Entrada_24

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Sábado, 22 de noviembre de 2114

Finalmente, tras semanas de merodear sin rumbo entre los árboles y congelarnos de frío, llegó el día en el que perdimos la esperanza que habíamos ido desgastando. A partir de entonces, nuestro objetivo pasó a ser regresar a Dreo cuanto antes. Nos habíamos perdido por lo que nos tuvimos que basar en las pobres indicaciones que le había dado mi hermano a Andy para la visita y con lo que éramos capaces de recordar.

Yo notaba un peso dentro de mí. Un peso que me aislaba del mundo real. El mismo que noté cuando me di cuenta de las cosas que podría haber hecho para salvar a Javi y que no hice. Le había vuelto a fallar. De nuevo, Javi había desaparecido de mi vida. Quizás había muerto, quizás aún no, pero yo no tenía forma de llegar hasta él.

En aquellas fechas reviví los peores días desde la muerte de mis padres.

Volví a casa llorando y, por el camino, encontré a mi hermano solo. Por primera vez en mi vida, necesitaba su apoyo así que me tiré a sus brazos y lo abracé muy fuerte rezando para que nunca viese unos ojos azulados muriendo y para deshacerme de la asustada mirada esmeralda que ocupaba todos mis pensamientos. No podía hablar, así que me limité a hacer lo que creía conveniente en cada momento.

Jake me dejó esperando con Sara, sentadas en una esquina con un trozo de pan cada una. Hacía frío y estábamos rodeadas por los escombros. Mi hermana no comprendía bien que pasaba.

– ¿Dónde están mamá y papá? –fue lo único que me preguntó.

Yo me limité a negar con la cabeza. En parte, porque no me sentía capaz de hablar y porque no lo sabía y, por otro lado, porque deseaba que mis suposiciones fueran erróneas.

En silencio, esperamos a que Jake volviera. A que volviera con mamá y papá. Pero eso no pasó. Mi hermano regresó solo, con los ojos hinchados y la cara sucia. Nos dio la noticia directamente y sin rodeos. Y entonces Sara lloró, como todos los demás niños que quedaban vivos. Jake se unió a ella en silencio, con lagrimones resbalando por sus mejillas y dejando caminitos en la suciedad de su cara. Yo no lloré.

No sentía que llorando fuese a revivir a mis padres. Estaban muertos y nosotros no. Teníamos que resistir. Pero no sabía cómo. Me quedé mirando al vacío mientras mis hermanos se deshacían en lágrimas, esperando ver las caras de mi padre o de mi madre. Esperando ver la cara de Javi. Esperando que me dijesen cómo seguir viva sin ellos.

Sabía que estaban muertos pero, de alguna manera, mi cabeza no podía asumirlo. Sin embargo, aunque desesperadamente triste, mi instinto de supervivencia me chillaba que no podía morir yo tampoco, porque eso no tenía sentido. Fui yo quien hizo a Jake darse cuenta de que le necesitábamos, de que se había convertido en la cabeza de la familia.

Cuando finalmente nos tumbamos con los demás supervivientes para dormir, lloré al fin. Lloré porque nadie podía verme y, a la vez, porque todos lo sabían, sabían que yo estaba tan triste como ellos, porque esa noche, todos soltamos todas las lágrimas que teníamos dentro, algunos en silencio y otros con alaridos desgarradores.

Nadie durmió esa noche. Ni tampoco muchas de las siguientes.

 

No recuerdo bien los días que siguieron a ese. Las catástrofes no cesaron y murió más gente. Gracias a Jake, tanto yo como Sara sobrevivimos. Nos cuidó muy bien. Tengo recuerdos borrosos de cómo dejamos nuestro hogar de nacimiento con otras personas. Creo que fue porque nuestra antigua ciudad era especialmente peligrosa.

Me suena que no fue mucho antes de que Sara contrajese neumonía.

Era de noche y yo noté a Sara más paliducha de lo normal. Le pregunté varias veces. Y varias veces me dijo que todo iba bien. Yo, aún preocupada, avisé a Jake de que Sara estaba débil. Ese día, él convenció a los adultos que nos guiaban de que paráramos antes de que cayese la noche y con ella, el frío.

Un diario para la posteridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora