ¡era enorme! Y su aspecto tenía algunas características muy lobunas: afilados y grandes colmillos, largo hocico, ojos astutos y orejas alargadas.

Al principio se quedó quieta, muerta de miedo. No sabía si atacaría. No podía correr, estaban demasiado cerca y de nada hubiera servido. Por no hablar de que estaba congelada, mirando fijamente a sus ojos.

Finalmente el perro-lobo apartó la mirada y caminó lentamente hacia Keri. Mel temió lo peor: ¿se la iba a comer? Keri no era precisamente pequeña, pero al lado de aquel perrazo parecía diminuta.

Pero ocurrió algo totalmente inesperado, Keri empezó a lamerle el cuello tranquilamente y meneando el rabo.

Mel estaba totalmente desconcertada, pero a medida que pasaron los minutos empezó a relajarse. Ella no sabía mucho de perros, pero por la reacción de Keri supo que no estaban en peligro y que probablemente ya se conocían de antes.

El giro de la profecía, ¿amor o traición?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora