¡Anhura en el bosque!

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Era extraño verlos alejarse.
Volando lejos, muy lejos de donde habían estado antes.
Así como si nada.

Siempre los había visto afuera de la ventana: saltando con sus patitas delgadas, ensuciando todo a su alrededor y apresurándose para alimentar hijos que terminarían por botar al mundo, dejándolos para que siguieran sus pasos en un círculo eterno.
Y en algún momento había querido tomarlos.
Apretarlos en sus garras y desplumarlos, prohibidos detrás de la pared invisible del dormitorio.

Y ahora los veía de tan, tan cerca.
Tan cerca que casi podía tocarlos...
Pero ya no tenía ganas de hacerlo.
Tantos años de desear poder desaparecer el cristal y tragárselos, pero ahora que no había nada que lo pudiera detener no sentía energía suficiente para hacerlo.

Probablemente era porque tenía otras cosas en la cabeza. Cosas más importantes.
Cosas que dolían.

Se preguntaba si el hecho de que podía tener todas las libertades de la inteligencia... de verdad valía la pena.
¿Valía la pena tener todo a tu alcance si estás triste todo el tiempo?

¿Esto es por lo que pasan los humanos todos los días? Con razón siempre están enojados.
Apenas han pasado algunas semanas y ya está agotado de pensar, ¿no podía tener un pequeño descanso?
Preocuparse por todo, querer controlar todo, afectado por todo...

Era cansado.
Cansado y agobiante.

— Hey, te van a hacer popó encima — una cabeza oscura se asomó por la ventana, parpadeando un par de veces con sus redondos ojos amarillos y frunciendo el ceño al no recibir respuesta.

— ... ¿Qué estás haciendo?

— Nada — Oliver suspiró, tirado sobre las tejas del techo de la casa de campo con el sol calentando su barriga, observando silenciosamente a las aves volar.
Nerea pegó un salto y avanzó hacia él con tranquilidad, sentándose a su lado y elevando la vista.

— Pequeños demonios, ratas voladoras — murmuró, sus orejas pegándose a su cabeza con una expresión hostil no desconocida en su rostro.

— Maté a dos ayer, fue muy divertido — sonrió maliciosamente, moviendo su cola de lado a lado.

— Debiste verlas rogar por sus vidas bajo mis garras, sus expresiones de angustia eran súper graciosas.

El felino anaranjado no respondió, derribado y con ánimos que sólo lo hacían querer quedarse acostado hasta que la noche llegara y el frío lo hiciera entrar para dormir frente a la chimenea.
Una rutina que había estado repitiendo por los últimos días.

Nerea bajó la mirada a él, decidiendo confrontarlo por su actitud de la mejor forma que sabía.

— ¿Qué mierda se te metió? — la gata frunció el ceño, comenzando a lamer su pata indiferentemente.

— ... No lo sé.

Volteó los ojos, claramente aburrida.
Había ido a buscar a Oliver porque estaba harta de soportar a Anhura, pero ahora se estaba hartando de soportar a Oliver.

— Oye, he estado hablando con los demás — comenzó, escupiendo algunos pelos con una expresión asqueada.

— Y logré notar un par de cosas interesantes...
Escucha bien: llegué a la conclusión de que los ridículos que se dedicaban a hacer reír a sus sucios humanos haciendo monerías tienen algo en común — Nerea comenzó, incapaz de encontrar una forma amable de hablar acerca de los gatos mascota que tanto despreciaba.

— Todos ustedes parecen haber heredado la misma personalidad de esos primates.

Se puso de pie, comenzando a caminar en círculos alrededor de Oliver.

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora