Camilo Buendía

100 21 4
                                    

— ... Entonces... déjame ver si entendí — la voz del italiano sonaba perdida, brillando con el tono de duda que se extendía de sus palabras hasta la pálida piel fruncida entre sus cejas gruesas.

— Tú nos... ¿secuestraste?

— Prefiero el término "traslado      inconsciente" — la respuesta vino desde un hombre subido a unas escaleras. Su cuerpo estaba escondido casi por completo dentro de los polvorientos interiores de su ático.

— ... Nos secuestraste.

Camilo se quejó, gruñendo de esfuerzo mientras arrastraba algo aparentemente pesado.

Los jóvenes aguardaban en la cocina.
No hace falta decir que estaban confundidos.

Alessandro observaba el pasillo, fijándose en los movimientos de su abductor y pensando en millones de cosas a la vez.

Su papá siempre le había advertido, como todo padre, lo que podría llegar a pasar si te secuestran.
"No estés sólo en la calle, hay mucha delincuencia hoy en día y te pueden secuestrar", "no compartas datos personales con extraños, te pueden secuestrar", "no subas fotos a internet, te pueden secuestrar".
"No te subas a carros ajenos sólo porque son azules, te pueden secuestrar".

Había construido esta idea terrorífica de un sótano oscuro y mohoso, cadenas de metal oxidado y un psicópata sádico con cuchillos y motosierras.
Una idea que, sí, lo había hecho dejar de subirse a autos ajenos sólo porque eran azules.

Pero ahora... estaba en ese lugar.
Ese temido lugar de persona abducida, de víctima raptada, de desaparecido en peligro y personaje rescatable de serie policiaca.

Estaba en ese lugar y... su secuestrador le había comprado un jugo de cajita.

— Era la única manera que se me ocurrió de conseguir que habláramos.

— Se me ocurren cientos de formas diferentes en que te nos pudiste haber acercado. Ninguna incluye una pistola de electroshocks — Cherry exclamó, sorbiendo de su propio néctar de manzana.

Isaac la había regañado hasta el cansancio, "¡Cherry! ¡No tomes nada del tipo que nos secuestró!".

Pero, de una forma u otra, la morena había entrado en confianza.
La suficiente confianza para beberse el jugo y regresar a sus actitudes sarcásticas, por lo menos.

Alessandro, Cherry e Isaac aguardaban con una mezcla de aprehensión y curiosidad, sentados en los bancos metálicos de una cocina de lozas verdes.
El cuarto de las bombillas había resultado ser una de las dos habitaciones de una casa común de un sólo piso con una sala a medio amueblar, lámparas de papel de colores lagunosos y cajones que parecían ser un hotel de polillas desde la Segunda Guerra Mundial.

Un lugar... común.

Lo único que podría llegar a atraer miradas eran las extrañas bolsas de basura negras que cubrían las ventanas, imposibilitando ver hacia afuera del lugar y dejándolos a merced de la luz cálida de focos incandescentes y amarillentos.
Fuera de eso, ese lugar bien pudo haber sido casa de cualquier abuela.

Algo cayó el suelo con un golpe seco que levantó esporas de polvo.
El italiano asomó su cabeza para indagar, pero dio un salto atrás en cuanto Camilo entró a la cocina, arrastrando ruidosamente por el suelo una caja de cartón de aspecto maltratado.

El hombre se detuvo frente a ellos, irguiéndose de un salto y vistiendo una bendita adhesiva en la frente.
Algunos segundos incómodos pasaron en silencio y lo único que parecía moverse en la escena eran las pequeñas moléculas de polvo.

Una sonrisa se extendió por el rostro de Camilo, claramente esperando a que alguien hiciera la pregunta.

— ... Eh... ¿Qué es eso?

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora