Todo comenzó una tarde de primavera. Apenas era Octubre pero el verano ya estaba anunciando su llegada. El sol permanecía por más tiempo y los días se mostraban propicios para las actividades al aire libre. Lejos de la nieve, las plantas florecieron y con cada brisa llegaba el dulce aroma de las lavandas.
Kuntul era un paraíso, un verdadero hallazgo, un secreto entre montañas. Quizás, entre tantos encantos que se le pueden atribuir su única adversidad sea la vil crudeza de sus inviernos y tal vez aquella circunstancia signifique la razón por la cual los días de calor se aguardaran con semejante anhelo.
La ruta provincial Nº17 y el río Neuquén atravesaban el pueblo de forma paralela y decoraban un paisaje difícil de mejorar. Las edificaciones de la comarca, en su mayoría cabañas, estaban construidas a base de madera de arrayán y piedra y en casi todas las entradas se podía observar el nombre de las propiedades tallados en la misma madera de las estructuras. El centro comercial estaba compuesto por cinco cuadras del bulevard principal dónde se podían apreciar los rosales más bellos de la Patagonia. Allí funcionaban algunos de los pocos negocios locales, los cuales resultaban suficientes para un pueblo de casi 600 habitantes dónde muchos de ellos viajaban para trabajar en sus localidades vecinas más próximas, Cutral Co y Añelo.
Lucy Fernández vivía en la calle Hudson en una modesta cabaña alpina junto a sus padres, Glorieta y Horacio. La niña había pasado un terrible invierno, aburrida y encerrada bajo la orden estricta de no salir en las frías tardes de Julio y Agosto. Pero con la primavera de su lado, las horas de observar tras la ventana habían acabado...
—Mamá... Mamá, ¿Puedo salir a jugar? — suplicó a pesar de estar convencida de que le daría su permiso.
La madre le contestó desde el piso superior del hogar mientras acomodaba su vieja biblioteca —Ve hija, pero sólo un rato. No te alejes demasiado.
—Sí ma, un ratito nada más. Gracias, ¡Te quiero! — exclamó con entusiasmo.
—Y yo a ti hija, diviértete.
Aún no se lo creía, finalmente y luego de tanto esperar podría divertirse al aire libre.
Antes de salir, tomó su campera y una tiza rosa del escritorio, luego se libró al juego.
Buscó el sitio perfecto para dibujar la rayuela y una vez terminada se dispuso a decorarla con flores y corazones.
Ella lanzaba la piedra y con cada salto coreaba sus pasos: "1 y 2; 3 y 4; 5, 6 y 7; oh casi..." La niña por aquel entonces tenía tan solo doce años y a esa edad el tiempo no tiene fronteras, así que jugó libre y deliberadamente olvidando por completo la restricción horaria de su madre.
Se entretuvo hasta casi las seis y media. El sol la respaldaba, aún contaba con algunos minutos de luz y lo sabía, tenía que hacerlos valer, "1 y 3; 5 y 7" cantaba entre salto y salto.
Sí, quizás si se hubiera sujetado bien los cordones no hubiese tropezado. Sí, quizás si hubiese entrado más temprano como le sugirió su madre no lo habría visto... pero así suceden las cosas. Lucy pisó sus cordones desatados de la bota izquierda y cayó. Y no lamentó tanto el golpe como el hecho de notar que era hora de entrar a casa y no obstante en ese pequeño instante de razón fue cuando pudo ver a esa ternura, una bolita de pelo blanca como la nieve. Un pequeño conejo, sí, un conejo blanco la observaba desde el "8". "Ven aquí, ven conejito", pero en vez de eso, el diminuto animalito comenzó a saltar hacia el bosque.
Una especie de angustia invadió a la niña. "No, no te vayas". Por un minuto pensó que nadie lo notaría y que para cuando su madre la llamara ya estaría entrando por la misma puerta en que salió.
"Es sólo un conejo. No me alejaré demasiado" y lo siguió y corrió y se adentró en el bosque. Conejito, no te vayas, ven — le suplicó. Corrió y corrió pero la criatura era muy ágil y ella no lograba alcanzarlo. Lo siguió incansablemente hasta perderlo de vista tras un árbol y en su afán por atraparlo no logró ver la rama que hizo que tropezara.
Con la caída desgarró su campera y se dañó los codos, una de rodilla y la barbilla, fue allí cuando tomó conciencia que era muy tarde, que se había alejado demasiado y que su madre lo sabría todo. Si no volvía rápido de seguro sería castigada y para colmos no tenía la menor idea de dónde se encontraba.
—Lucy— oyó susurrarle al oído pero no había nadie a la vista. Pronto de nuevo...—Lucy, hey pequeña, ¿Te has hecho daño? —Allí descubrió justo a su lado una vieja y oxidada lata atravesada por un hilo de barrilete —Lucy, niña, ¿Estás ahí? — La voz era fría y espeluznante por un lado pero por otro se oía amigable, reconfortante, por el tono era de suponer que debía de tratarse de una anciana —Vamos Lucy, ven, habla Lucy—y en ese momento y sin siquiera sospechar el hecho de que supiera su nombre, Lucy rompió otro mandato de sus padres: "No hables con extraños"
Tomó la lata y respondió —Sí, aquí estoy.
—Bien niña, ¡Bien! —exclamó y siguió— ¿Te gustan los conejitos?
— ¡Sí! Perseguía uno antes de perderme aquí — lamentó mientras observaba sus raspaduras.
La voz insistió — Oh Lucy, ¿Estás perdida?
— Sí y mis padres se molestarán cuando se enteren que no estoy en casa — el solo hecho de recordarlo le revolvía el estómago, quizás la castigaran por el resto del verano.
— Bueno, tal vez pueda ayudarte...
Sorprendida, Lucy exclamó — ¿Enserio?... ¿Cómo?
— Bueno, verás, conozco estas tierras desde hace muchísimo tiempo. Podría guiarte hasta tu casa y en el camino puedo dejarte que lleves mi conejillo.
— ¿Tiene un conejito? — preguntó interesada.
En su tono más persuasivo la voz afirmó — ¡Sí! Y si quieres puedes conservarlo.
— Oh, sería increíble.
— Ven entonces, ven Lucy.
La niña miró fijamente la lata por unos instantes, sabía que no debía, entendía que era extraño y sin embargo una fuerza más allá de lo comprensible la sedujo hasta que finalmente dijo — Bueno, iré, pero debemos hacer rápido o lo descubrirán.
— Oh Lucy, sí, será sólo un segundo. Deja la lata y sigue el hilo que la sostiene. Ven, ven a mí.
Y Lucy dejó caer la lata y siguió el hilo perdiéndose de vista en el bosque, adentrándose en la oscuridad de lo desconocido para nunca jamás volver mientras desde el otro extremo se oía un horroroso susurro.
─Sí, ven mocosa, ven aquí. Puedo oler tu carne joven. OH SÍ Lucy, ven conmigo.
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Los Sucesos de Kuntul
HorreurEl viento barre las hojas de otoño y descubre la ruta provincial Nº17, aquel viejo y olvidado tramo que durante mucho tiempo conectó al pueblo de Kuntul con el resto de la Patagonia, ahora yace oculto bajo el abandono y el horror. Sólo algún que otr...