Gatos que hablan y un pez en problemas

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"Oh dios.
Oh dios, oh dios, oh dios".

Vaya, bienvenido de nuevo, estimado lector.
Agradezco que te hayas quedado para un segundo capítulo, ¿has pensado un poco acerca de lo que leíste en el primero?

Si te tomaste un momento para pensar en la manera en la que las preguntas han acompañado a la raza humana desde el inicio de los tiempos y el importante rol que juegan en nuestra existencia como criaturas altamente inteligente, bueno, mi trabajo como ente omnisciente con ataques de pseudo-filosofía está probando ser fructuoso, ¡hurra!

Y si no...
¿Qué te hizo pasar a la siguiente página, compañero de lectura?

... Ah, claro.
Los gatos parlantes.

La última vez que vimos a Alessandro, nuestro protagonista, se encontraba frente al elenco del popular musical Cats, si el popular musical Cats hubiera sido dirigido por un par de drogadictos atrás de una gasera.

Ahora... no se encuentra en su mejor momento, digamos. Ha tenido una tarde bastante ajetreada, ¿no lo crees?

Algunas cosas han cambiado desde que se fueron, entre ellas, su percepción de ese día.
¿Recuerdas cuando te dije que era un día extraño? Bueno, ahora los tres lo sabemos, y Alessandro está encerrado en su baño, caminando en círculos y convenciéndose a sí mismo que todo estaba bien cada vez que se veía al espejo, su reflejo regresándole la misma mirada exasperada que vestía en su propio rostro.

"Estás bien, estás bien, todo está bien...".

¿Cómo podría estar bien?
¡Su jodido gato estaba hablando!
¡Hablando!

Se sujetó con fuerza el puente de la nariz, respirando profundamente y buscando calmarse, dándole vueltas a la situación como si se tratara de un rompecabezas cúbico que estuvo de moda en los noventas.

Debía... debía de haber una explicación lógica a todo esto, ¿cierto?

¿Cierto?

— Demonios, Alessandro, ¿qué mierda está pasando? — susurró, sentándose en la taza del baño y recargando sus codos en sus rodillas.
Pronto descubrió que estaba demasiado cansado para lidiar con algo así.
Y eso que todavía no terminaba de procesarlo.

— ... ¿Qué está pasando?

Pensó en llamar a la policía.
Sonaba como lo más lógico de hacer.

Había visto los que eran por lo menos veinte felinos que probablemente hablan en su sala y dos en su habitación (uno completamente calvo husmeando bajo su cama y la que parecía ser una jodida pantera en su almohada).
Definitivamente algo que debía poder resolver la policía.

Tomó su teléfono, observando la pantalla atentamente y notando que sus dedos temblaban.

— ... ¿Alessandro? — una voz lo hizo saltar, casi tirando el aparato al suelo.

— ¿Puedes abrir la puerta?

Las palabras venían de afuera, eso estaba claro, pero no de una altura que hiciera sentido, sino del suelo, acompañada por la pequeña sombra de una criatura sentada frente a la puerta.

— ... No — el chico soltó, su voz rompiéndose traicionada por la pubertad, que todavía no se alejaba del todo.

— ¿Por favor?

— Estas hablando, Oliver — exclamó, más para sí mismo que para el gato, que probablemente estaba consciente de que estaba hablando.

— ¡No voy a abrir la maldita puerta!

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora