Según lo que sabía a través de mis estudios, había algunos métodos para que la tristeza desapareciera poco a poco (dejando fuera los antidepresivos y pastillas). Uno de ellos era descargar la pena que sentía y transformándola en furia. Generalmente, la gente demostraba su constante tristeza con rabia, tratando así de disimular toda la melancolía que llevaban en su interior. Y, a veces, incluso descargaban todos sus sentimientos golpeando o rompiendo cosas. Pues bien, sin que yo me diera cuenta había terminado aplicando ese método.
No sé si últimamente han caído en la cuenta, pero como que Bruno se estaba volviendo mi confidente. Cada vez que tenía un mal día, que me sentía mal o alguna mierda como esa, Bruno mágicamente aparecía y terminaba a mi lado, consolándome.
Para mi mala suerte (y la de él), Bruno había sido la primera persona conocida con la que me tope luego de mi momento depresivo, y para más inri, había terminado descargando toda la tensión del momento con él. Pero como Bruno era un chico comprensivo, tan solo me dejo ser, y se lo agradecía.
Había estado bastante rato tratando de controlarme, y aunque no fue sencillo, con un poco de ayuda de…él, logré calmarme. Bien, era una persona autosuficiente, y me jodía que los demás hicieran cosas por mí, inclusive si era algo tan sencillo como eso. Sin embargo, Bruno sabía que yo no estaba bien. Era cosa de verme la cara, no lucía específicamente como la persona más alegre del universo. Así que cuando terminé con mi ‘‘número”, Bruno me tomó de la mano y prácticamente me arrastró hacia la parte trasera del local, dónde el aire logró a que calmara un poco más mis nervios. Una vez más recompuesta, caminamos juntos hacia el lavado de los empleados. Ni siquiera del pequeño trayecto, yo seguía demasiado abrumada por mis pensamientos como para poder poner atención a algo tan banal como eso. Dentro, me lavé la cara para que el poco y casi nada maquillaje que llevaba se fuera.
Dios, ¿por qué cuando lloraba no me veía como las chicas de las películas y lucía tan horrible? Parecía un mapache, literalmente. Me arreglé ligeramente mis pintas, y una vez más decente volvimos a la mesa en la que minutos antes habíamos estado sentados. Permanecimos un rato en silencio, mientras yo trataba de asimilar todo aún. Pero como siempre, él rompió el silencio.
—¿Mejor?
Hice una sonrisa forzada.
—¿Tengo cara de estarlo?
Él suspiró algo triste.
—Emma, de verdad que odio ver gente deprimida o algo así…Y más aún sin me importa.
Lo miré durante un segundo, estudiándolo con la mirada. Finalmente, abrí la boca.
—Es que eso es lo que no entiendo… ¿Por qué te importo?
Clavó sus impactantes ojos en mí. Me observó durante un rato en silencio, escaneándome con la mirada…Finalmente, contestó:
—Somos amigos, ¿no? Eso es lo que hacen los amigos, se preocupan uno por los otros.
—¿Me consideras tú amiga? —pregunté, incrédula.
—Eso fue lo que tu dijiste el otro día, ¿no?
Gruñí por lo bajo, Bruno tenía razón.
—No sé porque siempre terminó contándote todos mis problemas a ti.
La comisura de sus labios tiritó, hasta que formó una pequeña sonrisa.
—¿Será que el destino así lo quiere?
Remojé mi labio inferior antes de responder.
—Marica—murmuré, fingiendo una tos. Bruno me fulminó con la mirada, pero lo ignoré. Dos segundos después, viendo que me quería casi descuartizar, hablé—: No creo en eso.
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¿Cómo todos?
ChickLitEmily Abagnalli: Atractiva, inteligente, sarcástica, con demasiada mala suerte para su gusto y con un montón de cualidades inigualables. En pocas palabras, es única. Y lo tiene todo. Todo, menos el amor. Cuando se ha crecido en una familia de d...