Capítulo 13 - "Rocas"

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El teléfono celular del sheriff Benítez comenzó a sonar cerca de las cinco de la mañana cuando aún estaba durmiendo

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El teléfono celular del sheriff Benítez comenzó a sonar cerca de las cinco de la mañana cuando aún estaba durmiendo. Su guardia recién iniciaba a las 7:30 y él sabía que nunca lo llamaban antes de esa hora a no ser que la situación realmente lo amerite.

Más que el sonido, fue la incertidumbre quién se encargó de espabilarlo, de tal modo que estiró su mano y atendió.

— ¿Hola? — preguntó él.

— ¡Comisario!, ¡Comisario! Tiene que venir a ver esto urgentemente — le respondieron.

— ¿Qué sucedió ahora? — su voz comenzaba a despertarse con un tono angustiante.

—Tiene que verlo usted mismo, estamos en la plaza.

—Ok, ahí voy — contestó y luego colgó mientras se tomaba la cabeza con frustración.

Miró el reloj y se percató que aún eran las cinco y diez. Refunfuñó y se sentó en la orilla de la cama mientras escuchaba el chiflido del viento entrar por el filo del marco de la ventana. Sólo deseaba que no fuera otra pesada broma de Gutiérrez para instarlo a levantarse más temprano.

Se puso de pie y fue en busca de su uniforme reglamentario mientras esquivaba algunas botellas de licor vacías. Desde que Sonia había muerto durante la nevada del verano pasado sólo se limitaba a beber hasta conciliar el sueño.

Cuando finalmente terminó de vestirse, salió de su casa, encendió un cigarrillo y subió a la furgoneta. Hacía varios meses que su trabajo simplemente se reducía a patrullar las calles solitarias o ayudar a los pocos ancianos de Kuntul a cruzar por la senda peatonal, estaba convencido de que lo que vería en pocos minutos no le agradaría.

Aún no había amanecido. El otoño estaba a la vuelta de la esquina y comenzaba a hacerse presente con las primeras temperaturas por debajo de los diez grados centígrados. El sol apenas estaba apareciendo. El río había generado una espesa y abundante niebla que dificultaba la visibilidad.

Si bien vivía alejado del centro del pueblo a esas horas casi no había tráfico y luego de andar unos diez minutos detuvo el patrullero para observar desde allí.

—Santo cielo — vociferó el sheriff con los ojos sobresaltados — ¿Qué rayos es eso?

La plaza San Martín de Kuntul no era muy distante del resto de las plazas principales de los pueblos argentinos. En su gran mayoría, todas contienen una gran fuente en el centro, árboles de antaño, singulares esculturas de carácter histórico o político y se encuentran rodeadas por edificios institucionales tales como una catedral, el ayuntamiento y la escuela de mayor prestigio local. Así se ven y así era en Kuntul... salvo por una singular y aterradora diferencia, el terreno dónde fue construida aquella plaza había sido un enorme cementerio indígena. Todos en el pueblo lo sabían y ese "pequeño" detalle hacia que este hallazgo matutino se viera mucho más morboso y escalofriante de lo que en realidad ya era.

Los Sucesos de KuntulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora