Capítulo 23 - "El Fin"

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— No tan deprisa — sugirió Guillermo e instantáneamente todos detuvieron el paso.

— Miren — avisó Nico mientras señalaba dos largos desvíos de pastizales secos — Hay una bifurcación del camino.

— No nos habías hablado de eso — desconfió Eli.

— Lo olvidé por completo, lo siento — se disculpó Guillermo, pero a Eli no la convenció, sólo le causó más desconfianza. Sentía que algo no andaba bien con aquel joven.

— Bueno, entonces supongo que es una suerte tenerte entre nosotros — le dijo Nico sonriente mientras le palmeaba el hombro amistosamente.

Guillermo le compartió una sonrisa cómplice y tomó la cabecera del grupo mientras avanzaban con detenimiento sobre el traicionero terreno del bosque. Ni siquiera llevaban una hora de caminata y ya habían comenzado a escuchar los suaves destellos de la corriente del río. A esa altura, los árboles eran tan altos que apenas dejaban entrever la luz del sol. Eli y Nico sentían que todo ocurría muy deprisa y que a simple vista resultaba mucho más fácil de lo que habían imaginado.

Hablar de la naturaleza de la estepa andina no sólo significa hablar de lo que uno ve sino también de lo que uno oye, el cantar de las aves o las chicharras, el viento rozando la copa de los árboles o hasta incluso el mismo revoloteo de los molestos mosquitos, pero allí nada de eso sucedía, allí no había nada, en ese camino y en ese instante lo único que se podía oír era el paso del agua del río Neuquén rozando las rocas con una frialdad insoslayable, con una fuerza brutal y acongojante en medio de un silencio aterrador que Eli rompería al grito de — ¡Oh por Dios! ¿Qué es eso? ¡Madre mía!...

Los jóvenes habían llegado a la orilla de la vertiente y justo antes de que pudieran cruzar se toparon con una devastadora imagen.

Lo primero que se pudo ver fue un brazo, luego una pierna y luego lo demás. Por un momento los ojos de Nico y Eli fueron testigos de más de una docena de cuerpos humanos desmembrados que flotaban por el río corriente abajo. Ambos jóvenes quedaron perplejos ante semejante carnicería. En ese instante, sintieron que quizás todo aquello era más grande y más difícil de lo que creían, que quizás deberían haberse quedado en el pueblo para que la policía lo solucionara como pudiese.

En medio del pánico y el horror, un olor nauseabundo los descolocó por completo mientras oían una lejana voz — ¡No miren!, ¡No miren eso! — decía Guillermo mientras destapaba un pequeño frasco antes de arrojárselos en el rostro de los jóvenes.

El olor se había impregnado en sus paladares y tan brutal pestilencia terminó por despertarlos de una especie de sueño mientras escuchaban los gritos suplicando que no miraran.

— ¡Por Dios! ¿Qué es esta asquerosidad? — decía Nico al tiempo que escupía saliva.

— Llámenlo "Agua Bendita Tilche", es una mezcla de agua de caña de ruda y guano — dijo Guillermo entre risas mientras Nico se tomaba el abdomen con los brazos como producto de las náuseas.

Los Sucesos de KuntulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora