Hijos de La Ratonera

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— ... Estoy... vaya, estoy en problemas, de nuevo, Van.

— ¿Ah sí?

— Es terrible, terrible, terrible, terrible.

— ... No puede ser.

— ¡Siempre estoy en problemas y ni siquiera necesito hacer nada para meterme en ellos! ¡Todo me sale mal y al mismo puto tiempo!

— Oh, pobrecito.

— Uno de los peores que tengan es la renta, ni siquiera quiero empezar a hablar de la jodida renta, ¿has visto mi pieza? ¡Es un absoluto pedazo de cuchitril por el que me cobran un maldito ojo de la cara!

— Vaya.

— Además, ayer me subió una gripa del demonio en la noche que ni siquiera me podía levantar, mi madre, al parecer, enterró la nariz en un diccionario y encontró nuevos insultos para decirme por teléfono, las pastillas para el insomnio se niegan a hacer bien su trabajo y me quedé sin putas aceitunas negras.

— No... puede ser, ¿en serio?

— Sí, y eso no es lo peor de todo, la semana pasada-

Nicolav Poplov quitó de su rostro el periódico que había estado leyendo (bueno, fingiendo que leía) mientras se quejaba, enderezándose en el destartalado sofá rojo del sótano con olor a perfume de vainilla e interrumpiendo repentinamente su sesión de rezongos.
Sus ojos se fijaron en Ivan Rosnoff, que terminaba de rellenar sus cejas frente a su espejo redondo con una increíble concentración.

— ... La semana pasada tuve que ir a bailar a un antro con unas amigas. Tomé sin control y tuve sexo desprotegido como conejo.

Ivan continuó pasando el lápiz dentro de las líneas que había previamente marcado, haciendo muecas extrañas con su boca y, al parecer, ignorándolo por completo.

— ... Guau, ¿de verdad?

El pelirrojo enrolló el periódico y se lo aventó.

— ¡Oye! ¡Casi haces que arruine el contorno!

— ¡Ni siquiera me estás escuchando!

Ivan fingió un suspiro de exagerado cansancio, dejando el lápiz de maquillaje en su mesa y volteando hacia su pareja, que ahora le había dado la espalda.

— Ya, discúlpame — el chico estiró su mano hacia el pelirrojo, ladeando la cabeza y dedicándole una pequeña sonrisa.

— Sabes bien lo importante que es esta noche para mí y... bueno, puedo desaparecer bastante cuando dibujo mis cejas, ya me conoces.

El bailarín callejero observó al pálido muchacho por el rabillo del ojo, encontrándose, como siempre, incapaz de no ceder a sus grandes ojos grises.

— ... Ya, ya, te perdono — Nicolav volteó los ojos, tomando la mano que el chico le había ofrecido y regresando a su posición original (la técnica de la espalda nunca parecía funcionar).

— De todos modos mis quejidos estaban sonando algo castrantes.

— No te equivocas ahí.

Tomó uno de los cojines y, de nuevo, se lo aventó al rubio de escaso cabello como un proyectil.
Ivan se defendió con un brazo y lo mandó volando hasta el otro lado de la habitación.

— Ya, estate, necesito terminar mi maquillaje — el rubio rio, regresando a mirarse al espejo y construyendo sus cejas con una técnica que el pelirrojo no podía describir más que como "perfecta".

El bailarín callejero de las largas rastas rojas disfrutaba observar a Ivan transformarse en ella.

Admirar como pintaba su rostro con brochas y esponjas como si se tratara de un lienzo en blanco era interesante, casi hipnótico.
Su piel pálida pasaba a una curiosa sombra de anaranjado bronceado, sus pómulos saltaban a la vida con contornos de colores vívidos y sus ojos se coronaban con líneas de pigmentos llamativos y vibrantes.
Su pequeño y delgado pincelillo tintaba sus párpados de un adiamantado azul turquesa, algo que Nicolav siempre había pensado resaltaba el color de sus ojos.
Era... una obra de arte.
Después de pegar con sumo cuidado en sus lagrimales cada una de las pequeñas extensiones de pestañas tomó el tubo para labios y aplicó un color plateado, claro y brillante que le disparaba de regreso al espejo la luz que le reflejaba.

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora