Entrada_25

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Domingo, 23 de noviembre de 2114

Quizás si lo hubiera contando en la anterior entrada no os lo habrías creído porque verdaderamente fue surrealista. Increíble. Pasé de un estado deprimente a la felicidad en… ¿una hora?, ¿media? No sé.

Yo estaba asimilando y sufriendo el hecho de que Javi había vuelto a morir, a desaparecer de mi vida. Ya lo había vivido, pensaréis. No sería tan difícil, pensaréis. Solo lo vio un día después de haber pensado que estaba muerto, pensaréis. No ha podido volver a encariñarse con él, pensaréis. Pero, honestamente, ¿vosotros que sabéis?

Mucha gente pierde familiares y quizás estáis entre los desafortunados. Yo lo estoy y os prometo que no es agradable. Pero una cosa es perder a alguien, otra, es perder a alguien dos veces. De la primera ya tuve mi tiempo de sollozo pero la segunda fue un golpe. Un golpe que no me hizo llorar, pero me aturdió, lo que puede ser peor. Porque llorando dejas ir un poco tu desgracia, aunque la parte sea mínima. Llorando te desahogas.

Me pasó lo mismo que a un edificio que van a demoler. Primero, el golpe me dolió, mucho. Pero superé ese dolor como el edificio se mantiene en pie si solo lo golpean una vez. Pero la bola volvió y, como el edificio, esta vez me derrumbé. Pero no pude llorar y eso hizo que todos mis sentimientos se arremolinaran dentro de mí.

En mi pesimista estado de ánimo, pensaba en dejar a Adam con Andy y Philip y marcharme de ahí para no volver a hablar con nadie el resto de mi vida. Solo pensaba en eso: irme de allí. Irme de allí. No tener compañía.

Y  mientras yo cavilaba sobre mí y mi dolor, allí estaban los chicos, alrededor, para intentar alegrarme un poco. Y yo permitía que sufrieran por mi culpa, por no querer compartir mis pensamientos. Si los compartiese, ellos sufrirían igual, me repetía para convencerme.

Y así fue como, mientras andábamos, ellos pararon en seco, sin decir una palabra, y yo seguí caminando, sin apartar la mirada del suelo. Y así fue como choqué contra algo. Primero pensé que era un árbol y mi primer pensamiento fue insultarme a mí misma, por no mirar hacia delante. Sin embargo, noté que aquello no era algo inerte, sino un chico con un brazo en cabestrillo y una fea herida en la frente. Detrás de él había una joven pálida y ojerosa que temblaba.

Y, pese a encontrarse tan maltrechos, reconocí con facilidad esos ojos verdes y esa melena morada que llevaba tanto tiempo intentando encontrar.

Me paralicé durante unos segundos para despertar de improviso y entrar en un trance de enfermera automática. Saqué mi pequeño botiquín y, como si fueran desconocidos, les hice un examen para ver su estado. Tenía que olvidarme de que el chico era Javi porque si no me derrumbaría. Javier no solo tenía el brazo torcido en un ángulo extraño y la herida en la frente, también tenía una raja bastante profunda en la rodilla. Lorena sufría de una fiebre muy alta y una herida en el costado por la que había perdido y seguía perdiendo mucha sangre.

Philip me ayudó, poniendo el brazo del pelinegro en su posición natural y vendándoselo con cuidado. Esto causo dolor al afectado que, aun así, apretó los dientes y no se quejó.

Yo limpié la herida de Lorena con agua caliente y descubrí que, en realidad, no era más que un rasguño bastante superficial, o al menos lo suficiente para que la sangre hubiese cesado de manar. Tampoco estaba infectada así que me limité a cubrir la herida con vendas limpias.

Las heridas de Javi, en cambio, estaban sucias y, por lo tanto, cubiertas de un pus tirando a verde. Hubo que limpiarlas bien y ponerles antibióticos y desinfectantes, agotando casi todas mis reservas. También tuvimos que coser la herida de su rodilla.

Descubrí que Philip parecía manejarse muy bien curando a la gente, lo que seguramente explicaba por qué tanto él como Andy estuvieran en perfectas condiciones cuando les encontramos. Al final la que ayudó fui yo, porque estaba claro que él sabía más sobre medicina y, de hecho, hizo prácticamente todo el trabajo en apenas veinte minutos.

Adam y Andy, en cambio, nos miraron todo el rato con cara de embobados y de dos personas fuera de lugar. Su gran contribución fue hervir el agua que empleamos para limpiar las heridas.

Cuando ambos estuvieron curados y dormidos al fin me percaté de la magnitud de lo que acababa de pasar. ¡Les habíamos encontrado! ¡Vivos! Durante al menos media hora en mi cabeza solo cupo una frase: «Les hemos encontrado» que se repetía una y otra vez.

Y mi ánimo cambió. Velé toda la noche por los heridos. Acariciaba el pelo negro de Javi para asegurarme de que era verdad, de que no era un sueño. Aprecié como, gracias al cielo, la temperatura de Lorena bajaba mientras ella estaba inconsciente.

No dormí, pero esta vez fue el gozo quien me lo impidió. Cuando Javi abrió los ojos a la mañana siguiente y se incorporó un poco desconcertado por el lugar donde se encontraba, no aguanté más y lo abracé, recibiendo una exclamación de dolor por su parte. Me separé rápidamente para refugiarme en esos fantásticos ojos verdes que, una vez hace mucho, conocí tan bien.

Finalmente, él murmuró un “gracias”, simple pero sincero, y buscó a su amiga con la mirada, respirando con alivio cuando la vio durmiendo unos pasos más allá. Me volvió a mirar y, esta vez con más cuidado, yo le volví a abrazar y él me envolvió con su brazo bueno.

Así estuvimos durante un largo rato. Porque ese era nuestro rato y nos lo merecíamos. Porque le había echado mucho de menos, y él a mí. Porque perder en dos ocasiones a alguien es espantoso, sí, pero recuperar por segunda vez a una persona que quieres es una de las experiencias más maravillosas que existen.

Él me había perdonado, por no haber ido a por él cuando se hundió, por haberlo dado por muerto, por todo. Ahora de verdad me había perdonado. Lo supe en cuanto nos separamos y en sus brillantes ojos solo vi amistad y gratitud. Y aunque su mirada no llegaba a la plenitud con la que me veía hace ocho años, ya no había reflejos de dolor o reproche. Yo no cometería de nuevo errores semejantes y él lo sabía.

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N/A:

Entrada veinticinco!

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