Discos

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Camilo Buendía, su secuestrador, había resultado ser una persona bastante agradable.

Algo chiflado, sí, ligeramente obsesionado y... quizás no alguien del todo... normal.
Pero, hey, les había dado jugos.

Los tres jóvenes habían pasado las últimas horas de ese día caluroso escuchando la exposición de sus... años de investigación.
Tantos datos que Alessandro se sentía al borde del colapso.

Jamás había pensado (jamás había querido pensar, más bien) en las implicaciones de una nueva especie inteligente apareciendo en la faz de la Tierra.
Era... aterrador.
Había visto suficientes películas de alienígenas como para saber el resultado de dos civilizaciones inteligentes chocando.

"Merda, ¿y sí es como Día de la Independencia? ¿Qué demonios haremos si comienzan a lanzarles bombas a los jodidos gatos?".

Sus pobres uñas habían sido mordidas hasta la piel por culpa de nervios brutales y una italiana existencia de malos hábitos.

Cualquier persona cerca hubiera podido jurar escuchar el sonido de su mente pensar y pensar y pensar.

Quería sólo ocultar a los jodidos gatos, ocultarlos de la civilización y prevenir el contacto por completo.
Mantenerlos alejados, evitar presentaciones.
¿Qué tan difícil puede ser?

Se mudarían a una isla en las filipinas, se cambiaría el nombre a algo como Rico, se ganaría la vida vendiendo cocos y se enterraría en una cabaña cerca de la playa en donde no tendría que ver ni hablar con nadie nunca más.
Se podía imaginar a sí mismo pescando en una canoa de madera de palma, envejeciendo con los gatos y observando todos sus problemas disolviéndose en la arena...

Pero, por otro lado, ¿qué tal si ese enorme escalón evolutivo que tenía justo frente a su narizota puntiaguda era importante?

¿Qué tal si era el próximo descubrimiento que revolucionaría el mundo y Alessandro, el egoísta Alessandro, lo quería todo para sí mismo?

¿Qué tal si con ese descubrimiento se cura el cáncer? ¿O llegan a otros planetas? ¿O se descubre la manera de revivir personas?
... ¿O qué tal si sólo estaba exagerando?

"¿Cómo podría un gato curar el cáncer? Ayúdame, dio, estoy desvariando".

Se dio un golpe en la frente.
Las palabras de Isaac resonaban dentro de su cabeza: "abrirlos como piñatas", "experimentar con sus entrañas", "encerrarlos en jaulas".

¿En qué momento se tomó la decisión de cederle esta enorme responsabilidad? A él, el italiano que no puede dejar agua en la estufa porque se distrae y termina inundando su cocina de vapor y burbujas hirvientes.

Pasó una mano por su cabeza, intentando poner sus ideas en orden mientras todo lo que aparecía en su cerebro eran gatos.
Gatos, gatos y más gatos.
¡Gatos!

— ¿Qué le digo a mi mamá? — Cherry preguntó de pronto, derribada en el sofá con una pierna subida descaradamente en el respaldo y la pantalla de su teléfono iluminando su rostro.
Alessandro levantó la vista, observándola con cansancio mientras ella parecía completamente imperturbada.

"¿Cómo lo haces, Cherry?" pensó desesperadamente.

— Ya hablé con ella, le dije que tuvimos algunos problemas con la camioneta y habíamos tenido que parar en un hotel de paso junto a la carretera — Isaac respondió tranquilamente desde su lugar en la barra.

Cherry frunció el ceño, moviendo su mirada al chico, que leía un periódico, completamente concentrado.

— No puede ser, ¿sigues hablando con mi mamá? — la morena preguntó con un tono acusatorio, Isaac se encogió de hombros sin quitar los ojos de la información.

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora