¿Qué recuerdos tienes de tu infancia?
¿Un brillante triciclo rojo rodando colina abajo? ¿Una velada de muñecas y galletas con tus amigas? ¿Una tarde de resorteras con tu padre? ¿Un peluche especial que tu madre te dio en tu cumpleaños?
¿Una casa, tal vez? ¿Un esponjoso perro? ¿Un parque recurrido?
El recuerdo más vivo de la infancia de Alessandro Bianchi es una olla de pasta al dente, llenando de olores la cocina de ladrillo mientras una canción se deslizaba de la bocina de la vieja radio.
Un pálido chico con una prominente nariz puntiaguda y dos círculos oscuros que decoraban alrededor de sus ojos a pesar de su corta edad estaba sentado en una mecedora, la copia de su padre de "La solitudine dei numeri primi" sostenida entre sus manos como si fuera de cristal.
La cabeza de Oliver, el joven gato anaranjado, yacía inmóvil sobre su regazo, dormitando y soltando tranquilos suspiros con el sol dándole en la barriga, moviéndose tranquilamente entre sueños, refugiado en el calor del ávido lector.
El mar mediterráneo susurraba.
La musa principal de la escena de una excepcional pintura, el gigante dormido en el lomo del mundo silencioso, la dama misteriosa con facciones de frágil espuma marina; se asomaba como un titán dormido a escasos kilómetros del silencioso chico, observándolo con ojos de amor.
Los irises color zafiro del joven se deslizaban por las letras, absorto en el mundo de Paolo Giordano y ausente, ignorando que aún existía en aquella playa en Bari.
Su madre volteaba en algunas ocasiones a mirarlo.
La hacía sonreír observar a su hijo, su pequeño niño menor, "tan inteligente, ¡se acaba esos libros como si fueran películas!".
Haciendo que su pecho se sintiera cálido cada vez que regresaba la vista al platillo que estaba cocinando, agregando unas hojas por aquí y unas cosas por allá para darle ese sabor que hacía a tus papilas gustativas salivar.
El jovencito de catorce años cambió de página, acomodándose en su asiento con el ceño fruncido. El gato pareció no siquiera notarlo, incluso comenzando a roncar audiblemente con agudos chillidos.
— Alessandro, vuoi provare? — lo llamaron suavemente, haciéndolo interrumpir su lectura y levantar la vista, tomándole algunos segundos regresar al mundo real.
Estuvo a punto de declinar rápidamente, pero sus de pronto despiertos sentidos fueron inundados por el olor a pimienta, albahaca y carne, haciéndolo dudar.
Se mordió el labio.
Incapaz de negarse a probar aquella obra culinaria que estaba preparando su madre insertó su separador de libros azul en la vieja página que estaba leyendo, bajándose con dificultad de la mecedora de madera de pino.
El felino, disturbado por la falta de su almohada y sacudido por el movimiento, levantó las orejas, parpadeando para despertarse y siguiendo a Alessandro de cerca, sus patas acolchonadas saltando silenciosas sobre el suelo.
Su madre metió el cucharón a la olla y tomó un bocado de pasta fetuccini, soplándole con delicadeza y subiéndola para llegar a la altura de su ridículamente alto hijo, que, a los catorce, ya la había superado por varios centímetros.
Alessandro masticó en silencio, dejando que sus papilas gustativas se llenaran y frunciendo el ceño.
— ... Ha bisogno di un po più di sapore. Abbiamo il rosmarino? Un ramo di rosmarino gli farebbe bene — el muchacho señaló, notando la falta de un toque de sabor en la creación.
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Cat-a-clysm
Roman pour Adolescents¿Qué les está sucediendo a los gatos? Oliver, la mascota de Alessandro, ha comenzado a hablar. De la noche a la mañana, así como así y con ganas de decir todo lo que no ha dicho en sus cinco años de vida gatuna. Después de él lo hizo Anhura, luego N...