— Disculpa que te moleste, Alessandro, pero... podrías decirme otra vez, ¿cuál es tu plan?
— Utilizamos tus conocimientos de las instalaciones de Sparrowhawk para infiltrarnos sin que se den cuenta y salimos con los gatos por algún conducto de ventilación.
El hombre asintió, apretando los labios y tamborileando sus dedos sobre el volante mientras seguía el camino de asfalto frío con los ojos. El chico italiano a su lado parecía estarse comiendo sus dedos, sus largas rodillas delgaduchas casi tocando las del contrario en el confinado espacio del viejo Beetle color botella (que olía un poco a alcohol, pero Alessandro decidió no ponerle atención a eso).
— ... Va, ya entendí...
El auto de Camilo Buendía, un "clásico alemán invaluable", parecía un perro emocionado por ir a pasear después de mucho tiempo (en este caso, probablemente varios años) sin salir a más que olisquear la tierra. El motor tosía, de eso no había duda, y la forma en que el aire acondicionado hacía que el interior apestara a gasolina no podía ser normal... pero andaba, y los pequeños saltitos que pegaba aquí y allá lo hacían parecer una carcacha de lo más alegre.
Por alguna razón Alessandro siempre había tenido mala suerte con los automóviles.
¿Por qué no puedo atorarme con alguien que tenga, no lo sé, un Ferrari?
La vibración hacía que el mapa extendido sobre sus rodillas amenazara con caer al suelo. El chico dejó caer su mano sobre él, recorriendo las calles con su dedo e imaginando mentalmente el recorrido que tenían frente a ellos, su destino marcado con un círculo de tinta indeleble negra.
— ¿Cómo recuerdas en dónde están los laboratorios? — el chico inquirió, pensando en cómo había localizado el sitio sin titubear en cuanto tuvo en sus manos aquel mapa de tienda de gasera.
— Digo, ha pasado mucho tiempo.
— Algunas cosas no se olvidan — la respuesta fue corta.
Alessandro asintió y la manta del silencio los cubrió como un pesado edredón de lana cruda y porosa con tenues aromas a humedad y la acidez de la incomodidad.
Preguntas innecesarias. Silencio innecesario.Sí tan sólo supiera mantener una conversación...
— ... ¿Qué sucedió?
El joven se despertó de su trance muerde-uñas y le dedicó una mirada a aquel que había puesto de chofer. No le había explicado mucho desde que prácticamente lo había arrastrado fuera de su propia casa y supuso que debía estar confundido, más después de su casi-victoria al intentar convencerlo de no hacer la cosa increíblemente estúpida que estaba haciendo en ese momento.
Titubeó.
— La casa de la tía de Isaac, el lugar donde creímos que era seguro dejar a los gatos, fue encontrado. Tara dijo que llegaron un par de camionetas y comenzaron a subirlos a la fuerza, ellas tuvieron demasiado miedo como para reaccionar...
Alessandro jugueteó con sus dedos, la imagen haciendo que su garganta se bloqueara.
— Son ellos, ¿cierto? — soltó al aire.
— Sparrowhawk.
Entonces fue Camilo el que suspiró.
— ... Se los dije. Si esos gatos son experimentos de ellos los querrán de vuelta.
— ¡Pero no lo entiendo! — el chico se acomodó en su asiento, haciendo un ademán con las manos.
— ¿Cómo supieron en dónde estaban? La casa de Tara y Calista ni siquiera aparece en mapas de papel, ¡es un punto ciego en medio de la nada! ¿De dónde...?
ESTÁS LEYENDO
Cat-a-clysm
Roman pour Adolescents¿Qué les está sucediendo a los gatos? Oliver, la mascota de Alessandro, ha comenzado a hablar. De la noche a la mañana, así como así y con ganas de decir todo lo que no ha dicho en sus cinco años de vida gatuna. Después de él lo hizo Anhura, luego N...