Entrada_14

216 28 10
                                    

Jueves, 11 de julio de 2114

Hola.

Echo de menos a mi hermana. D… Dijo que yo os diría su nombre si ella no volvía… Pero aún puede regresar… ¡Tiene que venir! No puede… No puede dejarme solo… No tenía derecho a marcharse sin despedirse. No tenía derecho a dejar una maldita nota, una puñetera nota dando por hecho que ella es un estorbo. ¡¿Cómo pudo?! Siempre hablaba de cómo nuestros padres habían desaparecido de nuestras vidas, de repente y sin avisar. A ambos nos hubiera gustado despedirnos.

Y ella ha hecho lo mismo: irse dejando una maldita nota. ¡Joder! Me hubiera gustado decirle tantas cosas… No hubiera podido impedir que saliera pero habría tenido un abrazo suyo y podría haberla mirado a sus fríos ojos, quizás por última vez. Habría tenido un recuerdo nítido de ella, algo a lo que aferrarme… Pero decidió irse dejando una asquerosa nota, lo único que tengo de ella. Otra nota para la colección.

Hace casi ocho años había salido con unos amigos. Mis padres se habían cabreado conmigo por haberles contestado mal y yo, que me alteraba con facilidad, me había escapado de casa, furioso por sus gritos. Como cualquier adolescente rabioso, pensaba que no tenían razón alguna para enfadarse.

Me fui a casa de Andy y allí había más chicos. Estuvimos jugando a videojuegos, vimos la tele y charlamos de cosas superfluas. Hubo un apagón, y la oscuridad nos rodeó. Nunca habíamos vivido una situación similar, por lo que nos quedamos quietos y escuchamos la fuerte tormenta que estaba cayendo, la causa de que estuviésemos a oscuras. Los truenos resonaban y hacían temblar los cristales y los rayos iluminaban el salón con sus descargas eléctricas. Recogieron a mis amigos y los llevaron a sus casas.

Yo también me fui, antes de que la lluvia se intensificara. Mi hogar estaba solitario y tampoco tenía electricidad. Mi madre había dejado una nota que decía que había llevado a Sara a una fiesta de pijamas y ella había ido a casa de unas amigas suyas, donde dormiría esa noche. Mi otra hermana llegó empapada a casa. Había estado en el bosque con un amigo suyo, Javi. Llegaron juntos riéndose, los dos calados hasta los huesos. Les di unas toallas y, mientras ellos subían a dormir a la habitación de D, yo continué sentado en el sofá, esperando a que llegara mi padre.

Cuatro horas más tarde, cuando finalmente apareció, aún estaba enfadado con mis contestaciones de antes y se enervó más al verme despierto. Me ordenó que fuera a dormir de mala manera. Yo me alteré en seguida. ¿Pero qué se pensaba que estaba haciendo? ¿Acaso se creía que había sido sencillo no rendirme al cansancio? Le grité que era estúpido y que le había estado esperando como un gilipollas, que llevaba horas luchando contra mis párpados para esperar despierto al padre que no me quería ni ver, le dije que se podía ir a la mierda.

Cabreado como estaba, abrí el paquete de comida que le había preparado para que perdonara que me hubiera portado mal con él y con mi madre antes, destrocé el bocadillo y tiré todo por el suelo ante su atónita mirada. Furioso, me fui a mi habitación y pegué un portazo.

A la mañana siguiente, salí de casa antes de que nadie me pudiera decir nada. Estaba en casa de Andy cuando el suelo empezó a temblar: el primer terremoto. Mi amigo y yo nos metimos en el sótano bajo suelo con su hermanito. Cuando todo pareció calmarse salimos de nuestro escondite.

Toda la ciudad estaba destrozada. Corrí hacia mi casa y la encontré derrumbada. Me crucé con mi hermana D, que se dirigía hacia nuestro hogar también. Descubrí que tenía lágrimas en sus ojos grises cuando me miró desolada y, por primera vez en nuestra vida, nos abrazamos. Después, buscamos a Sara, que también se había salvado. Las dejé en un rincón comiendo algo, mientras yo seguía buscando a nuestros padres. Volví a casa, donde estaban sacando un cuerpo: mi madre. Grité e intenté que no se la llevaran. Con lágrimas en los ojos y sintiéndome impotente, vi como la metían en una furgoneta negra llena de gente muerta, tras identificarla con unos números. Corrí tras el vehículo oscuro para darme cuenta de que era inútil. Me centré en otras dos palabras: MI PADRE.

Lo busqué y entonces me contaron que un rayo de la tormenta de ayer lo había alcanzado. Yo me quedé en shock. Lo veía todo borroso y apenas podía percibir las voces que me explicaban que había sido una muerte noble porque había conseguido avisar a otras ciudades de la tormenta y su intensidad, decían que había salvado a miles de personas. Pero a mí no me importaba eso. Me había quedado huérfano de pronto y tenía 14 años. ¿Cómo iba a cuidar de mis hermanas? ¿Cómo iba a conseguir mantenernos con vida a los tres? ¿Cómo iba a darles la noticia?

Volví a las ruinas donde había estado mi casa hacía unas horas. Entonces, encima de un montón de ladrillos y medio enterrados debajo de una gruesa capa de tierra y polvo, vi dos papeles sucios. Me acerqué y descubrí que eran dos notas. Primero leí una:

«He ido a llevar a Sara a un cumpleaños. Es una fiesta de pijamas así que se va a quedar a dormir.

Yo voy a casa de mi amiga Carmen. Vamos a ir a tomar algo y supongo que yo también dormiré en su casa. No me esperéis.

Jake, mañana hablaremos de tu comportamiento. Piensa en cómo nos has hablado hoy a tu padre y a mí y cómo te has ido de casa dando portazos. No se pueden solucionar los problemas escapando de ellos.

Te quiero mucho, cariño, no te olvides nunca.

Mamá :)»

Con lágrimas en los ojos, leí la segunda:

«Jake, siento haberte hablado así antes. Sé que me estabas esperando con una buena intención. Gracias por la comida, seguro que está muy buena. La tormenta me está agobiando un poco porque es peligrosa. Tengo que avisar a las ciudades por las que va a pasar. En mi vida entera de meteorólogo había visto nada parecido a este temporal. Al menos, no en esta zona del mundo.

Gracias por la cena, hijo. Cuida de tu hermana hasta que volvamos tu madre o yo, y así hacemos las paces, ¿vale?

Te quiero, hijo.

Tu padre.»

"Mañana" no llegó nunca. No pudimos hablar de mi comportamiento. No pude pedir perdón. No pude daros las gracias por todo. No pude deciros que os quería, que aún os quiero. Y es que “mañana” puede ser demasiado tarde.

Cuando murió Sara, quise dejar esta vida que no me lo había puesto fácil y no veía justo nada de esto. Entonces me acordé de las palabras de mamá: no se pueden solucionar los problemas escapando de ellos. También pensé en la nota de papá, que me dijo que cuidase de ti hasta que ellos volvieran. Y fue tu expresión cansada y triste la que me hizo ver que no podía rendirme. Y que no quería perderte a ti tampoco. Y entendí que, si yo moría, tú estarías sola y no podía permitirlo. Puede que sea tarde, de nuevo, pero te quiero D, te quiero muchísimo hermanita.

Aún tienes tiempo para regresar… Aún… Aún hay tiempo…

--------------------------------

Heey!! 

Espero que os guste. Esta entrada es un poco triste... 

Continúa ----->

Un diario para la posteridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora