Asfalto

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— Vamos, Tara, déjeme ayudarlas con algo, es lo menos que puedo hacer — Camilo Buendía sonrió, recargado sobre la pared de la cocina y observando a las dos mujeres vestidas en lino moverse agraciadamente por los utensilios como si de dos bailarinas sincronizadas se tratase.

— ¡Tonterías! Usted es nuestro invitado — Tara, con las cejas alzadas, negó, sus manos quitándole expertamente la piel amoratada a un camote de vibrantes tonos anaranjados después de años de práctica en la oscuridad.

— Ya ha hecho suficiente trayendo a Alessandro hasta acá, déjenos regresarle el favor.

— ... Curioso, ya que estamos en ese tema — Calista se unió, picando un tomate rechoncho con un plateado cuchillo afilado.

— No te preguntamos cómo se conocieron

— Oh, es cierto — la morena asintió, estirando la mano por un filo propio para partir el camote desnudo.

El hombre tragó saliva.

— Debe de haber conocido a mi sobrino y a su novia, como estaban viajando juntos, ¿cómo los encontró?

— Ah, este... su... — el moreno dudó, su improvisación empolvada desde sus años de secundaria.

— ... Su auto se descompuso en una gasera — explicó finalmente , llevando una mano a su cuello pero retirándola casi de inmediato.
No quería verse demasiado sospechoso.

— El motor les falló, o algo así, y les ofrecí ayuda para llevarlo con un mecánico... pero iba a tomar algo de tiempo arreglarlo... bastante tiempo, de hecho.

— ¿Fue algo grave? — la mujer de los rulos chocolate preguntó, genuinamente consternada por su novela fantasiosa.

— Grave. Muy grave.

— Qué raro — la rubia, escéptica a comparación de su compañera, añadió, frunciendo ligeramente el ceño.

— Nos explicaron que es algo que le pasa seguido a los autos viejos... el... el aceite se vuelve pesado con suciedad y... vejez, y daña la forma en que el motor... avanza — el mexicano explicó, haciendo ademanes en el aire con las manos como si construyera un motor imaginario descompuesto por aceite sucio y viejo (también imaginario).

— ... Vaya, la tecnología va cada vez peor — Tara negó con la cabeza, echando el camote en una sartén de latón y cubriéndolo con azúcar morena.

— ¡Ya no hacen la cosas como antes! Terrible la hora en la que nos volvimos tan dependientes de ella — añadió. Camilo asintió profusamente para indicar que tenía toda la razón, aliviado de que su diminuto conocimiento del lenguaje automotriz y la habilidad de pegar una palabra con otra y formar oraciones relativamente creíbles le hubiera salvado el pellejo.

— ¿Y estaban en tu casa cuando llamamos? — la rubia parecía un tanto menos convencida que su esposa, ojeando al hombre cuidadosamente al tiempo en que la hoja atravesaba piel roja.
Camilo miró brevemente el cuchillo, su sonrisa apretándose apenas perceptiblemente.

— Sí, los llevé ahí mientras el mecánico arreglaba el motor — soltó, ordeñando hasta la última hora de su credulidad.

"¿Usted, señor, llevó a tres jovencitos a su casa?" gritaba la ceja alzada de Calista, y el hombre hurgó desesperadamente en su cerebro por formas de hacer que esa imagen mental pintara algo diferente a un cuestionable escenario, posiblemente criminal, que lo ponía a él como un degenerado.

— ... Mi hijo tiene su misma edad — mintió lo primero que se le vino a la mente.

— Supuse que les gustaría ir a comer y podrían charlar un rato... ademas, a mi esposa le encanta cocinar para otras personas. Dice que... que yo nunca aprecio su comida lo suficiente.

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora