Dentro de la glorieta se ubicaban una mesa redonda de color blanco con sillas en tono azul. Encima de la mesa había un juego completo de té y una bandeja de tres niveles con bocadillos.
La escena lucia como sacada de la portada de una revista Inglesa representando la "hora del té".
—Por favor, tomen asiento. Martha servirá el té. —indico. En ese momento una sirvienta apareció dentro de la glorieta, como si fuera magia.
Nos sentamos calladamente. Las niñas acercaron sus asientos al mío, mostrando cierta actitud de desconfianza hacia el señor William. A lo que este por su parte solo se dedicó a sonreír.
Martha, la sirvienta, nos sirvió una taza de té para mí y el señor William y las niñas una limonada y sándwiches.
Todo transcurrió tranquilamente y en silencio. La suave brisa soplaba, haciendo bailar las hojas y ramas de los árboles y arbustos. Las flores expedían un delicado aroma dulce, que invitaba a cualquiera a pasar el rato en aquel lugar.
—Hermana, ¿podemos ir a jugar un rato? —me pregunta Luna haciendo que volviera a la realidad.
—Claro, pero recuerden que no estamos en casa. Así que no se vayan muy lejos y no moleste a nadie. —le digo.
—De acuerdo. —ambas se levantan y salen hacia el jardín agarradas de manos.
Suspiro.
—Veo que las pequeñas son bien portadas... al menos hacia ti. —comenta William.
—Lo son. Y me disculpo por eso. —dije—. Pero como comprenderá, son niñas de 10 años que aun no se interesan por cosas de adultos. Y me siento feliz de que sean así.
—No hay problema. Entiendo cómo te sientes al respecto. Verlas jugar despreocupadamente en un entorno donde nadie puede quitarles su inocencia, es algo conmovedor. —comento, tomando un poco de su té.
El silencio volvió a tomar lugar. Me dispuse a tomar un trago de mi taza de té para tratar de calmar mi nerviosismo. A pesar de lucir tranquila, por dentro solo quería salir corriendo de este lugar y nunca volver. Aun me parecía ridículo que durante tantos años no se dignaran a preguntar por nosotras o al menor en ir a nuestra casa luego de que mamá falleciera. Se supone que era su única hija, se supone que debían de al menos ir y presentarse en día de su funeral. Recuerdo que papá le llamo por teléfono y les explico que mamá había muerto luego de que perdiera la batalla contra la enfermedad. Pero ellos solo se dedicaron a decir insultos y culpar a mi padre por la muerte de mi madre. Desde ese día le dije a papá que no se preocupara por ellos, que yo me encargaría de ayudar a mis hermanas, y desde entonces lo he hecho sin siquiera en preocuparme por pensar que tenia abuelos. Para mi ellos son personas desconocidas.
Entones, ¿por qué es que ahora buscan de nosotras? ¿Por qué quieren conocernos luego de que papá tuviera un ataque? ¿A caso era esto un juego para ver cómo nos sentíamos al estar en este lugar y esperaban que les dijéramos que nos queríamos quedar?
No. Nunca me rebajaría ante tal truco. Preferiría vivir en un lugar lejano de los Vandershot antes que dejar que ellos nos acogieran en este lugar.
—¿Ocurre algo? —pregunta William.
Levanto la mirada y veo que me observa con una expresión de lastima.
—No. Estoy bien, solo estaba pensando. —respondo.
—Parece que tus pensamientos te estaban atormentando. ¿A caso estabas preguntándote el por qué están ustedes aquí?
Lo miro con cautela.
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a la mierda con todos
Diversosnadie puede escoger en que familia nacer, ni que puñeteros problemas les toca solucionar y de el futuro... de eso mejor ni hablemos, no puedo decir que me queje de mi vida, después de todo, Dios le da las más grandes batallas a sus mejores soldados...